Elon Musk ha acabado tan desencantado tras su ruptura con Donald Trump que ha decidido que lo que EE. UU. Necesita es un nuevo partido político. Quiere crear un “Partido de América” que ponga fin a casi dos siglos de reparto de poder entre republicanos y demócratas. Haría bien en recordar lo que decía el historiador Richard Hofstadter sobre el papel de los “terceros partidos” en la política estadounidense: “Son como una abeja, pican y después mueren”.
Efectivamente, los partidos minoritarios han logrado “picar” a menudo, es decir, hacer daño a los dos grandes. Muchos demócratas creen todavía hoy que Hillary Clinton habría sido presidenta en vez de Donald Trump si no fuera por la candidatura verde de Jill Stein en 2016, y hay poca duda de que George Bush hijo habría perdido en 2000 si no fuera por unos pocos votantes que apoyaron a Ralph Nader en Florida, pero que normalmente votaban demócrata. Pican, desde luego, pero, como decía Hofstadter, también mueren.
Desde que se fundó el Partido Republicano hace 171 años, todos los presidentes de EE. UU. Han sido de ese partido o del demócrata, y hace casi seis décadas desde la última vez que un candidato presidencial de un “tercer partido” logró ganar siquiera en un estado. En otras palabras, hacer política en un partido que no se llame demócrata o republicano ha sido casi siempre sinónimo de no llegar jamás al poder. Incluso si eres un millonario con recursos casi ilimitados como es Elon Musk, o como era Ross Perot.
La aventura presidencial de Ross Perot
La idea de Elon Musk de fundar un nuevo partido “para el 80% que está en el medio” no se entiende sin saber lo mal que ha acabado con el presidente Trump tras haber sido su fiel consejero y financiador. En esto recuerda a otro millonario que también tenía sólidos vínculos con el Partido Republicano y cuya decepción le llevó a enfrentarse a él: el millonario tejano Ross Perot había apoyado a Nixon y a Reagan, pero durante el mandato de Bush padre se sintió decepcionado por el endeudamiento y la primera invasión de Irak.
Como con Musk, el indudable éxito de Perot en los negocios resultaba atractivo para muchos votantes, pero además su dinero era una baza importante para convencer al resto. Musk puede poner su fortuna y su plataforma X al servicio de su proyecto político, del mismo modo que Perot tuvo los recursos para comprar espacios de 30 minutos en la televisión nacional y explicar directamente su programa a los votantes. La mayor diferencia, quizá, es que Perot había nacido en Texas y Musk, como estadounidense nacionalizado, no puede presentarse directamente a presidente.
De izquierda a derecha, Bill Clinton, Ross Perot y George Bush tras un debate electoral en 1992
En su primer intento de ser presidente, en 1992, Ross Perot no logró ganar ni un solo estado, pero se hizo con un 19% del total de los votos: todo un récord. Cuando lo intentó de nuevo cuatro años después, ya había fundado oficialmente el Partido de la Reforma, pero se quedó por debajo del 9%. Muchos votantes simpatizaban con sus ideas, pero, como reconocía su jefe de campaña en una entrevista, también pensaban que “un voto a Perot es un voto tirado a la basura, porque no puede ganar”.
Esa debilidad ante el argumento del “voto útil” ha sido el gran talón de Aquiles de los terceros partidos en EE. UU. Han logrado convencer a muchos votantes presentándose como una opción intermedia entre los dos grandes partidos o como la versión mejorada de uno de ellos, pero al final la idea de votar pensando en evitar un mal mayor ha sido definitiva para que casi nunca llegaran al poder. En un sistema en el que la victoria final está casi al 100% entre dos opciones, una tercera opción siempre resulta más arriesgada para muchos votantes.
El Partido de la Reforma de Perot a duras penas sobrevivió a su fundador. Desde que obtuvo más de 8 millones de votos en las presidenciales de 1996, nunca ha vuelto a superar el medio millón, y en las últimas elecciones ni siquiera participó: había designado como candidato al activista antivacunas Robert F. Kennedy, que acabó retirándose para apoyar públicamente a Trump y hoy es su ministro de Sanidad.
Ganar de otra manera
Al igual que Robert Kennedy ha logrado influir en Trump retirándose de la pelea y trabajando a su lado, también muchos terceros partidos estadounidenses han tenido su importancia sin haber ganado elecciones. El Partido Populista de finales del XIX, por ejemplo, acabó integrado en el Partido Demócrata, pero dio fuerza a ideas que antes parecían quimeras, como la de establecer a nivel nacional un impuesto progresivo sobre la renta, que los demócratas harían realidad en 1913.
