La política portuguesa suele pasar inadvertida en España mientras el suelo no se mueve. Cuando las ondas sísmicas son fuertes, los españoles miran con interés y extrañeza al país vecino. Pasó en 1974. Se repitió en el 2015. Y vuelve a ocurrir ahora. Los dos primeros fueron terremotos de izquierda; el de 1974, muy intenso, el segundo mucho más leve. La sacudida de este pasado fin de semana anuncia una seria revancha de la derecha.
Retrato rápido. La extrema derecha ha tardado en irrumpir en Portugal, pero finalmente lo ha hecho con mucha fuerza, con más fuerza que en España. El partido Chega (Basta) consiguió el 22,5% de los votos en las elecciones legislativas del pasado domingo, pisando los talones del Partido Socialista (23,3%). Es el parlamento portugués más escorado a la derecha desde la legendaria revolución democrática del 25 de Abril de 1974. Las elecciones, como es sabido, las ha ganado el bloque conservador Alianza Democrática (32,7%), sin mayoría absoluta. La pieza principal de esa alianza es el Partido Social Demócrata, formación más centrada que el PP español, con menos incrustaciones del pasado en su interior. El líder de la Alianza Democrática es Luis Montenegro, político que hasta la fecha se ha negado a pactar con la extrema derecha.
André Ventura, antiguo comentarista de televisión, especializado en fútbol y sucesos, se ha convertido en la figura ascendente. Es el líder indiscutible de Chega. El peón del trumpismo en Portugal. Antiguo seminarista, abogado, ágil tertuliano, hincha del Benfica, conoce el medio televisivo, maneja bien las redes sociales, genera audiencia y sabe qué teclas tocar. Es apuesto y habla claro, con redobles furiosos. A su lado, Santiago Abascal es un tosco aprendiz de la agitación social.
Ventura sabe galvanizar al público y ha lanzado una campaña contra el ‘régimen del 74’. ¿Les suena? ¡Todos corruptos! ¡Abajo todos! Portugal ya no es lo que era por culpa de los inmigrantes y los gitanos. Es especialmente intensa su fobia a los gitanos. Chega se estrenó hace seis años con el 1,3% y ahora se aproxima al 23%. He ahí un retrato de la época.

André Ventura, líder de Chega
Presten atención a los siguientes detalles: el pasado mes de enero, antes de que diese inicio la campaña electoral, fue detenido un diputado nacional de Chega acusado de robar maletas en las cintas transportadoras del aeropuerto de Lisboa para después vender su contenido en una plataforma de internet. En febrero fue detenido un dirigente local de Chega, presidente de la Asociación Nacional de Toreros y amigo personal de Ventura, acusado de prostitución de menores. Imaginemos dos noticias así cargadas en la cuenta de otros partidos. La calidad del personal que ha enrolado Chega es muy baja. Todo Portugal lo sabe y a sus electores no parece importarles mucho. Por encima de todo quieren golpear políticamente a los de ‘arriba’, a los de ‘siempre’. Si el instrumento para propinar el golpe es feo y desagradable, no importa. Mejor. El escándalo que ello provoca les gratifica. Muchos de ellos quieren dar paso a gente hasta ahora muy alejada de la política profesional. Así nació el Movimiento 5 Estrellas en Italia. Así creció Podemos como la espuma en 2015. En Podemos, sin embargo, nadie se dedicaba a robar maletas en los aeropuertos. De haberse sabido, el sistema mediático español les habría fulminado.
Portugal va bien y no va bien. Previsión de crecimiento del 2% y caída del desempleo al 6,3%, con un fuerte incremento de la inmigración. Con 2,6 millones de portugueses viviendo en el extranjero (25% de la población), el país necesita gente e inversiones. Salarios bajos. Encarecimiento de la vivienda. Espectacular gentrificación en Lisboa y otras ciudades. Portugal es un país tranquilo y no son pocos los europeos con deseos de poseer una vivienda cerca del Atlántico, lejos de los ardores del cambio climático. Las empresas constructoras no dan abasto. Rentismo. Incremento de la desigualdad social y erosión de los servicios públicos. La épica del 74 se ha gastado.
Al frente de un grupo de charlatanes, Ventura ha captado la fatiga del metal y se ha lanzado en plancha, pillando a contrapié a los profesionales del denominado ‘bloque central’ (PS y PSD) y a los utopistas de izquierda que hace diez años tuvieron éxito con sus críticas a la política de austeridad impuesta por la troika. La primera gran manifestación europea de los indignados (a geração a rasca, la generación precaria) tuvo lugar en Lisboa en marzo del 2011, antes del 15-M español. Ahora la rasca la está politizando la extrema derecha.

