La expedición Franklin, o cómo buscar el paso del Noroeste y morir en el intento

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El misterio de la expedición Franklin, que a mediados del siglo XIX se perdió en la búsqueda del paso del Noroeste, ha empezado a descifrarse en los últimos años

El HMS Erebus en el hielo, obra de François Etienne Musin (1846), en el Museo Marítimo de Greenwich

El HMS Erebus en el hielo, obra de François Etienne Musin (1846), en el Museo Marítimo de Greenwich

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La expedición naval inglesa dirigida por el capitán sir John Franklin tenía como principal objetivo encontrar el paso del Noroeste, una ruta marítima que permitiría rodear América por la parte norte y llegar hasta el Pacífico; sin duda, un ventajoso atajo para reducir los tiempos de navegación del momento.

Junto a 134 marineros y los barcos HMS Erebus y HMS Terror, Franklin puso rumbo al océano Ártico en 1845. Toda la expedición iba bien pertrechada, con suministros destinados a pasar varios años en el hielo. Sin embargo, en 1848, quedaron atrapados a la altura del estrecho de Victoria, y tanto Franklin como sus hombres desaparecieron completamente de la historia, convirtiendo su destino en uno de los principales misterios de los últimos siglos.

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Franklin zarpó de Inglaterra en mayo de 1845 con la orden de descubrir el paso del Noroeste. El Almirantazgo quería hallar ese atajo antes que los rusos y mejorar así sus rutas comerciales hacia los territorios asiáticos. No repararon en gastos: dotaron a Franklin del mando de dos de sus buques, equipados con robustos cascos revestidos de hierro y motores a vapor, así como con comida (incluyendo modernas latas de conservas) y suministros para pasar tres años en el Ártico.

Igualmente, instalaron en los barcos el equipo científico más puntero del momento para facilitar las investigaciones. Fue, por tanto, una de las expediciones mejor preparadas de la época, y nadie dudaba de su éxito; de hecho, se esperaba que, en tan solo un año, pudiesen atravesar las aguas del paso del Noroeste.

Grabado del HMS Erebus y el HMS Terror partiendo hacia el Ártico en 1845

Grabado del HMS Erebus y el HMS Terror partiendo hacia el Ártico en 1845

Dominio público

Tras ultimar los preparativos, zarparon del canal de Greenhithe con dirección a la bahía de Disko (Groenlandia). Al alcanzarla, sacrificaron los animales vivos, que llevaban dos barcos de apoyo que habían marchado junto a ellos, y escribieron las últimas cartas de despedida. Franklin dio de baja a cinco hombres, al considerar que no eran aptos para la aventura.

A continuación, la expedición partió hacia la bahía de Baffin, donde fueron vistos por última vez; de hecho, los capitanes de los balleneros Prince of Wales y Enterprise informaron, el 28 de julio de 1845, de que los barcos de Franklin se encontraban en las proximidades del estrecho de Lancaster, dispuestos a emprender la búsqueda del paso del Noroeste. Fueron las últimas noticias de la expedición, ya que, a partir de ese momento, se perdió su pista.

Las primeras bajas

La ausencia de noticias no ha impedido que podamos reconstruir con cierta precisión lo que ocurrió a continuación. Como se les vio por última vez en el estrecho de Lancaster, se ha asumido que enfilaron hacia el cabo Walker, donde encontraron dos canales de agua. El primero de ellos, el estrecho de Barrow, estaba bloqueado por el hielo, y el segundo, correspondiente al canal de Wellington, mostraba huecos libres, pero los alejaba de su ruta.

Parece que Franklin se internó por el canal de Wellington, y los barcos ascendieron hasta alcanzar los 77° N. Sin embargo, pronto dieron la vuelta y se dirigieron de nuevo hacia el estrecho de Lancaster. Una vez allí, bordearon la costa occidental de la isla de Cornwallis, que pudieron cartografiar, cumpliendo con sus objetivos científicos. En ese momento, los hielos impedían el avance y, además, el invierno llegaba; por eso, decidieron atracar en la isla de Beechey.

La posición de los barcos se conoce gracias al hallazgo, en 1851, de las tumbas de John Torrington, John Hartnell y William Braine, fallecidos en diversos momentos entre enero y abril de 1846. En 1984, Owen Beattie, de la Universidad de Alberta, obtuvo permiso para estudiar los cuerpos de estos hombres y pudo establecer las causas de su muerte.

Torrington, la primera baja oficial de la expedición, falleció de neumonía. Sin embargo, los restos de Hartnell y Braine ofrecieron otros datos; los análisis mostraban un alto contenido de plomo, por lo que se ha barajado la hipótesis de un posible envenenamiento de la tripulación, provocado por las tuberías de los barcos y por unas latas de conservas selladas con este metal.

“Todos estamos bien”

De cualquier forma, la expedición quedó liberada de los hielos en la primavera de 1846, por lo que intentaron volver a cruzar el estrecho de Barrow. Pero el paso seguía bloqueado y se plantearon otras opciones. En ese momento, se abrió una vía libre por la costa de North Somerset, y Franklin ordenó a sus hombres que la siguieran, hasta llegar a la isla del Rey Guillermo.

