Una ultraderecha imparable

Ola reaccionaria en Europa

Los extremistas avanzan en la UE mientras los partidos tradicionales copian su discurso

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Cartel electoral del partido ultraderechista portugués Chega junto a otro del Partido Socialista, en Lisboa

Violeta Santos Moura / Reuters

El patrón se repite en casi cada elección europea desde hace un tiempo: los partidos tradicionales advierten del peligro que supone votar a la ultraderecha, y esta acaba obteniendo un gran resultado.

El último ejemplo, el domingo pasado, cuando se celebraron comicios legislativos en Portugal y presidenciales en Rumanía y Polonia. En las elecciones lusas, la conservadora Alianza Democrática obtuvo la mayoría de los votos, pero la verdadera triunfadora de la cita fue la extremista Chega, que empató con el Partido Socialista como segunda fuerza del Parlamento. En Rumanía, para alivio de Bruselas, el centrista Nicusor Dan logró salvar los muebles del europeísmo, aunque su rival, el ultranacionalista George Simion, obtuvo el apoyo de más del 46% de la ciudadanía. Y en Polonia, la derecha radical exhibió su fortaleza al situar a su candidato, Karol Nawrocki, dos puntos por detrás del ganador, el liberal Rafal Trzaskowski, dejando así abierta la carrera por la presidencia.

Poco antes, en el mes de febrero, Alternativa por Alemania (AfD) se convirtió en la segunda opción más votada en las elecciones federales alemanas. Desde la caída del nazismo, ningún partido ultra había tenido tanta representación en el Bundestag. Todo un logro para una formación que es considerada “un peligro para la democracia” por los servicios de inteligencia.

Extremismo en auge

La ultraderecha figura entre los tres partidos con mayor peso parlamentario en 20 de los 27 países de la UE

Un vistazo al mapa de la Unión Europea constata este auge reaccionario: en 20 de los 27 países comunitarios, la ultraderecha figura entre los tres partidos con mayor representación parlamentaria. En ocho de ellos forma parte del gobierno, ya sea ocupando la jefatura (es el caso de Italia, Hungría y Eslovaquia) o administrando diversos ministerios como socio de coalición (Croacia, Finlandia, Letonia, Lituania y Países Bajos), y en otro sostiene al ejecutivo desde fuera con sus votos (Suecia). A esto se suma el fuerte peso que la extrema derecha tiene en el Parlamento Europeo, donde, desde el año pasado, controla cerca del 25% de los escaños.

¿Cómo se explica la consolidación de los ultras en la UE? Para Werner Krause, profesor de Política Comparada en la Universidad de Potsdam, gran parte de la culpa la tienen los partidos tradicionales, que, en un intento de frenar la fuga de votos, han endurecido su discurso, sobre todo en materia de inmigración. Una estrategia contraproducente, ya que “genera un efecto de normalización y legitimación para la extrema derecha”, explica a La Vanguardia el investigador, quien apunta que las formaciones conservadoras y de centro son las que salen más trasquiladas en la operación: los ultras las están canibalizando.

Anna López Ortega, profesora de la Universitat de València y autora del recién publicado La extrema derecha en Europa (Tirant Editorial), coincide con este diagnóstico: “Ceder al discurso de la extrema derecha es un error que se paga caro, lo hemos constatado desde los años ochenta, cuando la extrema derecha empieza a tener representación electoral y el resto de partidos copian sus propuestas”, dice esta analista, quien considera que las formaciones que optan por abrazar los postulados ultras “corren el riesgo de desdibujar su propia identidad” y de perder la confianza de su electorado más moderado, lo que “genera mayor desencanto y abstención en una carrera hacia abajo en la que la ultraderecha siempre tendrá la ventaja de la originalidad”.

Política contraproducente

La radicalización se ha revelado como una estrategia electoral fallida en países como Austria y Francia

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El caso de Francia es ilustrativo: la derecha clásica de Los Republicanos, que llegó a gobernar con Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy, prácticamente ha desaparecido del mapa después de radicalizar su discurso, devorada por un Reagrupamiento Nacional que se ha convertido en la fuerza hegemónica del espacio conservador. Como resumió en su día el fundador del partido ultra, Jean Marie Le Pen: “Los franceses prefieren el original a la copia”.

Dejar que los ultras gobiernen con la esperanza de que se moderen o se evidencien sus flaquezas tampoco parece una estrategia muy efectiva. “No se domestica a la bestia”, resume López. “La entrada en gobiernos ha permitido a la extrema derecha consolidar su agenda, influir en leyes, controlar medios o erosionar instituciones”. El historiador Steven Forti, profesor de la Universitat Autònoma de Barcelona y que ha diseccionado el fenómeno ultra en los ensayos Extrema derecha 2.0 (Siglo XXI) y Democracias en extinción (Akal) , recuerda además que, tal y como demuestra la experiencia, cuando la extrema derecha accede a un gobierno de coalición, lo que sucede más bien es que los partidos que pactan con ella “se van radicalizando”, ya que los ultras tienen una gran habilidad para marcar el debate.

La muestra: Austria. Ahí, el Partido de la Libertad, una de las formaciones más xenófobas de la UE, accedió por primera vez al poder hace 25 años como socio minoritario de los democristianos. Después experimentó varios altibajos y formó parte de otras coaliciones que acabaron mal. Pero hoy es la fuerza más votada del país, y su ideario se ha convertido en parte de la genética de la política austriaca.

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Herbert Kickl, líder del ultraderechista Partido de la Libertad de Austria, el pasado 1 de mayo en Linz

Christian Bruna / Getty

Opciones de futuro

“Si los partidos tradicionales logran hacer buena política, podrán mantener su relevancia”, dice el politólogo Werne Krause

Teniendo en cuenta que el cordón sanitario tampoco ha resultado ser una fórmula infalible –ahí está el caso de Alemania, donde el prolongado aislamiento a AfD no ha impedido su espectacular avance–, ¿cómo se puede evitar que la ultraderecha acabe dominando el espectro conservador europeo?

“No hay una solución única, sino un conjunto de estrategias más allá de las de tipo electoral”, responde López, quien urge a apostar por “una democracia que no sea solo formal, sino también material”, con el fin de “reconstruir la confianza social” en un momento en el que parte de la población de la UE ha encontrado en el voto ultra una vía para expresar el malestar por las crecientes desigualdades económicas, el resentimiento contra unas instituciones que solo parecen favorecer a las élites y el recelo que despiertan los cambios culturales y tecnológicos.

Para Krause, todo dependerá en gran medida de lo que hagan los partidos tradicionales: “Si logran hacer buena política, excluyendo a la extrema derecha, tendrán opciones para mantener su relevancia”, dice el académico, que recomienda desligar la cuestión de la inmigración de otros temas que preocupan a los votantes, como la vivienda o el mercado laboral.

Forti opina de manera similar: “La extrema derecha no es invencible, comete errores”, dice. “Pero la derecha tradicional tiene una crisis de identidad. Si llega a entender cuál es su modelo de sociedad de futuro, muy probablemente se salvará. Si no, quizás aguantará en algunos casos, pero el riesgo de ser canibalizada existirá de fondo”.

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