De De Gaulle a Macron, la Francia que siempre quiso liderar Europa tras la II Guerra Mundial

Historia

Francia no quiere dejar escapar esta vez su papel en Europa. La alianza francobritánica se explica, en parte, por la memoria del papel secundario que este país jugó en un momento clave de la historia

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El general Charles de Gaulle (dcha.) desfila por los Campos Elíseos parisinos en compañía de Winston Churchill.

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En febrero de 2022, cuando las tropas rusas cruzaron la frontera de Ucrania, el mundo volvió sus ojos hacia Europa. Y en el corazón de la respuesta occidental estuvo Emmanuel Macron, el presidente francés, quien no solo lideró los esfuerzos diplomáticos para contener a Vladímir Putin, sino que también se erigió como un defensor firme de la autonomía estratégica europea. 

Esta postura no es casual. Es el reflejo de una tradición política que se remonta a Charles de Gaulle, el líder que, tras la Segunda Guerra Mundial, soñó con una Francia fuerte, independiente y capaz de liderar Europa. Desde entonces, Francia ha buscado incansablemente recuperar su estatus de potencia global, un objetivo que hoy, en un mundo marcado por el ascenso de autocracias y el declive del orden liberal, parece más relevante que nunca.

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General Charles de Gaulle issues a call (appel) to the French people from London, England, June 18, 1940, just after the Nazi occupation of France. De Gaulle led the Free French Forces from London and later from Algiers throughout the occupation, and returned to Paris on its liberation in September 1944. (Photo by © Hulton-Deutsch Collection/CORBIS/Corbis via Getty Images)

La exclusión de Francia en la Conferencia de Yalta (1945), donde las grandes potencias decidieron el futuro del mundo sin contar con París, dejó una herida profunda en el orgullo nacional. De Gaulle lo resumió con su característica elocuencia: “Francia no es realmente ella misma más que en primera fila”. Desde entonces, cada presidente francés ha llevado consigo esa máxima, buscando posicionar a Francia como un actor indispensable en el tablero global. Macron, el último eslabón de esta cadena, ha demostrado que el gaullismo no es una reliquia del pasado, sino una visión viva y necesaria en un mundo cada vez más incierto.

Charles de Gaulle llegó al poder en 1958 con una misión clara: devolver a Francia su grandeza. Tras la humillación de la ocupación nazi y la dependencia de los aliados durante la guerra, De Gaulle entendió que Francia necesitaba afirmar su independencia y su papel en el mundo. Su política exterior se basó en tres pilares: la autonomía estratégica, el liderazgo en Europa y la proyección global.

El gaullismo no es una reliquia del pasado, sino una visión viva y necesaria en un mundo cada vez más incierto

El desarrollo del arsenal nuclear francés fue una de sus grandes apuestas. En 1960, Francia realizó su primera prueba atómica en el Sáhara, convirtiéndose en la cuarta potencia nuclear del mundo. Para De Gaulle, la “force de frappe” no era solo una herramienta militar, sino un símbolo de independencia. “No se puede construir nada sólido en el mundo sin Francia”, afirmó en una ocasión, subrayando su convicción de que el país debía ser dueño de su destino.

En 1966, De Gaulle sacudió al mundo al retirar a Francia de la estructura militar de la OTAN, argumentando que la alianza supeditaba los intereses europeos a los de Estados Unidos. Esta decisión, aunque polémica, reforzó su visión de una Europa autónoma, capaz de actuar como una “tercera fuerza” entre los bloques estadounidense y soviético. Su acercamiento a la URSS y China, así como su oposición a la guerra de Vietnam, fueron gestos calculados para equilibrar el poder de Washington.

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Pero quizás su mayor logro fue la reconciliación con Alemania. El Tratado del Elíseo (1963), firmado con el canciller Konrad Adenauer, sentó las bases de una relación franco-alemana que se convertiría en el motor de la integración europea. Para De Gaulle, Europa no podía ser fuerte sin una alianza sólida entre París y Bonn.

