“No soy yo quien lo domina, sino él a mí”: Stefan Zweig y sus confesiones sobre el erotismo

Pulsiones sexuales

En sus ‘Diarios’, el escritor austriaco reprodujo sus contradicciones en el terreno íntimo, también presentes en la sociedad europea de los años previos a la Primera Guerra Mundial

Stefan Zweig in seinem Salzburger Domizil am Kapuzienerberg [?].

Stefan Zweig en Salzburgo en una imagen de 1931

Trude Fleischmann

Después de mucho tiempo minusvalorado, el austriaco Stefan Zweig (1881-1942) ha encontrado su lugar entre los clásicos del siglo XX. Sus novelas cortas son un prodigio de sensibilidad y delicadeza a la hora de mostrarnos los recovecos del alma humana. No en vano, fue amigo y admirador de Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. Por otro lado, Zweig sobresalió como escritor autobiográfico, como podemos comprobar en Diarios (Acantilado, 2021).

En sus páginas privadas volcó intimidades, entre ellas las relativas a su vida sexual antes de la Gran Guerra (1914-1918). Emerge ante nosotros un joven muy dado a las aventuras con todo tipo de mujeres. El atractivo de todo ello, según su propia confesión, no residía en sus compañeras, sino en los riesgos que estas experiencias implicaban: “Solo merecen la pena por el peligro que encierran”.

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Austrian novelist Stefan Zweig working on his manuscripts, circa 1930. (Photo by Three Lions/Hulton Archive/Getty Images)

Lo más probable es que su comportamiento se debiera a una reacción contra los principios victorianos que le habían infundido desde niño. En El mundo de ayer (1942), sus celebérrimas memorias, critica los excesos de una moral del silencio y del disimulo, a su juicio profundamente antipsicológica, porque lo prohibido excitaba el deseo. Por eso, todos aquellos que habían sido educados en la represión se mostraban más propensos a una sexualidad desordenada que los más jóvenes, con una formación más abierta en estos temas.

En ocasiones, se marchaba al parque Liechtenstein, donde efectuaba una visita “impetuosa y arriesgada”. ¿Qué tenía para él de particular aquel rincón de Viena? La presencia de prostitutas. Sin embargo, no siempre encontraba lo que quería. Así lo especifica en una de sus anotaciones: “Liechtenstein resulta cada vez más infructuoso, pese a que he duplicado las visitas”. Es posible que existiera un exceso de demanda sexual.

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Zweig en 1903. Foto: Suhrkamp Verlag Frankfurt am Main - CULTURA

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En El mundo de ayer, Zweig definirá la prostitución como el fundamento de la vida erótica fuera del matrimonio. Se trataba de una realidad que, en la Europa previa a la Primera Guerra Mundial, experimentaba una incontrolable propagación: “La mercancía femenina se ofrecía entonces públicamente a cada hora y a todos los precios”. Eso explica que en la capital austríaca multitud de establecimientos tratasen enfermedades venéreas.

Poco después del comentario sobre el parque Liechtenstein, el escritor nos cuenta en sus Diarios que, para distraerse, se llevó a su domicilio a dos “amigas”. No encontró el resultado demasiado satisfactorio, aunque se sentía reconfortado por “la belleza de sus cuerpos”. El problema residía en “la falta de cortesía de este tipo de encuentros”. Tal vez encontraba insuficiente un vínculo en el que se limitaba a hacer de cliente. El caso es que decidió despedir a las dos mujeres.

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La vivencia del sexo, según Zweig, no era la misma en hombres y mujeres. Nos lo explica en términos hoy inaceptables por la forma en que se refieren a una supuesta diferencia de naturaleza: “A nosotros nos mueve la anticipación del placer y la extenuación que acompaña a la consumación; a ellas, el placer retrospectivo, pues les falta imaginación”.

Resulta indiscutible que la libido del novelista, por entonces un hombre de poco más de treinta años, estaba desbocada. De ahí que protagonice episodios dignos de una película. Cualquier espacio es bueno para ligar. Viaja en un tranvía, de regreso a casa. Sube una joven con la que empieza a coquetear. Cuando ella baja, él se apresura a entregarle una tarjeta con su número de teléfono, aunque está delante de un hombre que, sin duda, es su marido. La joven no tardó en llamar, se citaron e hicieron cualquier cosa menos perder el tiempo. En su diario, Zweig nos da algunos detalles sobre su rápida conquista: “De nuevo la historia del marido impotente. No soy, por cierto, su primer desliz”.

Día de las Flores en el parque Liechtenstein de Viena, 20 de abril de 1912

Día de las Flores en el parque Liechtenstein de Viena, 20 de abril de 1912

brandstaetter images/Archiv Gerald Piffl via Getty Images

Podría parecer que nos hallamos frente a la típica figura masculina encantada de sus proezas sexuales. No es así, o, al menos, no del todo. El escritor llega a admitir que, en realidad, el erotismo le horroriza: “Porque no soy yo quien lo domina, sino él a mí”. El placer y la culpa se mezclan en su inquietud ante algo que indiscutiblemente se le da bien. Ilustra su preocupación con el caso de una escultora a la que se insinuó durante un baile de máscaras. La situación, a partir de estos preliminares, se precipitó a una extraordinaria velocidad: “Antes de que se dé cuenta, a las cuatro de la madrugada está en mi casa, en mi cama”.

Todos estos episodios reflejan lo que el propio Zweig denominaba “inconstancia sentimental”. Es su faceta más humana. Ser un genio de la literatura no implica ser perfecto ni estar libre de elementos cuestionables. Pensemos, si no, en Albert Camus, un pensador lúcido como pocos que se convertía con facilidad en un seductor compulsivo. Zweig, en sus Diarios, se autorretrata como un ser complejo que siente, al mismo tiempo, atracción y repulsión hacia lo que la sociedad reprime. ¿Era un adicto al sexo? Tal vez, si lo entendemos en un sentido amplio, no estrictamente clínico.

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