Es también por esas fechas cuando aparece brevemente el Partido del Alce Macho, creado en 1912 con ese nombre porque era el apodo de su principal figura e impulsor, el expresidente Teddy Roosevelt. Cuando su partido de siempre, el republicano, le negó su apoyo para intentar un tercer mandato, Roosevelt respondió yéndose por su cuenta. El “Bull Moose” quedó segundo, pero su agenda reformista, que incluía el derecho a voto de las mujeres o la jornada laboral de ocho horas, se haría realidad en los siguientes años.
Theodore Roosevelt en un coche durante la campaña de 1912
Esa podría ser también la ambición de Musk: no tanto crear un partido para ganar, sino para servir como bisagra entre republicanos y demócratas. Así lo explica él mismo en su red social: “Una manera de hacerlo sería centrarnos en dos o tres escaños en el Senado y ocho o diez en la Cámara de Representantes. Dado lo estrecho de los márgenes legislativos, sería suficiente para convertirnos en el voto decisivo en leyes controvertidas”.
Los partidos del odio
Hay terceros partidos que han surgido con vocación de sustituir a los grandes o de situarse entre ellos, pero también otros muchos que han sido solo manifestaciones organizadas de odio o rencor contra un grupo particular o por una causa particular. En 1828, cuando la política nacional estaba dominada por el Partido Demócrata y sus rivales “nacional-republicanos”, ya surgió un tercer partido con una agenda política clara: el Partido Anti-Masónico presumía de un discurso antielitista y llegó a tener 25 diputados.
Solo unos años después, el grupo a atacar eran los inmigrantes, y muy en particular los millones de católicos que llegaban desde Irlanda o Alemania. Así nació en la década de 1840 el Partido Know-Nothing, o “no sé nada”, que adoptó ese nombre porque sus miembros debían negar conocerlo si se les preguntaba por él, pero que pronto actuó abiertamente bajo la denominación de Partido Nativo Americano o Partido Americano.
'Ciudadano know-nothing', imagen del ideal del partido
Durante dos décadas promovió la discriminación y en ocasiones la violencia hacia los católicos y los inmigrantes, e hizo lo posible porque solo los protestantes votaran y tuvieran acceso al empleo público. Los know-nothing llegaron a tener más de cien escaños en el Congreso y gobernaban varios estados, siendo quizá el tercer partido con mayor éxito electoral de todo EE. UU. A nivel local, aunque nunca aspiró realmente a la presidencia.
Las dos últimas veces que un tercer partido ha logrado ganar algún estado en unas elecciones presidenciales fue en 1948 y en 1968. En ambos casos se trataba de formaciones cuyo programa consistía en defender la segregación racial y que se presentaban con el único ánimo de resistir los esfuerzos del gobierno central por asegurar la igualdad de derechos entre blancos y negros en el sur del país.
Primero fue el Partido Demócrata de los Derechos de los Estados, y dos décadas después el Partido Americano Independiente, pero la agenda era fundamentalmente la misma y sus apoyos también: sus dos candidatos presidenciales ganaron en Luisiana, Misisipi y Alabama, además de algún otro estado del sur profundo donde a la población negra se le había negado tradicionalmente el derecho al voto.
Una misión difícil
Elon Musk puede fundar su nuevo partido por muchos motivos: como venganza contra sus antiguos aliados, como hizo Teddy Roosevelt, o porque cree que lo haría mejor que los dos grandes partidos, como le pasaba al millonario Ross Perot; incluso para empujar a alguno de esos partidos hacia sus posiciones, como logró el Partido Populista en su día. Sin embargo, debe saber que el camino de los terceros partidos en la historia de EE. UU. Siempre ha sido cuesta arriba. Picar sí, pero también morir.
Elon Musk escucha al presidente Trump durante un discurso en el Despacho Oval
Cuesta mucho crear la infraestructura necesaria para aparecer en la papeleta electoral en igualdad de condiciones con republicanos y demócratas, y cuesta también reclutar candidatos que estén comprometidos con el ideario del partido y no sean meros oportunistas. Sobre todo, dicen las lecciones de la historia, cuesta muchísimo convencer a los votantes de que no están “tirando su voto a la basura” apoyando a un candidato casi sin opciones.
Para conquistar todos esos retos, el dinero casi ilimitado que tiene Elon Musk puede ayudar y mucho, pero solo merece la pena embarcarse en ese tipo de misión casi imposible si uno está absolutamente convencido de su utilidad, y en su corta trayectoria en política Musk ya ha dado bastantes muestras de inconsistencia.


