“Uno podía ver cómo los hombres se habían arañado la cara y el cuello tratando de volver a respirar”: 110 años de Ypres, el inicio de los ataques con gas en la Primera Guerra Mundial

Guerra química

Hace 110 años, en abril de 1915, el ataque con gas alemán en Ypres se convirtió en un símbolo de los horrores de la Gran Guerra en la memoria pública

Infantería australiana con máscaras antigás en la Primera Guerra Mundial

Infantería australiana con máscaras antigás en la Primera Guerra Mundial

Photo12/Universal Images Group vía Getty Images

A las 17:30 horas del 22 de abril de 1915, dos regimientos de ingenieros alemanes abrieron 5.830 cilindros, y con la ayuda de aspersores soltaron 160 toneladas de cloro desde sus posiciones al norte de la ciudad de Ypres, en Flandes. Una ligera brisa del este empujó el cloro líquido hasta las posiciones aliadas, creando una nube gris verdosa de seis kilómetros de ancho y un espesor de entre 600 y 900 metros.

El ataque se había fraguado durante meses. A comienzos de 1915, el profesor Fritz Jacob Haber –director del Kaiser Wilhelm Institut de Berlín-Dahlem y galardonado en 1918 con el premio nobel de Química– había propuesto a las autoridades alemanas emplear difusores presurizados para expandir una nube de gas tóxico contra las posiciones aliadas. Se decidió que el lugar para aplicar la idea de Haber sería el norte del saliente de Ypres, en un sector donde se solapaban las fuerzas francesas y británicas.

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La nube tóxica llegó a las trincheras francesas. El general Henri Mordacq describió a los hombres que escapaban de la nube de muerte: “Corriendo como locos, en todas direcciones, pidiendo agua a gritos, escupiendo sangre, algunos incluso rodando por el suelo mientras hacían esfuerzos desesperados por respirar”. Muchos soldados murieron tras una lenta y horrible agonía.

La infantería alemana siguió muy por detrás de la nube tóxica, respirando a través de algodones empapados en una solución de tiosulfato de sodio. En Un verdor terrible (2020), Benjamín Labatut cita al soldado alemán Willi Siebert: “Lo que vimos fue la muerte total. Nada estaba vivo. Todos los animales habían salido de sus agujeros para morir. Conejos, topos, ratas y ratones muertos en todas partes. Uno podía ver cómo los hombres se habían arañado la cara y el cuello, tratando de volver a respirar. Algunos se habían disparado a sí mismos. Los caballos, aún en los establos, las vacas, los pollos, todo, todos estaban muertos”.

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Los alemanes dispararon unos 5.730 cilindros de cloro, unas 168 toneladas, hacia las filas aliadas durante la segunda batalla de Ypres

Otras Fuentes

El historiador francés Olivier Lepick ha calculado que el número de muertos osciló entre los ochocientos y los mil doscientos, y hubo entre dos mil y tres mil intoxicados más o menos graves. Sin embargo, los alemanes carecían de reservas para explotar su éxito, y, cuarenta y ocho horas después de comenzado el ataque, los aliados habían recompuesto su línea de defensa.

Ataque británico en Loos

El 23 de abril, Raymond Poincaré, presidente de la República francesa, escribió en su diario: “Es la organización del crimen. ¿Es que acaso para defendernos nosotros hemos de adoptar los mismos medios?”. Dicho y hecho.

Ese verano, el ejército francés creó una Dirección de Material Químico de Guerra (DMCG). En mayo de 1915 ya se había tomado también en Londres la decisión de utilizar gases como represalia por el ataque alemán. Se creía que la falta de una capacidad ofensiva con gas perjudicaría la moral de las tropas. En septiembre los británicos ya disponían de tantas reservas de cloro como los alemanes.

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Un gran número de los mejores químicos aliados se pusieron a trabajar en el diseño y fabricación de gases cada vez más letales. Una guerra nacional de químicos que alcanzó una intensidad y ferocidad equivalente a la de los átomos de la Segunda Guerra Mundial.

El 24 de septiembre de 1915, en Loos, al sur del saliente de Ypres, los británicos liberaron 150 toneladas de gas cloro hacia las líneas alemanas. Los vientos desfavorables y cambiantes redujeron la efectividad de la nube de gas; el número de cilindros de cloro era insuficiente para cubrir la línea del frente. Tras una semana de combates, el ataque se interrumpió.

Infantería británica avanzando entre una nube de gas en Loos

Infantería británica avanzando entre una nube de gas en Loos

Dominio público

A partir de Loos, el uso de nubes de cloro fue disminuyendo progresivamente. Pero, a pesar de sus limitaciones, era un arma de disuasión muy efectiva, y la visión de una nube de gas aproximándose era una fuente continua de miedo entre la infantería.

