El origen de Inglaterra, historia de un mestizaje

Entre libros

Marc Morris es el responsable de 'Anglosajones. La primera Inglaterra', un animado ensayo que aborda su creación con rigor y dosis de humor

Cabeza de un báculo anglosajón, siglo XI

Cabeza de un báculo anglosajón, siglo XI

ACI

En un condado británico vivía un granjero. Y un día como cualquier otro perdió un martillo, que acabó encontrando, gracias a un providencial detector de metales, junto a un inmenso tesoro. Qué tiene que ver este episodio con Vortigern, Harald Hardrada o Eduardo el Confesor es algo a lo que, recurriendo a cebos como el que nos ocupa, responde el historiador Marc Morris en Anglosajones. La primera Inglaterra.

El título no busca engañar a nadie, si bien esta obra habla poco de mitos funda­cionales anglosajones como el artúrico y mucho de la historia real de esa Britania abandonada por Roma que tuvo que hacer frente a todo tipo de desafíos transformándose por el camino. 

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Explicar cómo se desarrolló esa evolución no es, precisamente, sencillo, sobre todo porque fue una aventura plagada de nombres que, para el común de los mortales (angloparlantes o no), son prácticamente desconocidos. Consciente del problema, Morris erige hitos en el camino de su relato en forma de biografías de personajes decisivos en la historia británica, de Beda el Venerable al combativo san Wilfrido, pasando por aquel imitador de Carlomagno que fue Offa o por Alfredo el Grande, entre otros muchos.

Fe y unidad

A través de sus vidas y obras, Morris retrata cómo influyó el avance del cristianismo en la isla y las pugnas religiosas en la creación de un nuevo país. O se explaya detallando la forma en que la administración británica acabó evolucionando hasta convertirse en una monarquía única de la mano del rey Athelstan. Sin olvidarse de narrar la épica aventura de cómo lo que un día fueron reinos dispersos y enfrentados acabaron, arrastrados por la ambición y la lucha por la supervivencia, devorándose unos a otros hasta fusionarse. 

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Una historia que Morris siempre colorea con buenas digresiones en forma de anecdotario, para explicar al lector, por ejemplo, qué fue eso del Danelaw vikingo, o cómo es posible que los arqueólogos se hayan topado en el sur de la isla británica con una inmensa imitación olvidada del muro de Adriano.

Un tramo del muro de Adriano en Walton's Crags a su paso por el condado de Northumberland, en Inglaterra

Un tramo del muro de Adriano en Walton's Crags a su paso por el condado de Northumberland, en Inglaterra

Getty Images/iStockphoto

Elementos atractivos para una ya de por sí cautivadora historia a la que Morris suma su gran fuerza cómica, que despliega cuando disecciona los densos hechos históricos, felicitándose, pongamos por caso, de que el monumento más antiguo a Alfredo el Grande sea un pub, o explicando cuánto copió Tolkien de la historia inglesa para sazonar El señor de los anillos

Con la pluma cargada de semejantes ingredientes, resulta difícil para el lector no disfrutar de ese proceso de mestizaje que transformó Britania en lo que el mundo acabó conociendo como Inglaterra.

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