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El genocidio en Indonesia sigue impune sesenta años después

Masacres indemnes

En octubre de 1965 el general Suharto se hizo con el poder y puso en marcha unas sangrientas purgas anticomunistas de las que todavía no se ha responsabilizado a nadie

Estudiantes en Yakarta, Indonesia, exigen la prohibición del Partido Comunista, en octubre de 1965, tras un golpe de Estado abortado (Photo by Carol Goldstein/Keystone/Getty Images)

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La repercusión que tuvo el estreno del estremecedor documental The Act of Killing (2012), junto con La mirada del silencio poco después (2014), hizo que muchos espectadores occidentales posaran los ojos sobre un país que, pese a sus dimensiones demográficas y su influencia en el contexto económico internacional, nos resulta bastante lejano y desconocido.

Indonesia es la cuarta nación más poblada del mundo, un archipiélago de más de trece mil islas habitado por 280 millones de personas. Es también el país con el mayor número de musulmanes, principalmente suníes. Su economía es la más potente del sudeste asiático, siendo uno de los principales exportadores mundiales de petróleo, estaño y caucho. Es lo que se denomina un “país emergente”, un miembro del G-20 en plena expansión económica. Sin embargo, le pesa mucho su reciente y convulsa historia.

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Esta joven democracia vive inmersa en un complicado proceso de reconciliación nacional. Es un país dividido por una profunda herida que está costando mucho suturar. Pese a las reformas llevadas a cabo tras el fin de la dictadura, el pasado sigue muy presente en el país.

Baste un ejemplo. En las elecciones de 2014, el candidato conservador, el exgeneral Prabowo Subianto, intentó descalificar a su oponente, el reformista Joko Widodo, insinuando que tras su fachada de hombre cercano y progresista –le apodaban el Obama indonesio– se escondía alguien que ocultaba su religión cristiana, sus orígenes chinos y sus ideas comunistas. Lo no musulmán, lo chino y lo comunista, los tres pecados capitales del pasado que siguen teniendo vigencia.

El presidente actual de Indonesia, Prabowo Subianto

Po1 Alexander Kubitza/Dod/Planet / Dpa / Europa Press

Suharto ve su momento

¿De dónde surge esta desafección? Los orígenes hay que buscarlos en el golpe de Estado que se produjo en 1965. Indonesia había sido durante tres siglos una colonia holandesa, las Indias Orientales Holandesas. En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial, fue invadida por Japón. La derrota neerlandesa tuvo un efecto colateral: alimentó las esperanzas del movimiento nacionalista indonesio, que se había estado forjando desde principios del siglo XX. Cuando, en 1945, Japón se rindió a las fuerzas aliadas, el líder del Partido Nacional Indonesio, Ahmed Sukarno, proclamó la emancipación del país. Los Países Bajos intentaron recuperar sus territorios, pero, tras cuatro años de lucha armada y diplomática, decidieron reconocer su independencia. Sukarno se convirtió en el primer presidente de la nueva república.

La política nacionalista y antiimperialista de Sukarno no tardó en chocar con los intereses occidentales en la zona. En 1963, esta tensión se tradujo en la confrontación con la vecina Malasia, a la que el gobierno indonesio consideraba un estado títere británico, y en el progresivo acercamiento a China. Esta aproximación fue alentada por el Partido Comunista Indonesio (PKI), cuya presencia en el gobierno fue en aumento.

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El avance del PKI, que llegó a contar con el mayor número de militantes fuera de un país comunista, fue visto con creciente alarma por EE. UU. y por la facción más derechista del ejército indonesio. La reacción no se hizo esperar. Washington inició relaciones con oficiales anticomunistas con el objetivo de preparar un gobierno alternativo que, en caso de necesidad, pudiera reemplazar al de Sukarno. La semilla de la insurrección ya estaba plantada y no tardaría en germinar.

La madrugada del 1 de octubre de 1965, un grupo de militares secuestraron y asesinaron a seis generales derechistas, a los que acusaban de tramar un complot contra Sukarno con ayuda de la CIA. La rebelión, denominada Movimiento 30 de septiembre, y supuestamente organizada por el partido comunista con vistas a dar un golpe de Estado, fue rápidamente aplastada por el líder de la facción anticomunista del Ejército, el general Suharto. Este aprovechó su victoria para derrocar al presidente, usurpar el poder e iniciar una sangrienta persecución contra los comunistas.

