Las veces en que EE. UU. ha presionado para detener la máquina de guerra israelí

Conflicto en Oriente Medio

Los presidentes estadounidenses han limitado en muchas ocasiones las acciones militares hebreas si han visto peligrar los intereses de Washington

El presidente egipcio Anwar al Sadat, el presidente de EE UU Jimmy Carter, y el primer ministro israelí Menájem Beguín, tras la firma de los acuerdos de Camp David, el 17 de septiembre de 1978. Foto: Jimmy Carter Library / CIA

El presidente egipcio Anwar el Sadat, el presidente de EE. UU. Jimmy Carter y el primer ministro israelí Menájem Beguín tras la firma de los Acuerdos de Camp David, 1978

Jimmy Carter Library

La alianza entre Israel y EE. UU. ha sido clave para que el estado hebreo se haya constituido como la gran potencia militar de Oriente Medio. Pero Washington no siempre le ha dado carta blanca a su aliado. Cuando la Casa Blanca lo ha considerado oportuno, no ha dudado en frenar las ambiciones bélicas y territoriales judías.

La propuesta de paz de Donald Trump ha sido el penúltimo episodio de esta situación. El tiempo aclarará qué ha impulsado al mandatario estadounidense a tomar esta medida: la presión internacional por los ataques contra los civiles, el interés de revitalizar los Acuerdos de Abraham o el deseo de lograr el premio Nobel de la Paz. En cualquier caso, no es el primer inquilino de la Casa Blanca que vive una situación parecida.

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Prácticamente todos los antecesores de Trump en la Casa Blanca desde el presidente Eisenhower se han enfrentado en algún momento al dilema de hasta dónde permitían actuar a Israel. Presiones internas, la propia imagen de la potencia estadounidense o evitar una escalada militar han sido las razones que por las que EE. UU. ha obligado a veces a su aliado a mostrar contención.

Para encontrar el primer ejemplo hay que remontarse casi setenta años, durante la crisis del canal de Suez (octubre-noviembre de 1956). Gran Bretaña, Francia e Israel conspiraron para atacar a Egipto. Londres y París querían recuperar el control de la estratégica infraestructura (que Gamal Abdel Nasser había nacionalizado poco antes), mientras que Israel buscaba ocupar el Sinaí y Gaza para poner fin a los ataques de guerrillas palestinas.

Fuerzas israelíes invaden Egipto desde el este durante la crisis de Suez.

Fuerzas israelíes invaden Egipto desde el este durante la crisis de Suez.

Hulton-Deutsch/Hulton-Deutsch Collection/Corbis vía Getty Images)

EE. UU. tenía su propia agenda. Con la guerra fría en ebullición, Washington no quería que los soviéticos ganasen mucha influencia en Oriente Medio y temían que el ataque contra Egipto impulsara a varios países árabes a aliarse con Moscú. Así que el presidente Dwight D. Eisenhower presionó a los tres agresores para que pusieran fin a su aventura militar.

Israel trató de seguir su agenda. Se retiró del Sinaí, pero mantuvo unos meses la ocupación de Gaza (hasta marzo de 1957). Eisenhower (republicano) amenazó con imponer importantes sanciones económicas, una medida que generó un gran debate interno en EE. UU., ya que el partido demócrata apoyaba firmemente la posición hebrea, en contraposición a lo visto con el reciente conflicto de Gaza.

Un complicado socio estratégico

Aunque existía amplia simpatía hacia Israel entre la población estadounidense, la alianza estratégica entre ambos países no se certificaría hasta 1967. A medida que avanzaba la década de los sesenta, el acercamiento de Siria y Egipto a la URSS convenció a Washington de que el estado hebreo era su socio más fiable en Oriente Medio.

Con este giro, las administraciones demócratas de John F. Kennedy y Lyndon B. Johnson comenzaron a vender cantidades importantes de armas a Israel. La guerra de los Seis Días terminó de acercar a estos dos países. Con todo, la Casa Blanca decidió presionar a sus aliados hebreos para que detuvieran su avance en Siria con el fin de evitar una intervención directa de la URSS en ayuda de Damasco.

