Yenín se queda sin habitantes

La nueva ofensiva israelí contra los palestinos 

La ciudad del norte de Cisjordania se llena de tanques, excavadoras y tropas israelíes

JENIN (-), 24/02/2025.- A boy watches Israeli troops during a military operation inside the Jenin refugee camp, West Bank, 24 February 2025. The Israeli military launched a military operation in Jenin and its camp on 21 January, resulting in at least 27 Palestinian deaths and dozens of injuries, according to the Palestinian Ministry of Health. (Yenín) EFE/EPA/ALAA BADARNEH

Un niño observa este lunes los blindados israelíes en las calles del campo de refugiados de Yenín destruidas por el ejército

ALAA BADARNEH / EFE

El camino que enlaza el hospital Gubernamental de Yenín con su campo de refugiados equivale a un bocado de destrucción. El suelo de la calle está triturado, las casas y comercios, si sus frentes no han sido derribados, tienen al menos agujeros de bala. Abarcar los daños que el ejército israelí sigue infligiendo, ya en su segundo mes de invasión, es cada vez más difícil.

Mantiene bajo bloqueo el acceso al campo, y, si no, el riesgo es un disparo de francotiradores que se han adueñado de las casas de civiles. “La situación es indescriptible, es una tragedia en todo sentido”, lamenta Ihab al Qaysi, palestino de Yenín, que no se aparta de la entrada del hospital.

Israel ha destruido en un mes 120 casas en Yenín, matado a 28 palestinos y desplazado a más de 16.000

Alerta que estar aquí ni siquiera es seguro: “Hace un rato empezaron a disparar en esta dirección, desde uno de los vehículos militares de adentro –a unos pasos, lo atestigua después este diario con un tiro de advertencia para no fotografiar la zona–. Algunos que intentan ir resultan heridos”, dice trayendo a un amigo taxista, que días atrás aparcó en la entrada y perdió la punta de un dedo.

La ONU y las autoridades locales indican que solo en Yenín, desde el inicio de la ofensiva el 21 de enero, Israel ha destruido 120 viviendas, ha matado al menos a 28 palestinos y ha desplazado a más de 16.000, casi toda la población del campamento. “Esto ahora es área militarizada, mucha gente tiene miedo de venir al hospital”, asegura su director, Wissam Bakr. Al Gubernamental, cercado por Israel los primeros días de asedio, le ha costado un mes retomar tratamientos contra el cáncer, y sigue sin poder brindar cirugías programadas. Aunque Bakr se ha hecho con generadores para el hospital, subraya que los soldados “han destruido conexiones de agua y electricidad [en el campo], como en cada redada”.

Como la mayoría, Al Qaysi está preocupado porque “la invasión está siendo larga y no está claro cuándo va a terminar”. Israel ha prometido extender su ofensiva más allá del norte de la Cisjordania ocupada y durante todo el 2025, pero una cosa es una declaración y otra no dejar de ver blindados cargando material, como el generador que pasa a nuestro lado para abastecer al ejército.

También ha aumentado la presencia de excavadoras, de tropas de infantería y, por primera vez en 23 años, desde la segunda intifada, hay tanques en las calles de Yenín. “No solo es el campamento; la ciudad y las al­deas de los alrededores están sufrien­do igual por esta situación”, agrega este vecino.

La urgencia se agudiza para los palestinos expulsados por la fuerza, que en todo el norte suman unos 40.000, el mayor éxodo de civiles desde la guerra de los Seis Días de 1967. Si bien OCHA, la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU, señala que gran parte de ellos se han ido a casas de alquiler, la deteriorada economía palestina les obliga cada vez más a recurrir a refugios.

Uno de ellos es un centro de rehabilitación para personas con discapacidad visual. Donde solían dormir estudiantes, hoy se cobijan 22 familias del campo de Yenín, unos cien desplazados. “No es la primera vez, muchos han venido durante otras redadas [israelíes] de los últimos 4 o 5 años. Pero esta situación es diferente, mucho más grave”, asevera Tysir Odeh, director de la institución.

Mientras Israel reitera que este año no permitirá el retorno de los desplazados, crece la presión en el centro, con costes de agua y luz multiplicados –con un ínfimo apoyo de la Autoridad Palestina– y que básicamente depende de donativos de vecinos para asistir a quienes, a su vez, son hijos y nietos de refugiados. Aun así, el clima es cooperativo, como en la cocina, donde los hom­bres se agachan para conectar bom­bonas de gas y las mujeres hornean panes.

“Nos proveen de todo”, afirma Haleema Suwaydi, profesora de 63 años. La Cruz Roja acude y, en su caso, le ayuda a sobrellevar un cáncer. Sin embargo, siente mucha frustración por haber salido con lo puesto, usa una chaqueta donada que no es de su talla, y siente que “no hay esperanza”.

Su hogar “está dañado, pero sigue en pie”. En cambio, el ejército israelí ha quemado el de Hazmi Turkman, padre de cuatro hijos. Todos los días intenta ir a casa, pero los militares se lo niegan. Y así pasa sus jornadas, revisando las noticias sobre el campo, ayudando en las tareas del lugar y añorando a sus hermanos, también desplazados. Una herida sufrida durante la segunda intifada, que le impide caminar con normalidad, le lleva a trazar un paralelismo entre la actual ofensiva y la gran invasión israelí de Yenín en el 2002. Entonces, relata, “también destruyeron nuestras casas y luego volvimos, y lo mismo pasará ahora”.

Turkman dice que “la estrategia de Israel es transferirnos del campo a otros lugares, no quieren que haya más refugiados”, en referencia al estatus que reciben los palestinos exiliados desde la creación del Estado israelí en 1948 y sus descendientes, casi un millón en Cisjordania, repartidos en unos 19 campos. “Nos quedaremos en Yenín hasta nuestro último aliento. No viviremos otro desplazamiento como en los años 1948 y 1967 –sentencia, tajante–. Queremos volver a nuestros hogares y, si están destruidos, erigiremos tiendas”.

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