Luis Montenegro
El Partido Socialista quiso forzar elecciones para explotar un caso de corrupción que afectaba al primer ministro Luis Montenegro (PSD, partido principal de Alianza Democrática) y la maniobra les ha estallado en las manos. Se había votado en 2022. Se volvió a votar en 2024 tras la dimisión del premier socialista António Costa, hoy presidente del Consejo Europeo. Y se ha vuelto a votar ahora, tras ser derrotado Montenegro en una moción de confianza. Weimar en portugués. Tres elecciones legislativas en tres años: una auténtica locura, una oportunidad de oro para el demagogo Ventura.
El PS se ha hundido especialmente en el sur y en la periferia de las grandes ciudades. Solo ha salvado el primer puesto en el distrito de Évora. Debacle en el sur: advertencia directa al PSOE ante las elecciones en Andalucía en 2026. A María Jesús Montero, ocupada en múltiples frentes, no le espera un camino de rosas. ¿Cómo afrontar la discusión sobre la financiación autonómica catalana con el cadáver de la izquierda meridional portuguesa sobre la mesa?
Desolación en la ‘izquierda de la izquierda’. Portugal tiene tres partidos en esa órbita: Livre, parecido a Sumar; Bloco de Esquerda, un Podemos de tacto más aterciopelado, y el rocoso Partido Comunista Portugués, amigo de Izquierda Unida. Livre ha subido un poco, pero en conjunto les ha ido mal. Podemos interpretará el resultado portugués como el aviso de una inexorable victoria de PP y Vox en España y acentuará la radicalización de su discurso para ubicarse como futura oposición de izquierdas, en previsión de que el PSOE entré en crisis dentro de un par de años, si Pedro Sánchez logra culminar la legislatura.
Advertencia portuguesa para Alberto Núñez Feijóo: Vox puede seguir creciendo. Imaginemos un PP prisionero de Vox en el 2027. ¿Qué haría el PSOE? Núñez Feijóo no es Luis Montenegro. Su cuota de popularidad entre los electores del PP es baja. Hoy se halla por debajo de la cota de Pablo Casado en 2022.

El presidente del Consejo Europeo, António Costa
¿Se dirige Portugal hacia una situación ingobernable? Seguramente habrá algún tipo de cooperación entre la Alianza Democratica y el PS, que cambiará de líder. Pedro Nuno Santos, dirigente dimisionario de los socialistas, ha demostrado ser un irresponsable. Ha manejado la política portuguesa como si no existiese contexto internacional. “Orgullosamente solos”, como decía el dictador António de Oliveira Salazar. Cita que hoy recupera, muy oportunamente, el periodista Anxo Lugilde en su crónica en La Vanguardia. No habrá vacío. Portugal no será regalado gratis a la extrema derecha. António Costa, figura central del socialismo portugués, envió ayer un mensaje desde Bruselas que va en esa dirección. Ese mensaje no debería pasar desapercibido al PSOE.
Riesgo de debilitamiento de la unión ibérica. Ayer, los gobiernos de España y Portugal solicitaron por carta a la Unión Europea más conexiones eléctricas con Francia para reforzar la seguridad de su sistema energético después del gran apagón. La compenetración entre los dos países es crucial en un momento en que el eje Francia-Alemania-Polonia, con apoyo externo del Reino Unido, se afirma como centro motor de la Unión Europea.
He de confesarles que mi intención era hablar hoy en primer lugar de las elecciones presidenciales en Rumanía y Polonia, que también se celebraron el pasado domingo. A priori esas elecciones son más decisivas para el futuro de la Unión Europea que los comicios legislativos en Portugal. En el Este se juega hoy el futuro y hay un dato muy interesante de esas elecciones: los alcaldes de Bucarest y Varsovia aparecen como baluartes del europeísmo. Si Pasqual Maragall pudiese conocer esa noticia se sentiría emocionado.

