“Ni el instructor más sádico podía haber ideado algo así”: la invasión nazi de Noruega y el fiasco de la respuesta aliada durante la Segunda Guerra Mundial

Operación Weserübung

Se cumplen 85 años del final de la invasión alemana del país nórdico. El autor, que acaba de publicar el ensayo ‘Noruega 1940’ (Salamina), nos explica este oscuro momento para los aliados

Infantería alemana atacando un pueblo noruego en llamas, abril de 1940

Infantería alemana atacando un pueblo noruego en llamas, abril de 1940

Bundesarchiv, Bild 183-H26353 / Borchert, Erich (Eric) / CC-BY-SA 3.0

En 1929, el almirante Wolfgang Wegener había indicado que, en caso de una nueva guerra mundial, Alemania debería conseguir bases navales en Noruega. De esta forma, la flota germana podría escapar de los confines del mar del Norte y conseguir una posición estratégica en el Atlántico Norte desde la que atacar el tráfico marítimo británico.

Los argumentos de Wegener sirvieron como base para la estrategia del Gran Almirante Erich Raeder, el comandante de la Kriegsmarine. Tras el ataque a Polonia en septiembre de 1939, Raeder intentó que Hitler aprobara uno a Noruega. Hitler, que planeaba arremeter contra el Oeste cuanto antes, prefería en ese momento mantener la neutralidad de Noruega, Suecia y Finlandia.

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Su objetivo era asegurar un flujo de mineral de hierro sueco a Alemania. El alto contenido en hierro del mineral sueco lo hacía ideal para fabricar acero. Cuando el Báltico se congelaba, entre diciembre y abril, el mineral se enviaba por ferrocarril al puerto noruego de Narvik, libre siempre de hielo, y desde allí por las aguas neutrales noruegas hasta Alemania.

La coalición franco-británica quería hacer todo lo posible para evitar las grandes matanzas de la Gran Guerra. Los estados mayores aliados buscaban estrategias periféricas que pudieran erosionar el esfuerzo de guerra alemán. El Primer Lord del Almirantazgo, Winston Churchill, se había convertido enseguida en un contrapeso agresivo a las dudas del primer ministro, Neville Chamberlain. En el otoño de 1939 decidió organizar una operación de minado de las aguas noruegas para detener el tráfico de mineral de hierro sueco.

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Neville Chamberlain y Winston Churchill 

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Muy pronto el plan se unió al de mandar una expedición para ayudar a los finlandeses cuando la URSS de Stalin los atacó en noviembre de 1939. La expedición permitiría además apoderarse de las minas de hierro suecas. Pero Noruega y Suecia se negaron a permitir que las tropas aliadas pasaran por su territorio hacia Finlandia. Aunque se hicieron grandes preparativos, a mediados de enero de 1940 solo se había decidido continuar adelante con la operación de minado.

Operación Weserübung

Hitler, sin embargo, no dudaba. En diciembre de 1939, el líder del partido fascista noruego NS, Vidkun Quisling, visitó Berlín recomendado por Raeder. Quisling pidió ayuda a Hitler para dar un golpe de Estado en su país antes de que los británicos, con ayuda de elementos “judíos” del gobierno, le tomaran la delantera. Hitler ordenó un estudio operativo para invadir Noruega. Poco después, Dinamarca fue incluida en la operación Weserübung (Ejercicio Weser). Esto desmiente la idea de que la invasión fue un ataque preventivo de Hitler. Los alemanes no conocían los planes aliados, sino que combinaron las ideas de Raeder con la oportunidad para hacerse con el control de Narvik.

La operación comenzó en la madrugada del 9 de abril. Una primera oleada de 9.000 hombres fue trasladada por mar a seis ciudades noruegas: Narvik, Trondheim, Bergen, Kristiansand, Stavanger y la capital, Oslo. Otros 60.000 hombres serían remitidos una vez que se hubieran asegurado los objetivos. Raeder comprometió la práctica totalidad de sus buques de superficie para transportar o escoltar a las fuerzas de invasión. La Luftwaffe proporcionó un apoyo masivo y por primera vez se usaron paracaidistas para apoderarse de puntos clave, como el aeródromo de Sola, próximo a Oslo.

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Con fuerzas armadas minúsculas y mal equipadas y una cultura de la neutralidad muy arraigada en sus sociedades, ni los noruegos ni los daneses podían resistir el ataque. Dinamarca se rindió en seis horas. Pero en Noruega los alemanes tuvieron más dificultades. Las baterías costeras de la fortaleza de Oscarborg, que cubrían los accesos por mar a Oslo, hundieron al crucero pesado alemán Blücher. Esta resistencia inesperada dio tiempo al rey Haakon VII, su familia y el gobierno a escapar de la capital. El monarca se negó a reconocer a Quisling como primer ministro y animó a los noruegos a resistir en espera de la ayuda aliada.