Se desatan las masacres

Tras la caída de Sukarno, Suharto instauró una dictadura militar, a la que denominó Nuevo Orden. Entre sus primeras medidas estuvo la de suprimir los sindicatos, eliminar la libertad de prensa e ilegalizar el partido comunista. Durante los meses siguientes inició una durísima represión contra los militantes del PKI y, por ende, hacia cualquiera sospechoso de disidencia: campesinos, sindicalistas, intelectuales o inmigrantes chinos. Se estima que entre 1965 y 1967 fueron asesinados alrededor de un millón de indonesios. Sukarno, en arresto domiciliario hasta su muerte en 1970, comparó lo que consideraba una desproporcionada reacción con “quemar una casa para matar una rata”.

Para llevar a cabo las matanzas se utilizó al Ejército y, en mayor medida, a escuadrones de la muerte compuestos por paramilitares y gánsteres de barrio. EE. UU. contribuyó al genocidio suministrando ayuda material y listados con nombres de miles de militantes del PKI. Washington, para quien Indonesia era, en palabras de Nixon, “de lejos, la recompensa más grandiosa en el área del sudeste asiático”, celebró este golpe de Estado como una gran victoria. Según publicó la revista Time, era “la mejor noticia en Asia para Occidente desde hacía años”.

Suharto presta juramento presidencial el 27 de marzo de 1968.

Dominio público

El Nuevo Orden también trajo consigo una nueva política económica. Suharto abrió de par en par las puertas del país a los inversores extranjeros. Su objetivo, además del lucro personal (se calcula que amasó una fortuna de 15.000 millones de dólares), era acelerar el crecimiento de la economía para legitimar su posición en el poder. Contó con la ayuda de la llamada Mafia de Berkeley, un grupo de economistas educados en EE. UU. que emprendieron una serie de reformas –privatización de recursos naturales, cambios de legislación favorables a las multinacionales– para lograr un rápido crecimiento.

Este “milagro económico” fue la cortina de humo que utilizó durante décadas el régimen para ocultar una realidad menos complaciente: la corrupción generalizada del gobierno (Suharto fue calificado por la ONG Transparency International como el “dirigente más corrupto de los tiempos modernos”) y el enriquecimiento de una clase privilegiada a costa del resto de la población.

Una vez reforzado en el poder y sintiéndose respaldado por las potencias occidentales, que lo consideraban un sólido muro de contención contra el comunismo, Suharto inició sus planes expansionistas. En 1975, con la complicidad de EE. UU., Gran Bretaña y Australia, invadió Timor Oriental. La antigua colonia portuguesa acababa de conseguir su independencia con el triunfo de un partido de izquierdas. Ante el temor de que este se aliara con el bloque comunista, el presidente estadounidense Gerald Ford se reunió en Yakarta con Suharto y dio luz verde a la invasión. El resultado fue una nueva masacre, una sangrienta ocupación que duró 24 años y se llevó por delante a un tercio de la población local (unas cien mil personas).

Cuentas pendientes

El fin de la guerra fría y la crisis económica que sacudió Asia en 1997 precipitó la caída de Suharto. Su régimen se sostenía sobre el capital extranjero y el fervor anticomunista. Cuando el primero faltó y el segundo sobró, el dictador perdió gran parte de su poder. El 21 de mayo de 1998, en medio de una ola de protestas y disturbios, Suharto fue obligado a renunciar.

Suharto lee su discurso de dimisión en el Palacio Merdeka el 21 de mayo de 1998

Dominio público

A partir de ese momento se abrió un período de transición democrática y de reconciliación nacional en el que sigue quedando mucho por hacer. A pesar de los intentos de la Comisión de Derechos Humanos para que la fiscalía indonesia investigue los crímenes del régimen de Suharto y resarza a los familiares de las víctimas mediante un proceso judicial, los autores de las matanzas viven en su país con total impunidad, son tratados como héroes y se mantienen en el poder.

Widodo, que estuvo en el poder hasta 2024, fue el primer presidente que no pertenecía a los círculos del antiguo régimen. Sin embargo, con él no hubo avance en este terreno. Su contrincante y actual presidente, Subianto, es yerno de Suharto. 

Este texto forma parte de un artículo publicado en el número 568 de la revista Historia y Vida. ¿Tienes algo que aportar? Escríbenos a redaccionhyv@historiayvida.com.