Carrera por las armas tóxicas

Gases y sustancias tóxicas se habían empleado en la guerra desde la Antigüedad. Pero fueron los progresos de la química moderna, con sus procesos de síntesis y el descubrimiento de nuevos componentes, los que posibilitaron la guerra de gases a gran escala. A esto se unieron los adelantos técnicos de la artillería moderna, capaz de lanzar a mayor distancia potentes proyectiles a los que podían incorporarse cargas diversas.

Como las otras innovaciones de la Gran Guerra, el gas fue utilizado para salvar el callejón sin salida de la guerra de posiciones que, en el otoño de 1914, siguió a la “guerra de movimiento” de los primeros meses de lucha.

Soldados franceses muertos por gas en la segunda batalla de Ypres

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Propias

La mayoría de las naciones europeas habían establecido regímenes legales para prohibir el uso de gases, considerándolos contrarios a las leyes de la guerra. En 1874, la Declaración de Bruselas, que no fue ratificada, prohibía el uso de armas envenenadas. El 29 de julio de 1899, durante la Conferencia Internacional de Paz de La Haya, se firmó una convención que prohibía “el uso de proyectiles cuyo único objetivo es la difusión de gases asfixiantes o deletéreos”. Estados Unidos y Gran Bretaña se negaron a adherirse a ella.

Francia hizo el primer uso de gas en combate. En agosto de 1914, es decir, el primer mes de la Gran Guerra, su ejército empleó granadas llenas de bromoacetato de etilo, un compuesto usado desde 1912 por la policía francesa para disolver manifestaciones y dos veces más tóxico que el cloro. Sin embargo, las cantidades usadas eran tan pequeñas que los alemanes no detectaron el compuesto.

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El 27 de octubre de 1914, en Neuve-Chapelle, la artillería alemana lanzó contra las líneas británicas tres mil obuses de 105 mm, diseñados por el profesor Walther Nernst (premio nobel de Química en 1920), que combinaban TNT con dianisidina clorosulfonato. Esta sustancia irritaba las mucosas y tenía los mismos efectos que los lacrimógenos.

Obuses lacrimógenos

Los alemanes estaban experimentando también con otros dos tipos de obús lacrimógeno, diseñados por el profesor Hans von Tappen. El primero de ellos, el T-stoff, contaba con una carga de bromuro de xililo. Los franceses respondieron en la primavera siguiente con un obús químico de 75 mm.

Los alemanes comenzaron entonces a usar un lacrimógeno más potente y volátil, una mezcla de monocloruro de etilo y dicloruro de etilo. Estos nuevos proyectiles, llamados K-stoff, eran dos veces más tóxicos que los de cloro, y podían ser usados en ataques sobre las posiciones enemigas, mientras los T-stoff, cuyo efecto era más permanente, se utilizaban básicamente durante los bombardeos artilleros cotidianos de desgaste.

Soldados alemanes en Berlín recién movilizados, 1914

Soldados alemanes en Berlín recién movilizados, 1914

Bundesarchiv, Bild 183-R25206 / CC-BY-SA 3.0

Dieciocho mil T-stoff se usaron contra los rusos en el preludio de la segunda batalla de los Lagos Masurianos, el 31 de enero de 1915. El frío impidió que el líquido pasara al estado gaseoso, y buena parte cayó al suelo, incluso en medio de las tropas alemanas. Aun así, el ataque provocó seis mil muertos, y otros dos ataques posteriores, más de veinticinco mil bajas mortales.

Los alemanes lanzaron un total de doscientos ataques con cloro a lo largo de la guerra. Menos conocido que el de Ypres fue el de octubre de 1915 en Reims, durante el cual usaron 550 toneladas de cloro desde 25.000 cilindros, lo que da una idea de la infraestructura necesaria para este método.

Un nuevo paso: el fosgeno

La siguiente sustancia en emplearse masivamente en el frente occidental fue el fosgeno, un gas mucho más poderoso y dañino que el cloro y que fue el responsable de la mayor parte de las muertes por gas de la guerra.

Los franceses habían desarrollado obuses de artillería cargados con fosgeno bajo la dirección del químico Victor Grignard. Los alemanes replicaron mejorando sus obuses K y T con cargas de difosgeno (conocido como “cruz verde”, por las marcas que los artilleros hacían en ellos para diferenciarlos de los de alto explosivo).

El primer ataque alemán con difosgeno tuvo lugar el 11 de diciembre de 1915, nuevamente, en el saliente de Ypres. Los británicos, avisados por sus servicios de inteligencia desde el verano de 1915 de que Alemania pensaba emplear un nuevo gas asfixiante, habían desarrollado preparativos defensivos, incluyendo una nueva máscara antigás. Las contramedidas británicas paliaron sus efectos.