La Royal Navy había sido incapaz de interceptar a la flota alemana de camino a Noruega. Pero el 10 y el 13 de abril una fuerza de destructores, apoyada por el acorazado Warspite, eliminó los diez destructores alemanes en Narvik. Las tropas de montaña alemanas que habían tomado el puerto quedaron aisladas. Hitler sufrió un ataque de pánico y ordenó que se evacuara Narvik. Sus oficiales no obedecieron y la situación se estabilizó poco a poco.

“Ni el instructor más sádico podía haber ideado algo así”

La supremacía aérea alemana iba a condicionar completamente la campaña. En Noruega central, la Luftwaffe también consiguió anular el poder de la Royal Navy. El Almirantazgo decidió no arriesgar sus grandes buques y la Luftwaffe estableció un puente aéreo para abastecer a los sitiados en Narvik. Gracias al poder aéreo, los germanos avanzaron rápidamente por Noruega meridional y central, haciendo retroceder a las fuerzas noruegas que les resistían.

La acción dilatoria de los noruegos permitió que los aliados desembarcaran una fuerza en Namsos, al noroeste de Trondheim, y otra en Åndalsnes, al suroeste de esta ciudad. Pero ambas operaciones estaban sumidas en una extraordinaria confusión. Las tropas no disponían de artillería o fijaciones para los esquís. Además, los engreídos británicos se resistían a colaborar con los noruegos, a los que consideraban soldados de segunda fila o quintacolumnistas (quisling se iba a convertir en un término para denominar a los colaboracionistas en la Europa ocupada).

Oficiales nazis en Oslo, en 1940

Oficiales nazis en Oslo, en 1940

Bundesarchiv, Bild 101I-759-0139N-28A / Ruge, Willi / CC-BY-SA 3.0

Fue una verdadera catástrofe. Los aliados, que habían venido a ayudar a los noruegos, pronto necesitaron el apoyo de estos para sobrevivir. “Ni el instructor más sádico podía haber ideado una cosa así”, le contó a su hijo el general sir Bernard Paget, jefe de la expedición de Åndalsnes. Los alemanes avanzaron a toda velocidad hacia Trondheim haciendo saltar todas las posiciones de las tropas aliadas. Namsos y Åndalsnes fueron reducidas a cenizas por los bombarderos de Hitler. Los aliados evacuaron Noruega central el 3 de mayo.

Un resultado inesperado

Mientras tanto, el 15 de abril, una brigada británica desembarcó en el fiordo de Narvik, seguida poco más tarde por una división francesa. En sus filas se contaba un aguerrido contingente de veteranos de la República española que habían decidido continuar el combate contra el fascismo alistados en la Legión Extranjera.

Noruega se convirtió en un teatro de guerra secundario cuando, el 10 de mayo, Hitler desencadenó la gran ofensiva en el Oeste. Los aliados decidieron hacer un último esfuerzo para apoderarse de Narvik, destruir las instalaciones de carga de mineral y luego evacuar a la familia real, el gobierno noruego y las tropas aliadas.

El día 28 los alemanes fueron expulsados de Narvik. Fue una victoria triste, en medio de los negros nubarrones que se cernían sobre los aliados: Hitler derrotó a Francia en cuestión de semanas y la evacuación de Noruega se solapó con la de las tropas británicas en Dunkerque. El 10 de junio, las últimas tropas noruegas se rindieron a los alemanes en Narvik. Tras 62 días de lucha desigual, Noruega fue, después de la URSS, el país que más tiempo resistió una invasión de Hitler.

La victoria germana también tuvo sus claroscuros. Si las fuerzas de tierra alemanas no tuvieron demasiadas bajas, la Luftwaffe perdió casi 250 aviones, especialmente de transporte. El precio más alto lo pagó la Kriegsmarine. Los británicos también perdieron buques, pero podían sustituir fácilmente las bajas.

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Bundesarchiv, Bild 101I-0762-281-30 / Möller / CC-BY-SA 3.0

A comienzos de verano, cuando Hitler planeaba la invasión de las islas Británicas, Raeder solo disponía de 3 cruceros y 4 destructores sin daños, aunque otros buques estaban en proceso de reparación o construcción. La flota de superficie alemana no volvió a jugar un papel decisivo durante el resto de la guerra. Las bases noruegas se usaron por los submarinos y la aviación para atacar los convoyes aliados que transportaban ayuda a la URSS, pero la debilidad de su flota impidió a Hitler proyectarse en el Atlántico Norte de manera más eficaz.

La dirección de la campaña le costó el cargo a Chamberlain. Tras un acalorado debate en la Cámara de los Comunes, renunció a dirigir el país y fue sustituido por Churchill, que no era menos responsable que él en el fracaso en Noruega. “Teniendo en cuenta el prominente papel que desempeñé en aquellos sucesos –admitió este en sus memorias–, maravilla fue que yo sobreviviese y conservara la estima pública”.

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Así, un resultado imprevisto del fiasco noruego fue situar a Churchill en la cima del poder político. Su liderazgo inspirador mantuvo a Gran Bretaña en la brecha durante los difíciles meses del verano y el otoño de 1940 y lo convirtió en el icono de la victoria final aliada sobre la tiranía nazi.

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