El presidente Donald Trump ha vuelto a protagonizar una tensa encerrona al líder de un país extranjero en el despacho oval. Su homólogo sudafricano, Cyril Ramaphosa, ha llegado a la Casa Blanca con la intención de “resetear” y “recalibrar” la relación dañada entre Estados Unidos y Sudáfrica tras las acusaciones de la Administración Trump de estar promoviendo un “genocidio blanco”, la “matanza masiva” y la confiscación de tierras de la minoría étnica de los afrikáners en su país. Pero, después de un breve intercambio cordial ante los medios, antes de su reunión a puerta cerrada, el mandatario estadounidense ha pedido apagar las luces y ha reproducido en una pantalla una especie de documental en el que se mostraban cánticos y declaraciones discriminatorias de políticos de la oposición contra los granjeros blancos en Sudáfrica, que en su opinión constituyen una prueba de genocidio.
Perpleja, la delegación sudafricana se ha quedado en silencio mientras observaba el video. “Me gustaría saber dónde es eso, porque nunca lo he visto”, ha respondido Ramaphosa. “Permítame aclararlo, porque lo que vieron en los discursos que se pronunciaron no es la política del Gobierno”, ha asegurado después. “En Sudáfrica, tenemos una democracia multipartidista que permite a la gente expresarse y a los partidos políticos adherirse a diversas políticas. Y, en algunos casos, esas políticas no coinciden con la política del Gobierno. La política de nuestro Gobierno es completamente contraria a lo que aquí se ha dicho, incluso en el Parlamento. Y se trata de un partido minoritario al que se le permite existir en virtud de nuestra Constitución”.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, muestra recortes de periódicos durante su reunión con el presidente sudafricano, Cyril Ramaphosa, en el Despacho Oval.
Trump, cuyo gobierno acogió este mes a un grupo de refugiados sudafricanos, ha insistido en su promoción de una realidad alternativa, y ha mostrado recortes de prensa, alegando que “hay mucha gente que se siente perseguida y está viniendo a Estados Unidos”. “Acogemos a personas de muchos lugares si creemos que hay persecución o genocidio”, ha añadido, “tenemos cientos, miles de personas que intentan entrar en nuestro país porque sienten que van a ser asesinadas y que sus tierras van a ser confiscadas, y ustedes tienen leyes que les dan derecho a confiscar tierras sin pago alguno, pueden quitarles sus tierras sin pagar nada”.
Mientras EE.UU. mantiene sus puertas cerradas al asilo de las más de 34.000 personas que buscaban ser acogidas antes del regreso de Trump al poder, este mes realizó una llamativa y polémica excepción. El 12 de mayo, un grupo de 59 afrikáners blancos sudafricanos llegó al aeropuerto internacional a las afueras de Washington en un vuelo fletado y pagado por la Casa Blanca. Un trato completamente opuesto al que sufren aquellos que huyen de una discriminación real, de guerras y de desastres naturales.
El presidente justificó la decisión asegurando que estaban siendo víctimas de un “genocidio terrible” y “descontrolado” contra la población blanca, a pesar de que no hay pruebas de una persecución sistemática de los afrikáners, que sufren menor violencia que los negros. La Administración Trump les ofreció permiso de trabajo y residencia permanente, y ya han sido reasentados en algunos estados, entre los que destacan Minnesota, Nevada e Idaho.

Trump reproduce el vídeo en el despacho oval en el que acusa a Ramaphosa de permitir un genocidio en Sudáfrica.
EE.UU. acogió este mes a un grupo de refugiados afrikáners y suspendió toda la ayuda exterior a Sudáfrica
El foco en Sudáfrica, país del que provienen algunos de sus hombres de confianza, como el propietario de Tesla, Elon Musk, el coordinador de inteligencia artificial David Sacks o el inversor Peter Thiel, amplifica el discurso racial, victimista y supremacista blanco que ha caracterizado la trayectoria política de Trump y sus agresivas políticas migratorias. Los afrikáners son los descendientes de los colonos neerlandeses que gobernaron Sudáfrica durante la era del apartheid, una discriminación social e institucional de las personas negras que se alargó desde 1948 hasta la década de 1990.
