El Lunes de Pentecostés los cristianos celebran el advenimiento del Espíritu Santo. Coincidiendo con esta festividad, el pasado lunes los líderes del grupo europeo de extrema derecha Patriotas por Europa se reunieron en una pequeña localidad del centro de Francia, Mormant-sur-Vernisson, para conmemorar el primer aniversario de las elecciones que auparon al Reagrupamiento Nacional (RN) de Marine Le Pen a la condición de primera fuerza política francesa y hacer votos por el futuro advenimiento de una presidenta (o presidente) ultra en el Elíseo. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, lo dejó sucintamente claro: “Sin vosotros, no podremos ocupar Bruselas”. La conquista de la Unión Europea para desmantelarla desde dentro, objetivo común y declarado de los nacionalistas euroescépticos, pasa por su victoria en Francia.
Le Pen, provisionalmente inhabilitada por una sentencia judicial en un caso de financiación ilegal -pendiente de recurso-, presentó su condena como una maniobra del poder para frenar su llegada al Elíseo. Lo cierto, sin embargo, es que su situación personal no ha afectado para nada a las expectativas electorales del RN, tanto si la candidata a las elecciones presidenciales del 2027 es ella o si se ve obligada a delegar en su delfín, Jordan Bardella. El papel de víctima, en todo caso, da votos. A modo de homenaje unánime -o jubilación anticipada-, sus socios europeos le otrogaron el título de presidenta de honor de Patriotas por Europa.
Los sondeos vaticinan una victoria del RN, sea cual sea su candidato, en las presidenciales francesas de 2027
La posibilidad de que Francia tuviera un presidente de extrema derecha siempre había parecido un ejercicio de política-ficción. El sistema electoral francés, a doble vuelta, había funcionado hasta ahora como un cerrojo aún en aquellas ocasiones en que el candidato ultra había logrado pasar a la segunda vuelta (Jean-Marie Le Pen en 2002, su hija Marine en 2017 y 2022). Sin embargo, esto va camino de cambiar. A falta de un candidato sólido a derecha o izquierda, y con los dos grandes partidos históricos -Los Republicanos (LR) y el Partido socialista (PS)- en estado crítico, el RN encabeza hoy todos los sondeos para la primera vuelta con entre el 30% y el 34% de los votos. Y la mayoría de las encuestas, y eso es lo nuevo, le da también ganador en la segunda vuelta.
De producirse un resultado así dentro de dos años sería un terremoto político de incalculables consecuencias. Para Francia, por supuesto. Pero para Europa también, porque perdería uno de sus dos pilares fundamentales. El discurso de Le Pen y Bardella es claramente hostil a la Unión Europea, que presentan como un “imperio” opresivo que ahoga a las naciones y al que hay que combatir. El RN ya no abona el Frexit, ni la salida del euro, sino la reducción de la UE a la mínima expresión. “No queremos abandonar la mesa. Queremos terminar la partida y ganarla, tomar el poder en Francia y en Europa para devolvérselo a los pueblos”, expuso Le Pen ante los 5.000 simpatizantes de extrema derecha que acudieron a la bautizada como Fiesta de la Victoria.
A la cita de Mormant-sur-Vernisson, una aldea rural de apenas 150 habitantes, acudió lo más granado de la extrema derecha europea. Además del húngaro Viktor Orbán, allí estaban el italiano Matteo Salvini, el checo Andrej Babis, el flamenco Tom Van Grieken –“Si Francia se levanta, Europa seguirá”, vaticinó- y el español Santiago Abascal, entre otros. El líder de Vox, además de arremeter contra el “gobierno criminal” de Pedro Sánchez, atacó las “imposiciones globalistas” de Bruselas, que en su opinión reduce a los países miembros a un estado de “esclavitud”.

