Cuanto antes lo asumamos, mejor. Estados Unidos ya no forma parte del bloque occidental. Ahora defiende otros valores. Quiere vaciar Gaza y transformarla en un resort turístico de alta gama. Extorsiona al gobierno de Ucrania aprovechándose de que está en guerra (una guerra en la que, hasta ahora, era aliado de Kyiv). Se alinea con Rusia en la ONU, defiende a ultranza al Israel más belicoso y contrario a la solución de dos Estados y apuesta por un nuevo orden internacional basado en la fuerza. No se compromete a defender a los miembros de la OTAN. Con un par de discursos, el del vicepresidente Vance en Munich y el del secretario de Defensa Pete Hegseth en el Grupo de Contacto de la OTAN sobre Ucrania, ha convertido la cláusula de defensa mutua de la Alianza en papel mojado.

El vicepresidente de EE.UU., JD Vance
A la UE no le queda más remedio que hacer camino sola. ¿Estará a la altura de las circunstancias? Anteayer el secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, buscó un pretexto para no recibir a la alta representante para Asuntos Exteriores de la UE, Kaja Kallas. Todo un símbolo. Estados Unidos se niega a tratar con la UE de igual a igual.
Buena parte de la culpa es nuestra. Javier Solana no tenía un servicio exterior europeo tan bien organizado como el actual, pero logró hacerse respetar porque nunca decía nada que no contara con el apoyo de las grandes cancillerías europeas. Trabajaba infatigablemente por el consenso. Su móvil echaba humo. Por eso, cuando decía algo todo el mundo le escuchaba. Sabían que hablaba en nombre de la UE.
Con sus dos sucesoras inmediatas, Ashton y Mogherini, el nivel descendió mucho. Ninguna de las dos tuvo nunca la misma autoridad. Los grandes consensos se fueron desdibujando. Josep Borrell logró hacerse escuchar, pero fue más por la estridencia de lo que decía que por el apoyo con el que contaba. Decía verdades como puños, pero pronto se vio que no siempre hablaba en nombre de todos los miembros de la Unión y esto le restaba autoridad.
Kaja Kallas ha tenido una posición muy discreta hasta ahora. Supongo que algo habrá dicho sobre Gaza y sobre el asombroso cambio de posición estadounidense en relación con Ucrania, pero no ha logrado hacerse oír. La reunión organizada por Macron la semana pasada –seguramente con toda la buena voluntad– la dejó en muy mal lugar. Si Macron no consideró necesario que estuviera en la sala en la que se discutía la posición europea sobre Ucrania y la seguridad europea, ¿por qué iba a recibirla Marco Rubio?
Es la ministra de Asuntos Exteriores de la Unión y a todos los europeos nos interesa que sea respetada como tal. En vez de aprovechar para llenar el vacío que ella deja con su inexperiencia, Ursula von der Leyen, António Costa y los principales dirigentes europeos deben apoyarla. Si queremos que Washington nos escuche, tenemos que actuar todos juntos a través de los dirigentes que nos hemos dado, no compitiendo entre nosotros para ser recibidos en Washington.
Llevamos muchos años reflexionando sobre la necesidad de construir una defensa europea. Ahora no podemos perder más el tiempo. Debemos actuar. Si algún país miembro no está de acuerdo con los objetivos básicos –como Hungría o Eslovaquia– podemos dejarlo atrás con alguna fórmula de cooperación reforzada. Igual que no es imprescindible que todos seamos miembros del euro o de Schengen, tampoco es necesario que todos participemos en la defensa común.
Nos tenemos que poner de acuerdo sobre una fórmula que nos permita aumentar los gastos en Defensa –con eurobonos, con créditos del Banco Europeo de Inversiones o con unas nuevas reglas fiscales– y sobre un mecanismo de adquisiciones común que evite en la medida de lo posible las compras de armamento no europeo, para conseguir que el nuevo margen presupuestario vaya destinado a fortalecer la industria europea de Defensa. Es la única forma de hacernos respetar.
El momento es grave y la Unión no se está luciendo. O nos ponemos de acuerdo y actuamos juntos bajo el liderazgo de Bruselas o nos quedaremos fuera de juego.