En febrero, Trump firmó un decreto en el que acusaba al Gobierno de Ramaphosa de haber cometido graves violaciones de los derechos humanos de los blancos con su ley de expropiaciones de 2024, que permite confiscar tierras agrícolas a los afrikáners blancos sin compensación económica, con el objetivo de compensar las desigualdades creadas durante el apartheid. Con esta orden ejecutiva, Trump suspendió de golpe todas las ayudas existentes a Sudáfrica, que ascendían a 350 millones de dólares anuales, entre otras causas, para combatir la epidemia de sida.
El republicano también expulsó en marzo al embajador de Sudáfrica, Ebrahim Rasool, y lo declaró persona non grata después de que este le acusara de alimentar el resentimiento de los blancos en EE.UU. Y el secretario de Estado, Marco Rubio, anuló su asistencia a la reunión de ministros de Exteriores del G20, que este noviembre acoge Sudáfrica, debido a su promoción de lo que definió como políticas de diversidad, equidad e inclusión (DEI), que se han convertido en uno de los focos de la Administración Trump. En la opinión de la ultraderecha estadounidense, estas políticas son discriminatorias, cuando en realidad lo que buscan es compensar la discriminación histórica de negros, mujeres, personas LGTBI y discapacitadas, entre otros colectivos.
Donald Trump, presidente de EE.UU.
“Les están quitando la tierra a las personas y, en muchos casos, esas personas están siendo ejecutadas”
Ramaphosa ha llegado a la Casa Blanca con la intención de restablecer las relaciones entre ambos países, dañadas desde el regreso de Trump al poder. Además de las acusaciones de genocidio, el presidente le ha acusado de estar llevando a cabo una política exterior “antiamericana”, pues fue Sudáfrica el país que presentó la demanda contra Israel frente a la Corte Penal Internacional en el 2023, acusando al Estado hebreo de “actos de genocidio” en su masacre sistemática de civiles palestinos en Gaza.
La prioridad del presidente de Sudáfrica era presentar a su homólogo estadounidense un acuerdo comercial beneficioso para ambas partes, que diera acceso a EE.UU. a la explotación de sus tierras raras. Especialmente, ante el temor de que el Congreso no renueve su ley de Crecimiento y Oportunidad en África, que expira en septiembre, lo que terminaría el acceso libre de aranceles de Sudáfrica a ciertos productos americanos. Para convencerle, y para evitar la tensión acontecida durante la visita del presidente ucraniano Volodímir Zelenski, expulsado a gritos en febrero, Ramaphosa llevaba en su delegación a los golfistas afrikáners Ernie Els y Retief Goosen, así como al hombre más rico del país, Johann Ruopert.
Trump valora en su geopolítica las relaciones personales, y su gusto por la riqueza y por el golf presentaba una oportunidad para una conversación más agradable. Ramaphosa ha presentado a los golfistas, pertenecientes a la minoría étnica, al igual que miembros afrikáners de su gobierno, como una prueba de que su gobierno no está permitiendo ni ejecutando ningún “genocidio”.
Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica
“Si hubiera habido un genocidio de afrikáners, estos tres caballeros no estarían aquí, incluido mi ministro de Agricultura”
“Si hubiera habido un genocidio de granjeros afrikáners, puedo apostar que estos tres caballeros no estarían aquí, incluido mi ministro de Agricultura”, ha dicho Ramaphosa, instando a Trump a “escuchar sus historias, su perspectiva”.
Pero, después de una serie de alabanzas mutuas y cordialidad, la conversación no ha tardado en torcerse, demostrando que Trump no tenía más intención que realizar otra encerrona y poner a Ramaphosa en una posición de incomodidad parecida a la que sufrió Zelenski. “Les están quitando la tierra a las personas y, en muchos casos, esas personas están siendo ejecutadas”, ha repetido Trump en múltiples ocasiones.
Por su parte, en la delegación estadounidense estaba presente Elon Musk, nacido en Sudáfrica y convertido en uno de los mayores críticos del gobierno de Ramaphosa, al que culpó de impedirle llevar su servicio de internet por satélite, Starlink, a su país natal. El multimillonario dijo que las leyes de discriminación positiva le habrían obligado a ceder el 30% de su capital a inversores no blancos. Estaba previsto que Sudáfrica aprovechara la visita para ofrecer un acuerdo a Musk para que lleve Starlink al país, pero, después de este intercambio inicial, parece improbable.