En la primavera de 1941, Mussolini recibía continuamente informes de su Servicio de Inteligencia Militar (SIM). Todos apuntaban en la misma dirección: Alemania preparaba la invasión de la Unión Soviética. El Duce ansiaba unirse a la cruzada antibolchevique de Hitler para demostrar la credibilidad de la Italia fascista ante sus aliados nazis.
Por aquel entonces, Italia ya llevaba un año implicada en la Segunda Guerra Mundial. Las tropas de Mussolini estaban teniendo una actuación cuestionable allí donde combatían, como en el norte de África o en Grecia. Así que el líder fascista consideró la Operación Barbarroja (la invasión de la URSS) una cuestión de honor, en la que su ejército debía demostrar que era una fuerza de combate fiable.
Los generales italianos tenían dudas sobre la aventura soviética. El Alto Mando demostraba cierto optimismo en la rápida campaña que preparaban los alemanes, que esperaban lograr la victoria sobre la URSS antes de la llegada del invierno. Otras voces eran más pesimistas (o realistas). Por ejemplo, la del coronel Valfré di Bonzo, antiguo agregado militar en Moscú, quien advirtió que el Ejército Rojo podía ser un rival formidable pese a estar mermado por las purgas estalinistas.
A través de su yerno y ministro de Asuntos Exteriores, el conde Galeazzo Ciano, Mussolini insistió a Berlín para que aceptara la presencia de sus tropas en la campaña. Hitler no aceptó formalmente la ayuda italiana hasta el 30 de junio de 1941, ocho días después del inicio de la invasión del territorio soviético. Una vez obtenido el beneplácito del Tercer Reich, Italia preparó una fuerza expedicionaria inicial de unos 62.000 soldados.
Hitler y Mussolini
El régimen fascista puso todo su empeño en que estas tropas tuvieran el mejor equipamiento posible para estar altura de las alemanas, consideradas entonces el mejor ejército del mundo. Mussolini proporcionó a sus soldados 5.500 camiones –unos medios motorizados inauditos para lo que era habitual en el ejército italiano, el Regio Esercito–.
Las fuerzas italianas también contarían con apoyo de artillería y aviación. Asimismo, Roma envió una flotilla de lanchas torpederas para operar en el mar Negro.
Los soldados de Mussolini quedaron encuadrados en el denominado Cuerpo Expedicionario Italiano en Rusia (o CSIR, las siglas en italiano de Corpo di Spedizione Italiano in Russia). Estaría comandado por el general Giovanni Messe, un oficial con experiencia al frente de tropas motorizadas en las campañas de Abisinia y Grecia.
El 16 de julio las primeras tropas italianas entraron en suelo soviético. El CSIR se desplegaría a las órdenes del mariscal Gerd von Rundstedt en zonas de la actual Ucrania con la misión de avanzar hacia el Dniéper.
Las legiones de Mussolini en la estepa
Al contrario de lo visto en Grecia o Libia, las tropas italianas tuvieron un buen desempeño al inicio de la Operación Barbarroja. Tras desplegarse en el frente, ayudaron a las tropas alemanas del general Heinz Guderian a completar el cerco de Kyiv, considerada una de las maniobras más brillantes de la guerra relámpago alemana en la URSS.
El 3 de septiembre los soldados italianos alcanzaron el Dniéper, y a finales de ese mes el CSIR completó su primera gran operación sin apoyo alemán, al rodear a un importante contingente del Ejército Rojo. Supuso la captura de 10.000 soldados.
Soldados italianos, con mulas de carga en la URSS, 1942
Los éxitos de estas tropas provocaron una ola de orgullo patriótico entre la población italiana y el régimen fascista les sacó todo el jugo propagandístico posible. Incluso Hitler felicitó a Mussolini por la contribución de sus tropas a la campaña contra Stalin.
El Duce se entusiasmó hasta el punto de ofrecer más tropas a Hitler. Pero los generales italianos y alemanes sobre el terreno sabían que la eficacia del CSIR se sostenía con alfileres. Las líneas de suministro eran muy extensas, por lo que sería muy complicado para Berlín abastecer a más tropas de Mussolini, incluso con ayuda italiana.
El general Messe también advirtió de la falta de material pesado (carros de combate y armas antitanque) al propio dictador italiano cuando visitó a sus fuerzas en la URSS. Pero Mussolini no hizo caso a estas voces, y únicamente quería demostrarle a Hitler su compromiso.
Sobre el terreno, y ante un Ejército Rojo todavía muy mermado, las dificultades logísticas parecían más una cuestión de despachos. Los soldados de Mussolini se aprovechaban de los fértiles cultivos ucranianos para abastecerse, aunque para ello incurrieran en crímenes de guerra contra los civiles.
