Raimundo de Madrazo, retratista de la élite parisina de la Belle Époque, en la sede de Fundación MAPFRE en Madrid
Arte
Desde hoy hasta el próximo 18 de enero, Fundación MAPFRE expone en la Sala Recoletos de Madrid el trabajo de este virtuoso del retrato que puso París a sus pies
Raimundo de Madrazo, 'Autorretrato', 1901. Meadows Museum, SMU, Dallas, Algur H. Meadows Collection
Con tan ilustre apellido, el destino de Raimundo de Madrazo parecía escrito desde su mismo nacimiento en Roma en 1841. Su abuelo José, fundador de la dinastía y el primer pintor que dirigió el Museo del Prado, había trasladado a España la sobriedad neoclásica de Jacques-Louis David. Su padre, Federico, director también de esa pinacoteca, descolló como retratista y guio los pasos de su hijo por la ciudad donde él se había formado: París.
Baqueteado en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Raimundo era apenas un veinteañero cuando, en enero de 1862, se lanzó a la búsqueda de un atelier en el que trabajar “mucho y con método”, como le instara su progenitor. El joven era un privilegiado que, de hecho, ya había respirado los aires del Segundo Imperio napoleónico, acompañando a su padre en dos viajes anteriores.
Raimundo de Madrazo. 'La traslación de los restos del apóstol Santiago a la sede de Padrón', 1857-1859. Museo Catedral de Santiago de Compostela
Entre visitas al Louvre, serenas tertulias con otros artistas y críticos, picoteos en talleres y escuelas y algún que otro viaje, como el que emprendió a Londres para ver la Exposición Internacional de 1862, puede decirse que Raimundo llegó, vio y, con el tiempo, venció. Pero, ojo, lo hizo por méritos propios. Es cierto que su padre le consiguió su primer encargo importante –un lienzo, hoy perdido, para el palacete de los duques de Riánsares– y que le puso en contacto con sus viejas amistades y mentores, pero, a la hora de la verdad, el hijo siguió su propia voz.
Frente a los consejos paternos para que aldaboneara en las puertas de las exposiciones con obras de temática histórica –que, no obstante, también exploró en cuadros como La traslación de los restos del apóstol Santiago a la sede de Padrón (1857-1859)–, Raimundo se inclinó por la pintura de género, como en Salida del baile de máscaras (1878). Así, en lugar de encandilar a los popes de la academia, antepuso los gustos de la burguesía, y los coleccionistas europeos y americanos lo colmaron de honores y fortuna.
Raimundo de Madrazo. 'Salida del baile de máscaras', 1878
Más tarde, cuando el costumbrismo empezó a decaer entre sus clientes y a estomagar a una crítica que tildó sus escenas de “frívolas” y “repetitivas”, se reinventó como retratista. Sea como fuere, su padre nunca dejó de apoyarlo ni de recordarle que “nuestro apellido suena en las artes”. En definitiva, que “noblesse obliga”, como subrayó en una carta para animarle a que presentara sus obras a la Exposición Universal de París de 1878.
Entre París y Londres
Fue precisamente entonces cuando su segunda patria reconoció su grandeza condecorándolo con la Cruz de Caballero de la Legión de Honor y con una medalla de primera clase. Francia lo apreciaba, y no era para menos; durante la guerra francoprusiana, nuestro protagonista había permanecido en el país, empleado en el servicio de ambulancias.
Raimundo de Madrazo ya no era el “hijo de”. Versátil y con olfato para los negocios, vendía sus obras al marchante Adolphe Goupil y él mismo se revelaba como un agudo coleccionista, recibía encargos de magnates norteamericanos y seducía a la crítica de Londres, que reseñaba sus trabajos junto con los de Mariano Fortuny, quien, además de ser su amigo, se había convertido en su cuñado, tras casarse con su hermana Cecilia en 1867.
También Raimundo pasó por el altar: en 1874 se casó con su prima Eugenia de Ochoa (su matrimonio fue muy breve, ya que ella murió al año siguiente, tras dar a luz a su único hijo, Federico Carlos de Madrazo y Ochoa, Cocó), y en 1899 con la venezolana María Hahn, hermana del compositor Reynaldo Hahn.
