Keir Starmer abre una “tercera vía” para negociar los cambios geopolíticos

El Reino Unido busca un camino entre Europa y EE.UU. en el nuevo escenario global

Britain's Prime Minister Keir Starmer speaks during a visit to meet British Steel workers in Appleby Village Hall near Scunthorpe, Lincolnshire, Saturday April 12, 2025. (Peter Byrne/Pool Photo via AP)

Keir Starmer en una imagen del sábado, día en que visitó a UK Steel, la empresa nacionalizada por el Parlamento británico

Peter Byrne / Ap-LaPresse

Así como Tony Blair abrió a finales del siglo pasado su famosa tercera vía entre el thatcherismo (cuya capacidad para el cambio radical admiraba) y la socialdemocracia, Keir Starmer busca también la suya para navegar los profundos cambios geopolíticos y económicos desatados por la llegada al poder de Donald Trump en los Estados Unidos. Pero es una carretera con un trazado de una complejidad diabólica, el equivalente del circuito de Fórmula 1 de Monza, lleno de curvas de las que el coche puede salirse al más mínimo descuido o si se toman demasiado deprisa.

El primer ministro británico es un hombre pragmático y no ideológico, sin el carisma de un Kennedy, un Churchill o incuso un Boris Johnson, ni las dotes de oratoria de Roosevelt o la capacidad estratégica de un Bismarck o Napoleón, pero cuyas capacidades se adaptan más a la gestión de crisis que a la motivación y el entusiasmo. Si hay una cosa segura es que no va a precipitarse en la toma de decisiones, como ya ha demostrado resistiendo la tentación de responder de manera impulsiva a los aranceles impuestos alocadamente por la Casa Blanca.

Su eclecticismo y falta de ideología le hacen combinar opciones de izquierda y de derecha según sea el contexto

El desafío de Starmer es adaptarse al fin de la globalización y de las leyes comerciales (al menos tal y como las hemos conocido hasta ahora), y de hallar una ruta entre el intervencionismo estatal que favorece Trump y las reglas del libre mercado que hasta ahora se han considerado sacrosantas. Ello le está llevando a adoptar posiciones sumamente eclécticas, algunas de las cuales parecen progresistas (subida de impuestos, nuevo Estatuto de los Trabajadores, aumento del salario mínimo, IVA a los colegios privados) y otras conservadoras (dureza en inmigración, reducción de la ayuda exterior, más gasto en defensa, disminución de los objetivos medioambientales...). En su deseo de recalibrar el destino del país tiene confundidos a unos y a otros, y se lleva tortas por todos los lados.

Políticamente, la tercera vía de Starmer sigue en líneas generales el sendero que llevó a Johnson a Downing Street, buscando una mayoría de votantes socialmente conservadores a quienes tienta la ultraderecha de Nigel Farage (sobre todo del norte de Inglaterra y Gales) y laboristas de toda la vida que, si se sienten decepcionados, podrían huir a los Verdes o los liberales demócratas. Se trata de un desfiladero estrecho en el que puede ser fácil tropezar, resbalarse y caer al vacío.

Así como Blair no creía en la intervención directa del Estado para proteger a la industria británica, Starmer no ha dudado en comenzar la nacionalización de los ferrocarriles, en introducir legislación de emergencia para el control público de la empresa de acero British Steel (actualmente de propiedad china y amenazada por los aranceles de Trump) y en desacelerar los objetivos de descarbonización para proteger al sector automovilístico (Jaguar y Land Rover han suspendido sus ventas a EE.UU. hasta ver qué sale de la actual turbulencia).

Mientras el actual dogma de la derecha global es moverse deprisa y romper cosas, Starmer apuesta por la calma y por adaptarse a un mundo cambiante pero sin acabar con las instituciones. Su plan A consistía en mejorar las condiciones de vida de los británicos, en especial la clase trabajadora, en virtud del crecimiento económico, pero, como decía el púgil Mike Tyson, todo el mundo tiene una estrategia estupenda hasta recibir el primer puñetazo en la boca, y el choque con la dura realidad lo ha descarrilado en pocos meses.

El camino escogido por Starmer pretende evitar la ira de Trump manteniendo la “relación especial” con los Estados Unidos y haciéndole la pelota si es necesario y, al mismo tiempo, negociar con Bruselas un Brexit mejor, con un mayor alineamiento regulatorio, pero sin dar pie a que los potenciales votantes de Farage griten “¡Traición!”. Quiere una Gran Bretaña fuera de la Unión Europea sea junto a Francia el gran pilar de seguridad del continente y que ello conlleve concesiones.

Starmer ha sido descrito como una silueta en blanco y negro, sin contornos ni colores, el equivalente de una foto Polaroid o una película de Super8. Ganó las elecciones como la antítesis de Johnson, el antídoto a Truss y la única alternativa a Sunak, pero, si consigue que funcione su tercera vía, tendrá un lugar destacado en el panteón de los líderes británicos.

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