En Verdún, el 9 de marzo de 1916, los alemanes bombardearon el sector de Fort Douaumont con obuses de fosgeno. En un solo día se llegaron a disparan cien mil obuses. No obstante, en 1916, los proyectiles de gas todavía eran un arma marginal en las operaciones. De los treinta y siete millones de obuses lanzados por ambos bandos en Verdún, entre febrero y julio de 1916, apenas un 1% eran de gas.

Verdún, una de las batallas más sangrientas de la Primera Guerra Mundial

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Terceros

El gas mostaza

La mejora de las máscaras de gas había hecho prácticamente inútiles los lacrimógenos y los primeros gases. A partir de 1916, ambos bandos echaron mano de agentes tóxicos cada vez más letales, capaces de atravesar las protecciones: ácido cianídrico y tricloruro de arsénico, en el caso de los franceses; cloruro de difenilarsina y cianuro de difenilarsina, mucho más irritantes, en el caso de los alemanes, que los conocían como “cruz azul”. Estos gases no dieron el resultado esperado.

Pero en el verano de 1917, los alemanes añadieron a su arsenal el sulfuro de diclorodietilo, conocido como yperita, por la ciudad de Ypres (Ieper en flamenco), donde realizaron el primer bombardeo sobre las posiciones británicas. La yperita representaba un paso más en la escalada de la letalidad tóxica. Causaba quemaduras graves en los ojos, la piel y las mucosas, y era capaz de atravesar el caucho natural de las botas y las máscaras de gas.

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Las tropas ni siquiera se dieron cuenta de que estaban siendo objeto de un ataque químico, salvo por un ligero olor a ajo o mostaza (de ahí el nombre de gas mostaza). No fue sino mucho más tarde que comenzaron a sentir dolores terribles en los ojos y a vomitar; los síntomas se agravaron con el paso de las horas.

Durante el siguiente mes los alemanes dispararon cien mil obuses de yperita contra los franceses, provocando veinte mil bajas. Los aliados no comenzaron a producir yperita hasta finales de 1917. Mientras tanto, su uso exclusivo por los alemanes supuso un duro golpe para la moral de unas tropas aliadas exhaustas tras los fracasos de las ofensivas en Champaña y Passchendaele.

La mañana siguiente a la batalla de Passchendaele

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Dominio público

El gas mostaza cambió la naturaleza de la guerra química. Causó ocho veces más víctimas que todos los otros agentes tóxicos alemanes. Para protegerse, las tropas debían llevar permanentemente las máscaras de gas, guantes, polainas especiales y gafas de protección.

Puesto que el gas permanecía a veces durante semanas en los lugares donde se había disparado, podía convertir vastos espacios en verdaderos desiertos militares, impidiendo los avances. Durante el invierno, la yperita se congelaba en una especie de nubes de color amarillo que colgaban de los árboles o se metían en las trincheras, y durante la primavera volvían a ser letales.

Los ataques alemanes de 1917 en Riga o Caporetto, o en las ofensivas Ludendorff-Michael de 1918, emplearon un número extraordinario de proyectiles de yperita combinados con los de difosgeno y de alto explosivo. Los aliados usaron de forma extensiva el gas mostaza en sus operaciones para romper la línea Hindenburg en septiembre de 1918. En las últimas semanas de la guerra, cerca de una cuarta parte de los proyectiles disparados contenían carga química.

¿Fue efectiva la guerra de gases?

Poco después del ataque de Ypres de abril de 1915, se recomendó a las tropas que usaran paños mojados con orina para respirar a través de ellos. La urea de la orina reacciona con el cloro, neutralizándolo mediante la formación de diclorourea, una reacción que ya se había estudiado en 1908.

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Soldados cargando una batería de lanzadores de gas Livens

Terceros

Las primeras máscaras de gas no tardaron en aparecer en el frente, y, al igual que las armas, las protecciones generaron una carrera contrarreloj para ganar la guerra química. Esta disciplina contra el gas hizo disminuir rápidamente las bajas. En las fuerzas británicas, la tasa disminuyó del 17% en 1916 al 2,4% en 1918, y eso a pesar de la yperita.

En total, fueron empleadas durante la guerra 124.208 toneladas de gas. En 1918, la producción de proyectiles de gas empleaba a setenta y cinco mil obreros y exigía procesos de fabricación increíblemente peligrosos. Se calcula que el gas fue el responsable de un millón trescientas mil bajas, incluyendo noventa mil muertos, esto es, entre el 3 y el 3,5% del total.

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Aunque un soldado británico afirmó que aquel día de abril de 1915 en Ypres se había producido el mayor cambio en la forma de hacer la guerra desde la invención de la pólvora, el uso del gas no fue determinante en ninguna operación de la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, el soldado protegido por una máscara antigás se convirtió en una de las imágenes icónicas de la contienda. El gas representaba el frío pragmatismo de la guerra total: para vencer al enemigo, todo estaba permitido, incluso atacar las raíces mismas de lo que permite existir a un ser vivo, el respirar.

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