Las SS nacieron para ser los matones de Hitler, un grupo de escoltas encargados de proteger al líder del partido nazi durante sus mítines en las cervecerías de Múnich. Se fundaron oficialmente el 9 de noviembre de 1925, coincidiendo con el segundo aniversario del “putsch de la cervecería”, el fallido intento de golpe de Estado encabezado por el futuro dictador.
Aquel acontecimiento no solo marcó la fecha de creación de la organización, sino que se convirtió en un referente simbólico. A partir de 1936, los reclutas de las SS jurarían lealtad al Führer en una ceremonia celebrada ante el Feldherrnhalle, la logia situada en la Odeonsplatz, donde se produjo el enfrentamiento con la policía en el que murieron dieciséis golpistas, posteriormente ensalzados como mártires por el régimen nazi.
Veinte años después de su fundación, la conocida como “orden negra” había pasado de ser una pequeña guardia personal de Hitler a convertirse en una poderosa organización, con casi un millón de miembros, que controlaba todo el aparato represivo y de seguridad del Tercer Reich –incluyendo la policía política (Gestapo) y la administración de los campos de exterminio–, además de contar con una rama militar paralela al ejército regular, las Waffen-SS, responsables de numerosos crímenes de guerra.
De camorristas a guardias de élite
En origen, las SS (abreviatura de Schutzstaffel, “escuadrones de protección”) estaban subordinadas a las SA (Sturmabteilung, “tropas de asalto”), la milicia del partido nazi, cuyos miembros, conocidos como “camisas pardas”, procedían en su mayoría de las organizaciones paramilitares de extrema derecha (Freikorps) que se habían formado en toda Alemania tras el fin de la Primera Guerra Mundial.
Integradas mayoritariamente por excombatientes resentidos e incapaces de reincorporarse a la vida civil, además de todo tipo de oportunistas y delincuentes, las SA se dedicaban a proteger los actos nazis, reventar los mítines de sus adversarios –comunistas y socialistas, a quienes culpaban de la derrota en la guerra– y hacer proselitismo antibolchevique con una fuerte carga de antisemitismo.
Inspección de tropas de las SS, en 1938
Hasta 1929, las SS eran una pequeña guardia de unos trescientos hombres que apenas se distinguía de los “camisas pardas”. Sin embargo, tras la llegada a la dirección del grupo de un meticuloso burócrata con sueños de grandeza mesiánicos sobre la superioridad de la raza aria, el oscuro Heinrich Himmler, la organización comenzó a expandirse y a ganar cada vez más adeptos.
Inspirado en los modelos caballerescos procedentes de la mitología germanista, Himmler concibió las SS como un cuerpo de élite, no solo desde una perspectiva marcial, sino también biológica e ideológica. Los “caballeros” de las SS, quienes tenían su propio castillo (Wewelsburg), debían encarnar un conjunto de virtudes físicas, raciales, morales e ideológicas: debían ser los más fuertes, los más arios, los más duros y los más fieles a Hitler. En suma, los más nazis. “Mi honor se llama lealtad”, era su lema.
Bajo la dirección de Himmler, se desarrolló una elaborada parafernalia de carácter seudomístico compuesta por símbolos, uniformes, rituales y emblemas que, unida a su marcado exclusivismo por los rigurosos criterios físicos y raciales exigidos inicialmente para la admisión (durante la guerra se fueron rebajando por la necesidad de tropas), dotó a la organización de un fuerte poder de atracción sobre amplios sectores de la juventud alemana y de un notable efecto intimidatorio sobre sus adversarios.
La Noche de los Cuchillos Largos
Como resultado de ese proceso de consolidación interna, en 1933, cuando Hitler accedió al poder, las SS contaban con aproximadamente 52.000 miembros, una cifra que se multiplicaría de forma considerable en los años siguientes. Aunque su número era muy inferior al de las SA, que en ese momento reunían cerca de tres millones de afiliados, su expansión permitió a Hitler utilizarlas como un instrumento para neutralizar a los “camisas pardas”, cuya autonomía organizativa y aspiraciones revolucionarias eran percibidas como una amenaza directa a su autoridad.
El enfrentamiento no tardó en llegar. Entre el 30 de junio y el 2 de julio de 1934, las SS y la Gestapo, esta última bajo el control de Himmler desde hacía apenas unos meses, llevaron a cabo una operación en la que fueron ejecutadas entre 150 y 200 personas consideradas enemigas del nuevo orden nacionalsocialista, entre ellas la cúpula de las SA.
El jefe de las SS, Heinrich Himmler (izqda.), ejecuta el saludo nazi durante un acto militar
La purga, conocida como la Noche de los Cuchillos Largos, permitió a Hitler eliminar a los sectores más radicales del movimiento nazi y consolidar su poder absoluto. A partir de entonces, las SS quedaron liberadas de la tutela de las SA y comenzaron a desarrollarse como una organización autónoma, directamente subordinada al Führer y a su Reichsführer, Heinrich Himmler.
