“Porque el año 2000 debe ser un nuevo comienzo para todos nosotros. Juntos podemos transformar la cultura de guerra y de violencia en una cultura de paz y no violencia”. La bisoñez que destilaba desde sus primeras líneas el Manifiesto 2000 para una cultura de paz y no violencia que encabezaban 14 premios Nobel bien puede formar parte de una antología de las declaraciones de buenas intenciones vacuas y sin sentido de los organismos internacionales. Un absurdo sin más de no ser por el cúmulo de atentados y guerras que le sucedieron, en buena medida ante la inacción, silencio o bloqueo de todos los organismos internacionales que debían velar por el entendimiento.
El texto se presentó a bombo y platillo el 4 de marzo de 1999 en París por la Unesco, la agencia que lo impulsó, con firmas como las de Adolfo Pérez Esquivel, el Dalai Lama, Mijaíl Gorbachov, Nelson Mandela, Rigoberta Menchú, Shimon Peres o Desmond Tutu. Aunque el documento ya se antojaba un brindis al sol, el nuevo orden internacional que alumbraba la caída del muro de Berlín no dejaba de ser una llamada al optimismo y la armonía internacional.
La Asamblea General de las Naciones Unidas, que dos años antes ya había declarado el 2000 como el Año Internacional de la Cultura de la Paz, no dudó en hacérselo suyo en su Declaración y Programa de Acción sobre una Cultura de Paz, adoptada el 6 de octubre de 1999 sin que ninguno de sus miembros requiriese siquiera su votación. Bajo el paraguas genérico de “cultura de paz y no violencia”, el manifiesto unió a la tradición de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que había cumplido 50 años, conceptos como la protección medioambiental y el desarrollo personal.
El texto iba encabezado por figuras como Pérez Esquivel, el Dalai Lama, Gorbachov, Mandela, Menchú, Peres o Tutu
Abierto a la firma de cualquier ciudadano del mundo a través de diversas plataformas y entidades cuando la implantación de internet no era ni mucho menos universal, el objetivo de los promotores del manifiesto era que lo firmasen 100 millones de personas antes de concluir el milenio. Una previsión que también pecó de optimismo, aunque al finalizar ese Año Internacional la Unesco contabilizó 74 millones de apoyos particulares a un texto traducido a medio centenar de idiomas.
Todas las buenas intenciones y la confianza de un nuevo orden de paz y progreso, sin embargo, sufrieron un cruento baño de realidad el 11 de septiembre del 2001, cuando el terrorismo yihadista golpeó el corazón de Manhattan para estrenar un nuevo milenio que llegaría de nuevo marcado por la violencia y la guerra. Irak, Afganistán, Somalia, Sudán, Georgia, Nigeria, Yemen, Libia, Siria, Ucrania o Etiopía han sido sólo algunos de los escenarios de la guerra que ha marcado el primer cuarto del siglo XXI.

Una rueda de prensa de valoración durante la celebración del Fòrum Universal de les Cultures de Barcelona
La crisis financiera del 2008, las debilidades que empezó a mostrar globalización económica y la polarización política y auge de los populismos que empezaron a instalarse en las democracias también han hecho de las proclamas bienintencionadas un mero recuerdo. Como lo es una de las derivadas del movimiento Cultura de Paz que tuvo en Barcelona uno de sus epicentros, al ser la sede del primer Fórum Universal de las Culturas, que se celebró en el 2004 para ofrecerle una dimensión popular y festiva.
Más allá de las filias y fobias que cosechó esta primera edición, que llegó con una importante operación urbanística, el balance de las siguientes citas, celebradas en Monterrey, Valparaíso y Nápoles, no dejaron de ser discretos. La quinta edición, que debían compartir Quebec y Amán, no llegó a celebrarse tras la renuncia de la ciudad canadiense y la fundación organizadora se acabó disolviendo.
El manifiesto
“Porque el año 2000 debe ser un nuevo comienzo para todos nosotros. Juntos podemos transformar la cultura de guerra y de violencia en una cultura de paz y no violencia.
”Porque esta evolución exige la participación de cada uno de nosotros y ofrece a los jóvenes y a las generaciones futuras valores que les ayuden a forjar un mundo más justo, más solidario, más libre, digno y armonioso, y con mejor prosperidad para todos.
”Porque la cultura de paz hace posible el desarrollo duradero, la protección del medio ambiente y la satisfacción personal de cada ser humano.
”Porque soy consciente de mi parte de responsabilidad ante el futuro de la humanidad, especialmente para los niños de hoy y del mañana.
Juntos podemos transformar la cultura de guerra y de violencia en una cultura de paz y no violencia
”Me comprometo en mi vida cotidiana, en mi familia, mi trabajo, mi comunidad, mi país y mi religión a:
”- Respetar la vida y la dignidad de cada persona, sin discriminación ni prejuicios.
”- Practicar la no violencia activa, rechazando la violencia en todas sus formas: física, sexual, psicológica, económica y social, en particular hacia los más débiles y vulnerables, como los niños y los adolescentes.
”- Compartir mi tiempo y mis recursos materiales, cultivando la generosidad a fin de terminar con la exclusión, la injusticia y la opresión política y económica.
Me comprometo con un consumo responsable y un modelo de desarrollo acorde al equilibrio de los recursos naturales
”- Defender la libertad de expresión y la diversidad cultural, privilegiando siempre la escucha y el diálogo, sin ceder al fanatismo, ni a la maledicencia y el rechazo del prójimo.
”- Promover un consumo responsable y un modo de desarrollo que tenga en cuenta la importancia de todas las formas de vida y el equilibrio de los recursos naturales del planeta.
”- Contribuir al desarrollo de mi comunidad, propiciando la plena participación de las mujeres y el respeto de los principios democráticos, con el fin de crear juntos nuevas formas de solidaridad.
Cultivemos la paz.”