Deseoso de cumplir con su misión, Franklin internó a los barcos por esa zona abierta, buscando áreas libres de hielo. Pudieron avanzar hasta septiembre de 1846, fecha en que terminó el buen tiempo y las aguas volvieron a congelarse, atrapando a las naves. Iniciaron su segundo invierno en ese punto, en unas condiciones mucho peores que las del anterior.

Los tripulantes del Terror juegan sobre el hielo, ilustración de 1846

Los tripulantes del Terror juegan sobre el hielo, ilustración de 1846

Art Images vía Getty Images

Organizaron partidas de trineo para explorar la zona, y, a finales de mayo de 1847, encontraron la marca que James Clark Ross había dejado a la altura de la latitud del cabo Herschel, durante su expedición de 1831, en Victoria Point. Consistía en un mojón de piedra, en el que se había depositado un documento clave para conocer el destino de la expedición.

Fue redactado en el papel oficial que llevaban todas las misiones inglesas con el fin de ofrecer información en caso de rescate. Contenía el mismo texto en varios idiomas y empezaba con esta petición: “Cualquiera que hallare este papel, se le suplica enviarlo al secretario del Almirantazgo en Londres con una nota del tiempo y lugar donde se halló”.

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La expedición añadió dos párrafos más a ese documento. En el primero de ellos, el 28 de mayo de 1847, se anunciaba la posición de los barcos y la ruta seguida en primavera, y, finalmente, se señalaba que “todos estamos bien”. Paradójicamente, el 11 de junio de 1847, sir John Franklin falleció. Tras su muerte, la expedición comenzó a desmoronarse.

Marcha hacia la muerte

El verano de 1847 no permitió que los barcos se liberasen, por lo que los hombres fueron quedándose cada vez más débiles, debido al escorbuto y la desnutrición. Los oficiales al mando, Francis Crozier y James Fitzjames, al ver que las naves estaban destrozadas por los hielos y que no podían ser utilizadas, tomaron la decisión de escapar por tierra y abandonar a su suerte al Erebus y al Terror.

Su idea era dirigirse hacia la isla del Rey Guillermo para buscar la desembocadura del río Great Fish, encontrado por George Back unos años atrás. El proyecto se resumía en una larga caminata por la región ártica, buscando formas de sobrevivir.

Imagen del capitán Francis Crozier

Imagen de Francis Crozier

Dominio público

Así pues, el 22 de abril de 1848, los supervivientes tomaron varios botes y algunos suministros y comenzaron su caminata; antes, recogieron el documento que había dejado Franklin y añadieron un nuevo párrafo, firmado por Crozier, donde exponían su ruta de escape. También detallaron las coordenadas de los barcos donde fueron abandonados, que los situaban a unos veinticinco kilómetros al norte de la isla del Rey Guillermo.

Ya no se tienen más noticias reales de la expedición, pero no es dificil imaginar el final de la misma. Tras tres años en el hielo, hambrientos y enfermos, fueron sucumbiendo poco a poco durante su caminata hacia la costa. Los últimos supervivientes consiguieron utilizar las tumbas de los muertos para señalar su camino, desde Punta Victoria hasta la isla de Todd. Sin embargo, ninguno de ellos consiguió ser encontrado con vida y murieron sin haber conseguido ayuda.

Memorial de René Bellot, ahogado en la búsqueda de los expedicionarios, en la isla de Beechey

Memorial de René Bellot, ahogado en la búsqueda de los expedicionarios, en la isla de Beechey

Getty Images

Su desaparición fue todo un shock para la sociedad inglesa y el mundo occidental. Se organizaron diferentes expediciones de ayuda. Las primeras pistas surgieron en 1850, con el descubrimiento de las tumbas de Beechey.

Pero las noticias más importantes llegaron en 1854, cuando John Rae contactó con diversos inuits que le confirmaron la muerte de un grupo de unos cuarenta hombres cerca de la desembocadura del Great Fish. Con ello, el destino de la expedición Franklin fue saliendo poco a poco a la luz hasta culminar con el hallazgo de sus barcos ya en el siglo XXI.

Tras las huellas de los ausentes

Durante los siguientes diez años de su desaparición, se enviaron hasta cuarenta expediciones de rescate. Seis de ellas fueron por tierra y las restantes por agua, con la idea de buscar los canales donde los barcos habían quedado atrapados. La mayor parte de estas fueron financiadas por el Almirantazgo inglés, pero también hubo mecenas privados.

Los inuits hablaron de hombres moribundos caminando en busca de ayuda, pero hubo que esperar a septiembre de 2015 para que el gobierno canadiense anunciara que había encontrado el HMS Erebus. Un año después, la Arctic Research Foundation localizó el HMS Terror en la isla del Rey Guillermo.

Miembros de la expedición de 2015 en busca del HMS Erebus, frente a un helicóptero de la Royal Canadian Air Force

Miembros de la expedición de 2015 en busca del HMS Erebus, frente a un helicóptero de la Royal Canadian Air Force

Getty Images

En el área donde la expedición desapareció se encontraron diferentes restos óseos que han permitido conocer sus últimos días, y, gracias al ADN, se han identificado a dos de estos hombres. En 2021 un equipo de científicos de la Universidad de Waterloo y la Universidad de Lakehead logró descubrir los restos del ingeniero de a bordo, John Gregory, y, en 2024, se identificó a James Fitzjames, uno de los oficiales superiores, cuyos restos permitieron documentar las prácticas caníbales entre la expedición.

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