Giovanni Messe junto a sus tropas en Rusia
En los días finales de 1941, Mussolini también pudo presumir de que su ejército fue más previsor con la llegada del frío. El Regio Esercito había aprendido la lección del invierno anterior, cuando sus tropas sufrieron los rigores del clima en las montañas de Albania y Grecia. Pese a los problemas logísticos para trasladar el material al sur de la URSS, las tropas transalpinas contaron con ropas de abrigo mucho más adecuadas que las de muchas unidades alemanas.
Asimismo, valiéndose de su experiencia, el general Messe se anticipó a los contraataques invernales del Ejército Rojo y ordenó a sus tropas preparar posiciones en la cuenca del Don que facilitaron la defensa y no tuvieron que retirarse desordenadamente como sí hizo la Wehrmacht a las puertas de Moscú.
¿Culpables de Stalingrado?
El propio Hitler culpó al invierno del fracaso de sus soldados en la URSS, aunque sabía que iba a necesitar más tropas de sus aliados para continuar la guerra contra Stalin en 1942. Así que aceptó la llegada de refuerzos italianos.
Mussolini amplió el despliegue de sus tropas hasta los 229.000 hombres, apoyados por unos 22.000 vehículos y 1.300 piezas de artillería. Ante el incremento de medios humanos y materiales, el contingente italiano pasó a denominarse 8.º Ejército.
Messe se opuso a este aumento de los efectivos, ya que consideraba que solo incrementaría los problemas logísticos y, pese al gran despliegue, no contaba con material pesado para enfrentarse con garantías al Ejército Rojo. Además, consideraba –no sin razón, como se vería– que esas tropas podían ser de más utilidad en otros lugares como África o la propia Italia.
Las quejas de Messe le valieron quedar relegado a un segundo plano, y el mando del 8.º Ejército recayó en el general Italo Gariboldi, gobernador de Libia hasta entonces y hombre de confianza del Duce.
Soldados italianos avanzan posiciones en el invierno de 1942
Por su parte, los alemanes estaban particularmente interesados en el despliegue de las tropas italianas más especializadas. El gran objetivo de la ofensiva de 1942 iban a ser los pozos petrolíferos del Cáucaso, y los alpini (soldados de montaña) de Mussolini podían ser de utilidad para avanzar por esa cordillera.
Las tropas italianas debutaron en la Operación Azul con éxitos al sureste de Járkiv. Una unidad de bersaglieri (infantería motorizada) incluso rescató a un regimiento alemán de ser rodeado por fuerzas soviéticas el 30 de julio de 1942. Los jinetes del Duce protagonizaron, además, una de las últimas cargas de caballería de la historia.
Esta buena progresión cambió el 13 de agosto, cuando el 8.º Ejército fue asignado para proteger el flanco izquierdo de las tropas alemanas que avanzaban hacia Stalingrado. Las fuerzas italianas no se implicarían en los combates urbanos, pero cubrieron un frente de 250 km en el que tuvieron que afrontar una gran ofensiva soviética, la Operación Urano, entre el 19 y el 23 de noviembre.
Aunque Urano supuso el cerco del 6.º Ejército alemán en Stalingrado, las tropas italianas aguantaron las embestidas en el río Don. Pero Stalin se fijó ellas y las consideró el eslabón más débil para dar el golpe de gracia al maltrecho frente del Eje en los ríos Don y Chir.
Panzer alemán en el frente en diciembre de 1942
Esta nueva ofensiva, la Operación Pequeño Saturno, comenzó el 16 de diciembre. El Ejército Rojo atacó a los italianos con una ventaja numérica de 9 a 1 y con una clara superioridad en medios blindados. Los alemanes trataron de socorrer a sus aliados enviando varias unidades panzer, pero la acometida soviética era imparable. Tres días después se dio la orden de retirada al 8.º Ejército, que se convirtió en una desbandada.
Unos 130.000 soldados italianos quedaron rodeados por el empuje soviético. Las pocas unidades que conservaron la disciplina lograron alcanzar las líneas del Eje a finales de 1943. En total, en las semanas previas, habían muerto 84.000 soldados y unos 64.000 fueron capturados por el Ejército Rojo (solo 10.000 de ellos regresarían a casa tras la guerra).
El 8.º Ejército se disolvió el 31 de enero de 1943. Los alemanes les culparon del descalabro que alejaba las esperanzas de rescatar a sus fuerzas atrapadas en Stalingrado. Gariboldi se defendió asegurando que le habían asignado un frente demasiado amplio sin armamento pesado. Los supervivientes volvieron a Italia para recuperarse, pero jamás regresarían a la URSS.
Las quejas de Messe a principios de 1942 resultaron proféticas. Aunque las tropas del CSIR y del 8.º Ejército lucharon bien buena parte del tiempo, los medios comprometidos supusieron un gran esfuerzo para la industria bélica del país, demostraron ser insuficientes para las exigencias del frente del Este y podían haber sido más útiles para defender la propia Italia ante los desembarcos aliados de 1943.




