Proceder de la Francia rural y de una familia de agricultores debería ser una ventaja en el complejo momento que vive el país. La elite parisina provoca mucho rechazo. A pesar de tener un pie en la capital desde hace más de medio siglo, François Bayrou continúa muy enraizado en el pueblo donde nació, Bordères, de 700 habitantes, cerca de Pau, en los Pirineos Atlánticos.
El nuevo primer ministro francés, de 73 años, la logrado hacer compatible una larga e intensa carrera política con la cría de caballos purasangre, una manera de mantener el contacto íntimo con la tierra. Bayrou, en efecto, trabajó durante años en la granja familiar, sobre todo desde que su admirado padre, Calixte, un campesino erudito, murió prematuramente al caer de un remolque cargado de heno.
El nuevo primer ministro, que habla bearnés, no ha renunciado a su ambición al Elíseo
No sería fácil, hoy, encontrar una trayectoria vital como la de Bayrou. Estudiante de Letras Clásicas en Burdeos, se casó con Elisabeth, una maestra, cuando tenía solo 20 años e iba a la universidad. La pareja tuvo seis hijos y un montón de nietos.
La pasión política se impuso pronto a la vocación docente, aunque Bayrou ejerció de profesor en varias escuelas. Ya a finales de los setenta trabajó en el gabinete del entonces ministro de Agricultura. Luego lo hizo para el presidente del Senado y también para el presidente del Parlamento Europeo. Su primera acta como diputado en la Asamblea Nacional la obtuvo en 1986, siempre por su departamento natal del sudoeste del país. También fue durante unos años eurodiputado.
La etapa más amarga de la carrera de Bayrou se produjo justamente en el arranque de la presidencia de Macron. Nombrado ministro de Justicia, hubo de dimitir al cabo de poco más de un mes al destaparse el escándalo sobre los empleos ficticios y la malversación de fondos del Parlamento Europeo, del que fue absuelto (aunque no su partido) a principios de este año, si bien la Fiscalía recurrió la sentencia. Se trata, por cierto, de un caso muy similar, pero de menor volumen económico, al que afecta a la líder de la extrema derecha, Marine Le Pen, amenazada con la cárcel y la inhabilitación.
Anteriormente Bayrou había sido ministro de Educación Nacional durante más de cuatro años, en las presidencias del socialista François Mitterrand (en cohabitación con la derecha) y del conservador Jacques Chirac.
En el 2007 y el 2012, el ahora primer ministro fue aspirante al Elíseo. Para ello creó su propio partido, el Movimiento Demócrata (MoDem), de tendencia centrista. Ambas veces cayó eliminado en la primera vuelta. En el 2012 anunció que votaría al socialista François Hollande, una opción que disgustó mucho al entonces presidente Nicolas Sarkozy, quien no le ha perdonado. En algunas recientes entrevistas, Bayrou no descartó aspirar de nuevo al más alto puesto de la República, argumentando que otros líderes, como el brasileño Lula, han sido presidentes a una edad más avanzada que la suya. En las próximas presidenciales del 2027 –si Macron agota su segundo mandato– Bayrou tendrá 76 años.
El flamante premier siempre ha estado presente en el debate político reciente, dada su condición de socio de primera hora de Macron. Desde el 2020, ocupa además el puesto de alto comisario del Plan, sin recibir remuneración. Este cargo consiste en reflexionar, junto al conjunto de las instituciones, sobre las decisiones de calado que debe tomar el país a medio plazo en el ámbito económico, social y medioambiental. Aunque solo ha podido dedicarse parcialmente a la tarea, le ha permitido ejercer influencia sobre Macron y el Gobierno.
Una singularidad de Bayrou es que habla el bearnés –o gascón, variedad del occitano– y es defensor de las lenguas regionales, algo exótico para un líder político en la siempre centralista Francia.