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La guerra del Yom Kipur en octubre de 1973 sería un claro ejemplo de estos equilibrios estadounidenses. La ayuda militar fue fundamental para que Israel se recuperara de la ofensiva inicial de Egipto y Siria, pero pronto surgieron los complejos juegos de la trastienda diplomática.

“Mi pesadilla es una victoria de cualquiera de las dos partes”, dijo Henry Kissinger, secretario de Estado estadounidense, cuando negociaba con el embajador de la URSS Anatoli Dobrynin un posible alto el fuego.

El diplomático estadounidense resumía así la postura de Washington: una victoria total israelí empujaría a los países árabes a la órbita soviética, y, si vencían Egipto y Siria, la credibilidad estadounidense se vería afectada ante sus otros aliados. Su interlocutor soviético le reconoció que Moscú compartía esa visión desde la perspectiva de sus propios intereses.

Unos soldados israelíes descansan en la península del Sinaí durante la guerra del Yom Kipur, en una imagen de archivo

Unos soldados israelíes descansan en la península del Sinaí durante la guerra del Yom Kipur, en una imagen de archivo

EFE/Ministerio de Defensa de Israel

Esta apreciación de los dos diplomáticos quedaría clara hacia el final del conflicto. Tras fracasar un primer alto el fuego promovido por las superpotencias, Israel había rodeado al 3.º Ejército egipcio (que había protagonizado el cruce del canal de Suez). EE. UU. confirmó el dilema de Kissinger: si permitía que su aliado acabara con las tropas de El Cairo, muchos estados de Oriente Medio se alejarían de la órbita de Washington.

Kissinger presionó al gobierno hebreo para que aceptara un nuevo alto el fuego bajo la amenaza de que el presidente Nixon pensaba “desvincularse de Israel”. Además, EE. UU. no quería una escalada con la URSS en un momento en que ambos países habían apostado por la distensión con la firma en 1972 del acuerdo SALT-1 para reducir sus respectivos arsenales nucleares.

La jugada le salió bien a EE. UU. Al evitar una derrota humillante para Egipto, logró que este país se alejara de la órbita soviética e iniciara un acercamiento a Occidente que se plasmaría en la firma de los Acuerdos de Camp David y el acuerdo de paz entre este país árabe e Israel en 1979.

Líbano y Gaza, la presión humanitaria

Los Acuerdos de Camp David también marcaron la siguiente ocasión en la que Washington tuvo que presionar a Israel. Fue en el marco de la invasión del Líbano de marzo de 1978, ordenada por el gobierno de Menájem Beguín. El objetivo de aquella operación militar era acabar con los ataques de las guerrillas palestinas de la OLP contra territorio judío.

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El ejército de Israel desplegó toda su potencia de fuego contra las guerrillas palestinas. El entonces presidente de EE. UU., Jimmy Carter, montó en cólera cuando supo que su aliado había iniciado la operación de manera unilateral, creando una escalada en la región que podía poner en peligro las negociaciones de paz con Egipto y su acercamiento al bloque occidental.

Carter explicó claramente los motivos de su enfado con Israel en su libro The Blood of Abraham: Insights into the Middle East (University of Arkansas, 1993): “Consideré que esta gran invasión era una reacción exagerada al ataque de la OLP, una grave amenaza para la paz en la región y, tal vez, parte de un plan para establecer una presencia israelí permanente en el sur del Líbano”.

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También demostró su desacuerdo en el uso de bombas de racimo en ataques de la aviación israelí, ya que violaba un acuerdo entre los dos países según el cual el ejército hebreo solo podía darles un uso defensivo.

El presidente Carter fue firme en su postura, y tal como explica en el citado libro, si el ejército hebreo hubiese continuado utilizando estas armas, “habría supuesto el corte automático de toda la ayuda militar […]. Además, di instrucciones al Departamento de Estado para que preparara una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU condenando la actuación de Israel”. El gobierno de Beguín cedió y detuvo de inmediato la invasión del Líbano.

