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‘The Rocky Horror Picture Show’, el musical ‘queer’ adelantado a su tiempo, cumple 50 años

Más que cine

Basada en una obra teatral, esta película, estrenada hace cinco décadas, se convirtió en una obra de culto cuando consiguió encontrar a su verdadero público en las proyecciones de medianoche

Fotograma de 'The Rocky Horror Picture Show'

20th Century Fox

Hay múltiples formas de disfrutar de una película, que van de la contemplación reverente del cinéfilo de filmoteca hasta la actitud despendolada y festiva que exhiben los fans de una obra tan atípica y estimulante como The Rocky Horror Picture Show. A menudo vestidos como los personajes del filme, se colocan ante la pantalla para imitar sus coreografías (o bien contemplan a un grupo de actores en vivo encargados de cumplir esta función), y también intervienen en diversos momentos de la proyección utilizando elementos de utillería, como globos, pistolas de agua, matasuegras, confeti o papel higiénico.

Curiosamente, esta cinta de culto, mil veces repuesta en pases especiales en todo el mundo, tuvo en el momento de su estreno muy mala acogida. Todo cambió cuando los publicistas de 20th Century Fox encargados de su promoción, Lou Adler y Tim Deegan, descubrieron que había algunos fans de Los Ángeles que habían visto la película un montón de veces. Eso les decidió a buscar públicos menos convencionales.

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En 1976, probaron con las sesiones golfas y dieron en el clavo. En el cine Waverly de Greenwich Village, en Nueva York, consiguieron un impresionante récord en las sesiones de medianoche, manteniéndose noventa y cinco semanas en cartel. La leyenda cuenta que un profesor llamado Louis Farese Jr, al ver al personaje de Janet, interpretado por una primeriza Susan Sarandon, tapándose la cabeza con un periódico para refugiarse de la lluvia, gritó desinhibidamente: “¡Cómprate un paraguas, puta tacaña!”. Este fue el origen del llamado “diálogo de contrapunto”, por el que los fans ofrecían réplicas humorísticas a diálogos y situaciones, interactuando con la película.

De recaudar menos de 400.000 dólares en las tres primeras semanas de estreno, el estudio pasó a obtener beneficios por encima de los cinco millones de dólares en un solo año. A finales de los setenta, Fox tenía unas doscientas copias en circulación. Pronto surgieron clubs de fans, convenciones y un sinfín de objetos de merchandising. The Rocky Horror era ya algo más que una película; se había convertido en un auténtico fenómeno de masas.

De izqda. a dcha., Tim Curry (Dr. Frank-N-Furter), Barry Bostwick (Brad) y Susan Sarandon (Janet) en ‘The Rocky Horror Picture Show’, 1975

Michael Ochs Archives/Getty Images

Un musical transgénero

Pero la importancia de esta cinta va más allá de su inesperado éxito popular. Es también una obra que se convirtió en una rompedora oda a la liberación sexual, anticipándose a la revolución transgénero que estaba por venir. Como bien explicó Gordene Olga MacKenzie en el ensayo Transgender Nation (1994), el mensaje fundamental de Rocky Horror era propugnado por su personaje más carismático, el inenarrable mad doctor travesti Dr. Frank-N-Furter, interpretado por Tim Curry: “No sueñes con ello, hazlo”.

Siguiendo los códigos de las viejas historias de terror gótico, la bobalicona y reprimida pareja protagonista, Brad y Janet, se veían obligados, tras el pinchazo de una rueda de su coche, a dirigirse a un intrigante castillo para solicitar llamar por teléfono. Allí serán instruidos por el lujurioso Frank-N-Furter –con la colaboración de su particular creación, el efebo musculado llamado precisamente Rocky Horror– en las “virtudes” de la bisexualidad y el amor libre.

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Pese a su aspecto de mero entretenimiento de estética trash, la película reflejaba los deseos de cambio de una generación marcada por el desencanto ante la corrupción política (cuando Brad y Janet van en coche, en la radio suena el discurso de dimisión de Richard Nixon) y también por el espíritu libérrimo del punk, cuyo sonido agreste y a la vez hedonista inspira las canciones compuestas por Richard O’Brien.

Este actor y escritor de origen neozelandés, que se ha definido a sí mismo como una persona no-binaria, fue el autor completo del musical rock precedente, que se estrenó el 19 de junio de 1973 en el Royal Court Theatre de Londres. En la versión cinematográfica, O’Brien se encargó de escribir el guion junto al director Jim Sharman, y también interpretó el papel de Riff Raff, el criado jorobado de Frank-N-Furter.

