“La mujer es el elemento maternal en el mundo y su voto ayudará a avanzar en el tiempo en el que el pan de la vida –el hogar, el refugio y la seguridad– y las rosas de la vida –la música, la educación, la naturaleza y los libros– serán la herencia de cada niño que nazca en el país, en cuyo gobierno ella tenga una voz”.
El discurso que pronunció en 1910 en Chicago la activista e inspectora laboral del Estado de Illinois Helen Todd, en un acto convocado por el Club de Mujeres de Chicago en defensa del sufragio femenino, acabó convirtiéndose en una proclama reivindicativa de esas mujeres humildes que siguieron sin voz pese a haber logrado el derecho al voto. Sus palabras sintetizaban a la perfección esas dos necesidades básicas desatendidas, alimentación y bienestar, que el escritor James Oppenheim recogió en su poema Pan y rosas, publicado en la revista The American Magazine en diciembre de 1911.
Migrantes, con hijos a su cargo, en muchos casos menores de edad, miles de mujeres trabajaban en la industria textil norteamericana ignoradas tanto por sus empleadores, que aprovechaban su condición femenina para tenerlas en condiciones de esclavitud laboral, como para los propios trabajadores masculinos, sindicados y con un mínimo de derechos. Y, por ende, con mejores salarios.
El infame modelo de explotación femenina en el que se asentaba la industria textil norteamericana ya se había hecho patente ese mismo año, en marzo, cuando 123 mujeres y 23 hombres murieron en un pavoroso incendio que arrasó la fábrica textil Triangle Shirtwaist en el Greenwich Village neoyorkino. La tragedia alertó a las autoridades de todo el país de la situación laboral de las trabajadoras y de su indefensión, aunque las medidas legales que se tomaron no sólo fueron insuficientes, sino que muchos patronos las burlaron sin más.
El desplazamiento de centenares de los hijos de las huelguistas a ciudades cercanas se convirtió en un fenómeno mediático
Fue el caso de lo que ocurrió en las factorías textiles de Lawrence (Massachusetts), en el arranque de 1912. Cumpliendo la ley, los empresarios locales rebajaron la jornada laboral semanal fijada para mujeres y menores de 56 a 54 horas, pero también lo hicieron con un sueldo que ya era miserable. La reacción, iniciada por las trabajadoras de origen polaco, no se hizo esperar y se convirtió en un paro masivo.
La huelga, prácticamente unánime, se convirtió en todo en desafío para las autoridades del Estado ante la actitud inquebrantable de las trabajadoras, que adoptaron un modelo de movilización pacífica desoído por la ya todopoderosa central sindical que representaba la Federación del Trabajo de Estados Unidos. La repercusión que rápidamente consiguió el movimiento en la prensa local y neoyorkina acabó resultando determinante.

Manifestación de apoyo a las huelguistas de Lawrence en Nueva York en la que participaron los hijos de las trabajadoras
De hecho, el desplazamiento de centenares de niños a ciudades cercanas, donde fueron acogidos por entidades y familias que dieron apoyo al movimiento para alimentarlos y alejarlos del conflicto, se convirtió en un gran fenómeno mediático. Especialmente cuando estos menores, muchos de corta edad, aparecieron en las manifestaciones que se organizaron en apoyo a las huelguistas, como documentaron diversos periódicos.
El eslogan de la movilización, repetido en pancartas y carteles, también se convirtió en un símbolo de rápida adopción popular. Todo ello disuadió a las autoridades de utilizar la vía de la represión, ya que los medios también reprodujeron con detalle las primeras y duras intervenciones policiales, y las llevó a forzar a los empresarios a alcanzar un acuerdo. La victoria de las huelguistas tras dos meses de movilización lo fue también de todas las mujeres trabajadoras y de un ejemplo que transformó el movimiento obrero.
El poema Pan y rosas acabó convirtiéndose en canción e inspirando la lucha pacífica de los trabajadores y trabajadoras más olvidados.
El manifiesto
“Pan y rosas
”Mientras vamos marchando, marchando a través del hermoso día, / un millón de cocinas oscuras y miles de grises hilanderías / son tocadas por un radiante sol que asoma repentinamente, / ya que el pueblo nos oye cantar: ¡Pan y rosas! ¡Pan y rosas!
”Mientras vamos marchando, marchando, luchamos también por los hombres, / ya que ellos son hijos de mujeres, y los protegemos maternalmente otra vez. / Nuestras vidas no serán explotadas desde el nacimiento hasta la muerte. / Los corazones padecen hambre, al igual que los cuerpos, / ¡dennos pan, pero también dennos rosas!
El levantamiento de las mujeres significa el levantamiento de la humanidad
”Mientras vamos marchando, marchando, innumerables mujeres muertas / van gritando a través de nuestro canto su antiguo reclamo de pan. / Sus espíritus fatigados conocieron el pequeño arte y el amor y la belleza. / ¡Sí, peleamos por el pan, pero también peleamos por las rosas!
”A medida que vamos marchando, marchando, traemos con nosotras días mejores. / El levantamiento de las mujeres significa el levantamiento de la humanidad. / Ya basta del agobio del trabajo y del holgazán: diez que trabajan para que uno repose. / ¡Queremos compartir las glorias de la vida: pan y rosas, pan y rosas!
”Nuestras vidas no serán explotadas desde el nacimiento hasta la muerte. / Los corazones padecen hambre, al igual que los cuerpos. / ¡Pan y rosas, pan y rosas!”