Más allá de Harvard, el miedo se extiende por los campus.
Aunque tal y como está la situación mejor no dar nombres, muchos estudiantes internacionales en universidades de Estados Unidos han recibido un correo electrónico con este enunciado: “Orientación sobre viajes internacionales para estudiantes”.
Aunque lo parezca, no es una guía turística para el verano. No, es una pauta de conducta para eludir problemas cuando esos estudiantes regresen a territorio estadounidense. Este mensaje advierte sobre todo de los viajes conectados con la universidad, como conferencias y cooperaciones en el exterior, o casos en los que haga falta llevar equipos con información. Así que se pide a los estudiantes que conecten con sus asesores de facultad antes de planificar esos trayectos. Uno de los apartados dice: “Evita viajar con dispositivos personales que almacenen datos de investigación (de la universidad) o registros de estudiantes”.

Manifestación de estudiantes y personal universitario, en abril
En caso de que lo precise su labor en el extranjero, se aconseja a los universitarios que soliciten ordenadores portátiles “específicos” para viajes. “Estos equipos están configurados para proteger tu información mientras te hallas afuera”, recalca el correo. “Garantizaremos que estés preparado y seguro”, concluye el escrito.
A los universitarios que vayan a viajar se les recomienda solicitar ordenadores portátiles “específicos”
Estas precauciones se enviaron incluso antes de que esta semana se suspendieran en las embajadas las entrevistas para los visados de estudiantes y de que el Gobierno de Donald Trump anunciara que hará una revisión más en profundidad de los aparatos electrónicos y de las redes sociales de esos estudiantes.
La Columbia de Nueva York fue la primera universidad asediada por Trump por la supuesta inacción contra el antisemitismo, pero cedió a la presión bajo la amenaza de perder 400 millones de fondos federales. Sin embargo, Harvard, la más rica, antigua y elitista de todas las universidades, se ha convertido en el símbolo de la resistencia al negarse a ceder a la imposición del pensamiento único.
Según las teorías conspirativas, el presidente tiene este centro de formación de altos cargos en su punto de mira porque no admitió a su hijo Barron. Podría ser uno más de los rumores que corren por internet, pero el asunto adquirió rango superior a una conspiración cuando la oficina de la primera dama, Melania Trump, emitió un comunicado en el que negó ese rechazo. Sostuvo que su hijo no presentó esa solicitud.
A partir de Harvard, la onda expansiva se proyecta lejos de Massachussetts en la batalla de Trump por forzar el cambio en los centros de más prestigio.
Otras universidades temen esta guerra a la inteligencia, que también lo es a la economía de esas instituciones –los estudiantes internacionales costean mucho más que el resto– y del propio país. Sin contar su contribución monetaria a los avances tecnológicos o médicos, entre otros, los más de 1,1 millones de estudiantes internacionales aportaron casi 44.000 millones de dólares, a partir de los datos del curso 2023-24 recopilados por la Asociación de Educadores Internacionales. Dan apoyo a 378.000 puestos laborales. No solo abonan las tasas de matrícula: también pagan alquileres, van a restaurantes o viajan.
Hay otro factor menos cuantificable, pero de calidad democrática. Estudiantes chinos, el segundo grupo más numeroso (tras India) y los más escrutados, están contrariados. Dicen que Estados Unidos se asemeja cada vez más al país del que salieron.