Tras la era de De Gaulle, sus sucesores mantuvieron viva su visión, adaptándola a los nuevos tiempos. François Mitterrand, presidente de 1981 a 1995, profundizó en la integración europea. Fue uno de los arquitectos del Tratado de Maastricht (1992), que sentó las bases de la Unión Europea y del euro. Para Mitterrand, Europa era la única forma de garantizar la relevancia de Francia en un mundo cada vez más globalizado. “El nacionalismo es la guerra”, advirtió en un discurso memorable, subrayando la necesidad de una Europa unida.

Portada de 'La Vanguardia' el 1 de noviembre de 1993: 'El tratado de Maastricht entra hoy en vigor con el objetivo de la unión política, económica y monetaria de los Doce'

Portada de 'La Vanguardia' el 1 de noviembre de 1993: 'El tratado de Maastricht entra hoy en vigor con el objetivo de la unión política, económica y monetaria de los Doce'

Hemeroteca/La Vanguardia

Jacques Chirac, por su parte, encarnó el gaullismo en el siglo XXI. Su oposición a la guerra de Irak en 2003, junto al canciller alemán Gerhard Schröder, fue un momento definitorio. Chirac argumentó que la invasión, liderada por Estados Unidos, socavaba el orden internacional y ponía en riesgo la estabilidad global. “Francia no puede permitir que se imponga la ley del más fuerte”, declaró en la ONU, reafirmando el compromiso de Francia con un mundo multipolar.

Jacques Chirac, por su parte, encarnó el gaullismo en el siglo XXI

Durante su mandato, Chirac también reforzó el papel de Francia como potencia nuclear y miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU. Su defensa de la autonomía estratégica europea sentó las bases para las iniciativas que Macron retomaría años después.

Emmanuel Macron llegó a la presidencia en 2017 con una visión clara: revitalizar el proyecto europeo y reafirmar el liderazgo de Francia en el mundo. Desde el principio, se presentó como un heredero de De Gaulle, defendiendo una Europa fuerte y autónoma frente a las presiones de Estados Unidos y Rusia.

Macron se presentó como un heredero de De Gaulle, defendiendo una Europa fuerte ante las presiones de EE.UU. y Rusia

En 2019, Macron sorprendió al mundo al declarar que la OTAN estaba experimentando una “muerte cerebral”, criticando la dependencia europea de Washington y abogando por una defensa común europea. Esta postura se hizo aún más evidente durante la crisis de Ucrania. Cuando Donald Trump sugirió excluir a Europa de las negociaciones sobre el futuro del país, Macron fue el primero en reaccionar, reafirmando el papel central de la UE en la resolución del conflicto.

Macron también ha liderado los esfuerzos para apoyar a Ucrania, tanto militar como diplomáticamente. Su papel mediador entre Occidente y Rusia, aunque no siempre exitoso, ha demostrado que Francia sigue siendo un actor indispensable en la escena global. Además, ha promovido la creación de la Fuerza de Intervención Europea, una iniciativa que busca dotar a la UE de capacidades militares propias.

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“Europa debe ser soberana, unida y libre”, ha repetido Macron en numerosas ocasiones, subrayando su compromiso con una Europa que no dependa de potencias extranjeras. Su visión, aunque ambiciosa, es un claro reflejo del legado gaullista.

Macron ha sido el primero en liderar la resistencia europea a los planes de EE.UU. y Rusia y este fin de semana ha abogado por consolidar un eje franco británico que arrastre al resto de potencias europeas a formar un bloque frente a los intentos de Trump y Putin de dejar a Europa de lado en la solución de Ucrania. En esta ocasión, y al contrario de lo que sucedió tras la II Guerra Mundial, las posiciones del Reino Unido y Francia están más equilibradas. 

Podría apreciarse un cierto paralelismo entre ambas figuras, entre De Gaulle y Macron. O más bien, el intento de emulación por parte de Macron de una Francia relevante en el mundo. La gran diferencia es que el tiempo histórico es completamente distinto. De la Europa imperial hemos pasado a una Europa regional, subalterna y dividida. De Gaulle nos proporciona enseñanzas valiosas, pero afianzar la autonomía europea en este tiempo completamente distinto es una tarea tan impostergable como hercúlea. Solo será posible desde la unión.

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