Raimundo de Madrazo. 'Dama con un loro', c. 1872. Clark Art Institute, Williamstown, Massachusetts
Acogido por la prestigiosa French Gallery de Londres, Madrazo realizó un precioso tableautin –un cuadro de pequeño formato, por lo general de temática costumbrista– sobre una joven con un vestido de seda amarillo que toca la guitarra bajo la atenta mirada de un loro, hoy en el Clark Art Institute (Williamstown, Massachusetts). Para Bernardino de Pantorba, biógrafo de la familia, ese fue “uno de los óleos más finos y más bellos de Raimundo”.
Maestro del retrato
En 1866, su padre le había prevenido contra el colorido de sus retratos y le había recomendado volver los ojos a Velázquez. Receptivo y disciplinado, Raimundo adiestró su mano en ese género, al que entregó varias obras maestras en la década de 1870, como la que vemos aquí debajo, un retrato de la peruana Clotilde de Candamo y su hijo Carlos en el que el artista se recreó en el vestido de la madre, azul sobre un fondo cálido.
Raimundo de Madrazo. 'Clotilde de Candamo y su hijo Carlos', 1874
Al actor Benoît Constant Coquelin lo representó en varias ocasiones, y las crónicas recuerdan el impacto que causó su efigie a horcajadas sobre una silla y con sombrero de fieltro en la citada exposición de 1878. En su retrato del mecenas Ramón de Errazu (1879), Javier Barón, jefe de Colección de Pintura del siglo XIX del Museo del Prado, ha resaltado su deuda con Velázquez, visible en la concreción del rostro y la indefinición del espacio.
“El más smart de los pintores, pinta mujeres y retrata flores”, leemos en una caricatura de Manuel Mayol sobre Madrazo publicada en 1901. Y es que no hubo dama del gran mundo –ni caballero, a decir verdad– que renunciara a posar para el maestro, labor que a este le resultó de lo más rentable.
Raimundo de Madrazo. 'La marquesa d’Hervey Saint-Denys como la diosa Diana', 1888. Musée d’Orsay, París
Por inmortalizar a la XVI duquesa de Alba, doña María del Rosario Falcó y Osorio (1881), cobró veinticinco mil francos, y cincuenta mil pesetas se embolsó por un óleo de la reina regente María Cristina de Habsburgo-Lorena. Basta con revisar la lista de sus clientes –la condesa consorte de Villagonzalo, Fernanda Salabert Arteaga; el abogado, político y editor Charles Phelps Taft, hermanastro del futuro presidente de Estados Unidos William Howard Taft; la marquesa d’Hervey de Saint-Denys; o el barón Ferdinand Carl von Stumm– para apreciar los círculos en que se movía.
Pero si hubo una modelo a la que no cesó de retratar, esa fue Aline Masson, personificación del donaire parisino y, a la vez, arquetipo de la feminidad española. Su inescrutable biografía puede rastrearse, acaso, en las obras que Raimundo le consagró. Ella es, por ejemplo, la mujer que sostiene un ramo de flores y está a punto de leer una felicitación de cumpleaños aquí.
Raimundo de Madrazo. 'Felicitación de cumpleaños', c. 1880. Museo Nacional del Prado, Madrid
Todo cambia
Tras conquistar a los exigentes públicos de París y Londres, el ciudadano del mundo Raimundo de Madrazo asumió la volubilidad del capricho burgués y se asentó una larga temporada en EE. UU., hasta fijar su domicilio en un hotel de Versalles en 1914. Para entonces, su fama había sido ya eclipsada por Joaquín Sorolla. Incapaz de rematar una obra para el Salón de Conferencias del Senado que, sin duda, hubiera complacido a su padre, Recibimiento de Colón por los Reyes Católicos, Raimundo de Madrazo falleció el 20 de septiembre de 1920 y fue enterrado en el versallesco cementerio de Gonards.
Fundación MAPFRE ha reunido para la ocasión más de un centenar de obras de este pintor refinado, aristocrático y un punto afrancesado, amado primero y después olvidado. La retrospectiva se ha organizado junto con el Meadows Museum, SMU, de Dallas, donde recalará en febrero del próximo año.