El líder del neerlandés Partido para la Libertad, Geert Wilders, la semana pasada
El segundo hilo conductor de todos los oradores -estrechamente vinculado al primero- fue el de la inmigración, presentada como la némesis de Europa. En mayor o menor medida, el grupo parece haber asumido la tesis conspiracionista del “gran reemplazo”, según la cual habría un programa político orquestado para sustituir progresivamente a la población cristiana europea por musulmanes. Quien más explícitamente aludió a ello fue Orbán: “Hay un intercambio organizado de poblaciones para reemplazar el sustrato cultural de Europa (…) No les dejaremos destruir nuestras ciudades, violar a nuestras hijas y nuestras mujeres, matar a ciudadanos pacíficos”, dijo en tono trumpista.
Los demás siguieron una letanía parecida. Aludiendo al pacto migratorio europeo, le Pen denunció un “pacto con el diablo, un pacto de sumersión migratoria, un pacto de dilución demográfica, un pacto de desaparición cultural de Europa”. Salvini habló de “una invasión de clandestinos, principalmente islamistas, financiada y organizada en el silencio de Bruselas”. Y Abascal reivindicó la soberanía nacional para decidir quién entra y para “acompañar a las familias europeas, no para reemplazarlas”.
El gran ausente del aquelarre ultra fue el neerlandés Geert Wilders -quien envió su intervención grabada en vídeo-, demasiado ocupado con la crisis política que ha desencadenado en los Países Bajos al romper el pacto de coalición y hacer caer al Gobierno. El líder del Partido para la Libertad (PVV) rompió formalmente la baraja en desacuerdo con la supuesta tibieza del Ejecutivo en materia de inmigración, aunque todo indica que su interés último era forzar nuevas elecciones -que se celebrarán el 29 de octubre- en un nuevo intento por lograr ser primer ministro, cosa que no consiguió tras los comicios del año pasado pese a ser el más votado. Pero con un 21% de intención de voto -solo dos puntos por encima de su inmediato seguidor- y con unos potenciales socios de gobierno irritados con él no parece que ahora lo vaya a tener más fácil.
· Voto de confianza en Polonia. El primer ministro polaco, el conservador Donald Tusk, ha salido reforzado esta semana al ganar -por 243 a 210 votos- la moción de confianza que había presentado en el Parlamento para reforzar su Gobierno tras el batacazo de las elecciones presidenciales, en las que ganó ajustadamente el candidato ultranacionalista Karol Nawrocki. Al frente de una coalición que va de la derecha al centroizquierda, Tusk habrá logrado cerrar filas con los suyos, pero el escenario político no ha cambiado, con un jefe del Estado que -como el anterior, también de Ley y Justicia (PiS)- podrá seguir imponiendo su veto a algunas de las reformas del Ejecutivo.
· Acuerdo en Gibraltar. Nueve años después de que los británicos decidieran en referéndum abandonar al Unión Europea, uno de los últimos flecos del Brexit ha quedado resuelto con la incorporación de Gibraltar al espacio Schengen de libre circulación. El ministro español de Exteriores, José Manuel Albares; su homólogo británico, David Lammy; el comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, y el ministro principal del Peñón, Fabian Picardo, llegaron a un acuerdo definitivo -con detalles que deberán perfilarse ahora- por el cual desaparecerá la Verja y los controles fronterizos en el puerto y el aeropuerto serán conjuntos.
· Más presión sobre Rusia. La Comisión Europea presentó esta semana el 18º paquete de sanciones contra Rusia por la guerra de Ucrania, cuyo objetivo es forzar al régimen de Vladímir Putin a sentarse a negociar de verdad un alto el fuego (hasta ahora, las conversaciones con los ucranianos solo han dado como resultado el intercambio de prisioneros). Las nuevas sanciones prohíben todo tipo de transacciones relacionadas con los gasoductos Nord Stream 1 y 2 -que, de todos modos, están paralizados- y, lo más importante, imponen una rebaja sustancial del precio del petróleo –de los 60 dólares por barril actuales a los 45 dólar- que la UE pagará por el crudo ruso.