Menahem Begin, Jimmy Carter y Anwar Sadat en las negociaciones de Camp David en 1978

Menáhem Beguín, Jimmy Carter y Anwar el Sadat en las negociaciones de Camp David en 1978

NARA / Dominio público

Otro roce entre EE. UU. e Israel llegaría cuatro años después en una nueva invasión del Líbano ordenada por Beguín. El objetivo era acabar con la presencia de la OLP en el país, pero esta vez Washington –con Ronald Reagan ya en la Casa Blanca– dio su apoyo a la que debía ser una campaña breve.

La invasión, denominada Operación Paz para Galilea, comenzó el 4 de junio de 1982. La aplastante superioridad militar israelí parecía augurar un final rápido. En una semana, las tropas hebreas llegaron a las puertas de Beirut. Pero entonces comenzó un asedio de 70 días. Como ha sucedido en Gaza, los bombardeos de los atacantes fueron muy duros. Murieron en ese tiempo 5.000 civiles.

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Los ataques tuvieron una amplia cobertura mediática (en Beirut sí que había muchos corresponsales extranjeros) y las imágenes del sufrimiento de los civiles dieron la vuelta al mundo. Este contexto de presión sobre Israel movió a Reagan a cambiar de opinión, ya que, al igual que algunos de sus antecesores, temió que los países árabes aliados de EE. UU. se distanciaran en un momento en el que se estaba relanzando el pulso con la URSS.

El resultado fue una tensa conversación telefónica de 20 minutos entre Beguín y Reagan. El mandatario estadounidense recogió las impresiones de esta llamada en su diario: “Le dije que tenía que parar o toda nuestra relación futura estaría en peligro. Utilicé deliberadamente la palabra holocausto y le advertí que el símbolo de la guerra se estaba convirtiendo en la imagen de un bebé de siete meses al que le habían volado los brazos”.

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Yasir Arafat, líder histórico de la OLP, en una sesión del Consejo Nacional Palestino a finales de los años ochenta

Peter Turnley / Corbis / VCG vía Getty Images

La llamada desembocó en el final del asedio israelí de Beirut, el 21 de agosto de 1982. Además, EE. UU. medió un acuerdo que permitió a Yasir Arafat y a los miembros de la OLP exiliarse a Túnez, lo que se presentó como un éxito diplomático de la organización palestina.

En 1991, las presiones estadounidenses fueron preventivas. En esa ocasión Washington contuvo a su aliado de intervenir en la guerra del Golfo a pesar de que Irak lanzó decenas de misiles contra Israel. De nuevo, EE. UU. estaba haciendo equilibrios con los países árabes, ya que, en caso de implicación hebrea, no quería que estos abandonasen la coalición contra Sadam Husein.

Soldados en un puesto avanzado durante la operación Tormenta del Desierto

Soldados en un puesto avanzado durante la operación Tormenta del Desierto, campaña de bombardeos contra Irak. Guerra del Golfo, 1991

Propias

Los subsiguientes conflictos entre Israel con Hizbulah o con Hamas y otras organizaciones palestinas han seguido un patrón parecido. Normalmente siempre ha habido apoyo inicial de EE. UU.: más entusiasta con presidentes republicanos, como George W. Bush o Trump, y más matizado con mandatarios demócratas, como Barack Obama o Joe Biden.

Luego siempre ha hecho sentir su peso sobre Israel para aceptar un alto fuego cuando la presión internacional por las muertes de civiles ha crecido y se ponían en riesgo los intereses de EE. UU. con los países árabes. La carta jugada por Carter de bloquear los envíos de armas la han esgrimido en los conflictos de Gaza presidentes como Obama, en 2014, y Biden, en mayo de 2021 o en la primavera de 2024, cuando presionó a Israel para que permitiera la entrada de ayuda humanitaria.

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