Richard O’Brien (autor de la obra original) y Patricia Quinn como Riff Raff y Magenta en la comedia musical ‘The Rocky Horror Picture Show’, 1975

Movie Poster Image Art/Getty Images

Con inteligencia, O’Brien reelabora el mito frankensteineano para acercarse al descubrimiento de la identidad queer, que inspira un inopinado terror en las mentalidades más conservadoras de su tiempo. La obra de teatro y la película parodian la masculinidad patriarcal (representada en la personalidad acartonada de Brad o en el culto al body-building). En contrapartida, Frank-N-Furter y sus secuaces del planeta Transexual, que ya han superado los límites convencionales de la definición más previsible de los géneros, parecen disfrutar mucho más de los placeres mundanos.

Los placeres del ‘camp’

La película recicla libremente una sugerente batidora de influencias. En ella encontramos rastros, voluntarios o no, del terror de la Universal o de la productora británica Hammer, la ciencia ficción de serie B al estilo de Ed Wood, las películas de culturistas musculados como Steve Reeves, el cabaret berlinés y el expresionismo, el cine contracultural de John Waters, la cinta de moteros homosexuales Scorpio Rising (1963) de Kenneth Anger, el rock and roll de los cincuenta mezclado con el punk y el glam rock… 

La cinta forma parte de una serie de musicales de inspiración posmoderna –que van de El fantasma del paraíso (1974) de Brian De Palma a Principiantes (1986) de Julien Temple– capaces de fundir alegremente épocas, tonos y estilos en apariencia incongruentes, sirviéndose de una puesta en escena repleta de barroquismo pop, del gusto por la provocación y del uso de un sentido del humor desmitificador.

Escena de baile en el filme ‘The Rocky Horror Picture Show’, 1975

Michael Ochs Archives/Getty Images

The Rocky Horror encaja bien en la visión que Susan Sontag tenía de la estética camp. Es una perfecta muestra de arte “decorativo”, de “amor a lo fuertemente exagerado” que introduce una idea esquinada de belleza, en la que la estilización se alcanza mediante el culto sin cortapisas al artificio. Al mismo tiempo cultiva un “mal gusto” autoconsciente e irónico, como también ocurre en el primer cine de Pedro Almodóvar o en otra joya más tardía del kitsch, la inicialmente vilipendiada y más tarde reivindicada Showgirls (1995).

Aunque la película alcanzó una inusitada celebridad, su director, Jim Sharman, no volvería a firmar ningún título destacado. La carrera de Barry Bostwick, el actor que interpretaba a Brad, tampoco llegó nunca a despegar, y tuvo que conformarse con pulular por producciones televisivas y de serie B. Su coprotagonista, Susan Sarandon, sí se transformó en toda una estrella, mientras que Tim Curry acabó especializándose en papeles secundarios carismáticos, como el del payaso de It (1990), en los que podía sacar partido de su sugerente rostro y su registro calculadamente histriónico.

Con el tiempo, obra teatral y película se han convertido en un auténtico emblema para la comunidad LGTBIQ+. La estampa drag de Curry es ya una figura icónica que rebasa los límites del cine, para reflejar un deseo de empoderamiento y autodescubrimiento sexual sin censuras. The Rocky Horror dio lugar a la formación de una amplia comunidad de fans, inicialmente dirigida por el exmaestro de escuela y comediante Sal Piro y su amiga Dori Hartley, que empezó a fomentar la interacción “performativa” con el filme mediante el uso de disfraces y las réplicas guionizadas.

Tim Curry en un fotograma de la película ‘The Rocky Horror Picture Show’, 1975

FilmPublicityArchive/United Archives vía Getty Images

Actualmente se celebran aún convenciones anuales dedicadas a The Rocky Horror en diversas ciudades norteamericanas, y su influencia puede rastrearse en películas de terror como La casa de los 1.000 cadáveres (2003), de Rob Zombie. En 2005, The Rocky Horror fue seleccionada para su preservación por el Registro Nacional de Filmes de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos por su relevancia “cultural, histórica y estética”. 

Vista cincuenta años después del estreno, la cinta se mantiene sorprendentemente fresca, brillante y subversiva. Es una magnífica muestra de tolerancia, diversidad, hedonismo, irreverencia y alegría de vivir que, en estos tiempos más bien oscuros que nos han tocado, resulta más inspiradora que nunca.