Richard Glossip, de 62 años, es uno de los tipos más curiosos que hay en el corredor de la muerte en Estados Unidos. En nueve ocasiones, le pusieron fecha de ejecución y, en tres ocasiones, hizo la última cena.
Y ahí sigue, vivo y coleando que se diría, en una cárcel de Oklahoma, condenado en 1998 por tramar en 1997 el asesinato del dueño del motel para el que trabajaba, donde protagonizó otra situación excepcional.
El fallo del Alto Tribunal destaca que el fiscal del caso ocultó pruebas que afectaban al testigo de cargo
En una decisión sin precedentes en décadas, el Tribunal Supremo de Estados Unidos anuló la condena por asesinato por cinco votos a tres y ordenó que Glossip tenga un nuevo juicio, si el fiscal considera presentar cargos de nuevo o bien optar por no ejercer la acusación.
El republicano Gentner Drummond, fiscal general de Oklahoma, fue uno de los que apoyó al reo con más ahínco en su lucha contra esa sentencia debido a los errores que se cometieron durante el juicio.
El Tribunal Supremo de EE.UU. no acostumbra a revocar una sentencia sobre la pena de muerte, aunque esta vez ha modificado su criterio
Según la ponencia de la magistrada progresista Sonia Sotomayor, el acusador público ocultó pruebas y no corrigió el testimonio del principal testigo de cargo. “Concluimos, en cuanto al fondo del asunto, que la Fiscalía violó su obligación constitucional de corregir un testimonio falso”, remarca.
El otro acusado en el crimen, Justin Sneed, condenado a perpetua, confesó que Glossip le pagó 10.000 dólares por el asesinato, cosa que el otro negó.
Sneed negó en el juicio que estuviera en tratamiento psiquiátrico, declaración que luego se vio que era mentira y de lo que el fiscal tuvo conocimiento. De haberlo sacado a la luz, el jurado habría desconfiado de la fiabilidad del testigo.