En los años posteriores, las SS se convirtieron en uno de los pilares estructurales del régimen nacionalsocialista, un “Estado dentro del Estado” en palabras de Eugen Kogon (El estado de las SS, 2005). Asumieron una amplia gama de competencias –policiales, ideológicas, administrativas, económicas– que abarcaban prácticamente todos los ámbitos del control social del régimen, consolidando su papel como principal instrumento de represión política y racial. Su juramento de fidelidad se dirigía únicamente a Hitler: no a la nación, al Estado o al partido.
La expansión de la orden negra
¿Cuál fue el papel de las SS dentro del régimen nazi? Sus funciones pueden dividirse en cinco grandes ámbitos.
La primera fue la administración y ejecución de las políticas raciales. Esta incluía desde el adoctrinamiento ideológico (las SS tenían sus propios órganos de propaganda) y la selección de miembros “racialmente puros” para la organización, hasta la aplicación de las denominadas medidas de “higiene racial”. Entre ellas destacaban los programas eugenésicos orientados a mejorar y expandir la “raza aria”, ya fuera mediante el fomento de los nacimientos (programa Lebensborn) o, al contrario, eliminando a quienes eran considerados “indignos de vivir” a través de la esterilización o la eutanasia forzosa (programa Aktion T4).
La segunda función, estrechamente vinculada con la anterior, fue la administración y vigilancia del sistema de campos de concentración y exterminio. Desde la inauguración de Dachau, apenas un mes después de la llegada de los nazis al poder, las SS, a través de las denominadas “Unidades de la Calavera” (SS-Totenkopfverbände), asumieron la gestión de todo el aparato concentracionario del Tercer Reich y desempeñaron un papel central en la ejecución del Holocausto.
En tercer lugar, las SS se encargaron del control del aparato de seguridad y represión política del Estado. Bajo su autoridad se integraron la policía secreta (Gestapo), la policía criminal (Kripo) y el servicio de inteligencia del partido (SD). Durante la guerra en el Este, las SS desplegaron los llamados Einsatzgruppen, escuadrones de la muerte que seguían al ejército regular para asesinar a la población judía, romaní y a los adversarios políticos.
Ejecución de judíos de Kiev por Einsatzgruppen del ejército alemán, 1942.
El cuarto cometido fue la administración de un extenso imperio económico que abarcaba numerosas sociedades industriales y agrícolas, sostenidas por el trabajo esclavo, la explotación de los recursos de los territorios ocupados y la apropiación de bienes pertenecientes a las víctimas del Holocausto. Fue uno de los pilares menos visibles de las SS, pero uno de los más decisivos para la consolidación de su poder.
Por último, las SS formaron su propio ejército: las Waffen-SS, rama armada de la organización. Combatieron durante la Segunda Guerra Mundial junto al ejército regular (Wehrmacht), aunque estuvieron subordinadas a este en el campo de batalla. A medida que la guerra avanzaba y crecían las pérdidas, las Waffen-SS ampliaron sus filas con reclutas extranjeros, incluidos voluntarios cuya procedencia estaba muy alejada del ideal ario, como fue el caso de los bosnios musulmanes.
Juicio a las SS
Con la derrota alemana del 8 de mayo de 1945, las SS dejaron de existir de facto. “El fiel Heinrich”, como le llamaba Hitler, había sido destituido al haber intentado negociar una paz por su cuenta con los angloamericanos con la esperanza de unir fuerzas contra la Unión Soviética. Himmler intentó huir adoptando una identidad falsa. Sin embargo, fue reconocido y detenido por tropas británicas. Durante el examen médico previo a su internamiento, se suicidó mordiendo una cápsula de cianuro.
Tras la capitulación, los Aliados emprendieron una vasta operación para localizar y detener a los miembros de las SS. Muchos de ellos eran fácilmente identificables gracias al tatuaje con su grupo sanguíneo en el brazo izquierdo. Sin embargo, la magnitud de la tarea era inmensa: en 1945 las SS contaban con casi un millón de efectivos, sumando todas sus ramas.
Miles lograron ocultarse o escapar a través de las llamadas ratlines, redes clandestinas que facilitaban la huida hacia América Latina y Oriente Medio. Otros fueron capturados y juzgados por crímenes de guerra en los tribunales de Núremberg y en procesos posteriores (el último fue en 2022: Irmgard Furchner, secretaria del campo de Stutthof, fue condenada por complicidad en miles de asesinatos). La mayoría fueron reintegrados en la sociedad.
Tras 1945, las SS quedaron proscritas en Alemania: su simbología, uniformes y emblemas fueron prohibidos y constituyen un delito en la actual legislación alemana.