Dos carteles electorales en Rumanía: a la izquierda el de George Simion, a la derecha, Nicusor Dan
En Rumanía ha ganado el alcalde de Bucarest, Nicusor Dan, candidato independiente, de perfil liberal. Ha ganado contra pronóstico. Después de la primera vuelta, el nacional-populista George Simion parecía el favorito. Simion contaba con el activo apoyo de Calin Georgescu, el outsider de extrema derecha, abiertamente pro-ruso, que ganó una primera vuelta anulada por el Tribunal Constitucional por supuesta injerencia de Rusia en el proceso electoral. Anular unas elecciones en un país de la Unión Europea es una cosa muy seria. Esa anulación victimizó a Georgescu y nos dio una idea de lo que estaba en juego. El nacionalista Simion parecía canalizar un doble descontento social: la protesta por esa anulación y un malestar difuso, seguramente no muy distinto al de Portugal. Finalmente ha ganado Nicusor Dan, que también se presentaba como un outsider, pero en versión pro-Europa.
El mapa de las elecciones presidenciales rumanas, conocido ayer, nos dice dos cosas: el alcalde Dan, candidato europeísta, ha ganado gracias al voto de las ciudades y al de la relevante minoría húngara en Rumanía, consiguiendo un significativo apoyo en la diáspora. Se calcula que unos cinco millones de rumanos viven en el exterior, después de una fortísima emigración económica. Un millón de ellos residen en España y, según los datos disponibles, habrían votado mayoritariamente a favor de Simion, que ha ganado de manera indiscutible en las zonas rurales de Rumanía.
Grandes ciudades y campo, enfrentados políticamente. He ahí un patrón que se repite obsesivamente en casi todos los procesos electorales de los últimos años. En las elecciones presidenciales de Estados Unidos, Donald Trump ganó radicalmente en las vastas zonas agrarias, avanzó en las grandes urbanizaciones del modo de vida americano y perdió en el interior de las grandes ciudades, donde ganaron con mucha fuerza los demócratas. Ese patrón se repite obsesivamente en distintas latitudes del mundo. También ha sido así en Rumanía, con la variable de la minoría húngara, compuesta por más de un millón de personas, algo más del 5% de la población. Rumanía se anexionó una parte del territorio de Hungría después de la Primera Guerra Mundial (Tratado del Trianón) y esa minoría nacional húngara es políticamente sensible. La rebelión contra el régimen comunista de Ceaucescu en 1989 lo inició la minoría húngara en la ciudad de Timisoara (Temesvár, en húngaro). Los húngaros de Rumanía observan con mucha cautela el nacionalismo rumano. Simion, que contaba con el apoyo de la primera ministra italiana Giorgia Meloni, fue a ver a Víktor Orbán en Budapest para intentar neutralizar ese factor, pero su éxito fue relativo.
El malestar social ha contado mucho en las elecciones en Rumanía, al igual que en Portugal. Con una diferencia. Más de un millón de portugueses han votado a Chega en señal de protesta, seguramente conscientes de que no ponían en riesgo las coordenadas internacionales de Portugal. En Rumanía esas coordenadas podían verse cuestionadas. Los rumanos se lo han pensado dos veces.

Rafał Trzaskowski, ganador en la primera vuelta en Polonia
Otro alcalde, el de Varsovia, puede reforzar el perfil europeísta de Polonia y ayudar al primer ministro Donald Tusk a gobernar un país que está ganando mucho peso en la Unión Europea. Rafał Trzaskowski es el candidato de la Coalición Cívica a la presidencia de Polonia. Los datos de la primera vuelta le sitúan en primera posición, solo dos puntos por delante de Karol Nawrocki, del partido Ley y Justicia, formación ultraconservadora y muy nacionalista. Trzakoswski no tiene asegurada la victoria puesto que hay otras dos formaciones de extrema derecha que pueden apoyar a Nawrocki, la principal de ellas, de perfil libertario, se llama Confederación (Konfederacja, en polaco) y podría acabar teniendo la sartén por el mango.
Si Chega hubiese conquistado la segunda posición en Portugal, si el nacionalista Simion hubiese ganado las elecciones presidenciales rumanas, si Rusia lo celebrase, y si la extrema derecha ya tuviese en el saco la presidencia de Polonia, estaríamos estos días ante un colosal psicodrama europeo.