Si no supiéramos nada de Margaret Thatcher (1925-2013), la que fuera primera ministra del Reino Unido, la comparación con un metal bastaría para suponerla una mujer de fuerte personalidad, de las que más vale tener como amiga que como enemiga. Podría creerse que su bautizo como la Dama de Hierro se debió a la energía que demostró al frente del gobierno (1979-1990), siempre dispuesta a imponer su voluntad sin cortapisas. Dirigió una guerra contra Argentina (1982) a propósito del archipiélago de las Malvinas y combatió sin piedad a los sindicatos hasta aplastarlos, por medios legales o ilegales. Esto, por cierto, lo sabe cualquiera que haya visto Billy Elliot, una película acerca de la famosa huelga de los mineros.
¿Refleja su apodo su estilo de gobernar? Sí, pero la verdad es que su origen es muy anterior. En 1976, cuando Thatcher era aún la líder de la oposición, hizo un discurso en el que acusaba a la Unión Soviética de buscar el dominio del mundo. En él reflejaba el profundo anticomunismo de los entornos conservadores de la época.
Un militar ruso, el capitán Yuri Gavrilov, tomó la pluma para responder en el periódico militar Krasnaya Zvezda (Estrella Roja). Allí decidió comparar a Thatcher con Otto von Bismarck. No en vano, al legendario artífice de la unidad alemana se le conoce como el Canciller de Hierro. Gavrilov, con este paralelismo, hacía referencia al firme carácter de la británica. Al principio habló de “la canciller”. Después, por tratarse de una mujer, cambió a “la dama”.
Gavrilov también afirmó que así la conocían los británicos, aunque no existe ninguna prueba de que eso fuera cierto. Seguramente exageró para darle color a su artículo. Eso le pareció a Robert Evans, corresponsal de la agencia Reuters en Moscú. Nunca había oído que sus compatriotas utilizaran un metal para llamar a la líder conservadora. No obstante, como en esos momentos no había otras noticias, decidió escribir algo sobre el tema. Dio en el centro de la diana: los medios del Reino Unido se hicieron inmediatamente eco de su texto.
El líder soviético Mijaíl Gorbachov junto a Margaret Thatcher, durante un encuentro en 1984(AP Photo/Gerald Penny, File)
Lejos de sentirse ofendida, Margaret Thatcher hizo suya la expresión. ¿Por qué no podía haber una Dama de Hierro si existía ya un “duque de Hierro”? La jefa de los tories se refería al duque de Wellington, el vencedor de Napoleón, uno de sus héroes predilectos. Sí, ella era también igual de fuerte y lo demostraba al defender las libertades de Occidente. Un modo ideal de distanciarse del gobierno laborista, al que acusaba de ser blando con los soviéticos.
Thatcher, en suma, se convirtió en la Dama de Hierro por su feroz anticomunismo, no por lo que hizo desde el poder, puesto que todavía no lo había ocupado. No obstante, parece claro que el sobrenombre le ayudó a ganar las elecciones tres años después. Sus partidarios, en los comicios de 1979, subrayaron que el país necesitaba a alguien lo bastante duro como para reconducir una situación difícil, en plena crisis económica.
Sus detractores, en cambio, aprovecharon para ironizar. En España, el socialista Alfonso Guerra dijo, al parecer, que en lugar de desodorante la Dama de Hierro utilizaba “3 en 1”, marca de un famoso lubricante.
Otras estadistas han sido también conocidas con el mismo apodo. Ahí están los casos de la alemana Angela Merkel, la israelí Golda Meir o la india Indira Gandhi. No obstante, la Dama de Hierro por excelencia sigue siendo Margaret Thatcher. Su legado, de todas formas, sigue siendo polémico. Es cierto que fue una mujer con poder, pero su política nunca se distinguió por la simpatía hacia el feminismo. Tampoco demostró sensibilidad hacia los derechos sociales. Su visión del mundo se basaba en la crítica radical a toda forma de colectivismo. Cada persona debe salir adelante por sus propios medios.
Margaret Thatcher en su despacho en Downing Street
La colectividad, para ella, era una simple entelequia. “La sociedad no existe”, afirmó en cierta ocasión. Desde su óptica, solo contaban los individuos y las familias. Había que desconfiar del Estado de bienestar porque, a su juicio, contribuía a fomentar la dependencia de los ciudadanos respecto a la autoridad política. La derecha obtuvo con ella una gran victoria política al apropiarse del lenguaje de la libertad.

