La guerra arancelaria de Donald Trump contra el resto del mundo es lo más parecido a una ducha escocesa. El frío y el calor se suceden con un ritmo implacable. Europa lo sabe bien. Un día, el presidente de Estados Unidos ordena la aplicación de nuevas tarifas sobre las importaciones europeas, luego las suspende temporalmente para dar una oportunidad al diálogo, a continuación amenaza con subirlas todavía más porque no le gusta el tenor de las negociaciones y, todo, para volver a conceder inmediatamente una nueva tregua... En este baile solo faltaba que un tribunal federal bloqueara ahora todos los aranceles “recíprocos” anunciados por Trump en el pomposamente bautizado como el Día de la Liberación, dando al traste con su política de extorsión comercial.
La madrugada del jueves el Tribunal de Comercio Internacional de EE.UU. declaró ilegal la aplicación de aranceles decidida por el presidente, por entender que se excedió en sus atribuciones al invocar la Ley de Poderes Económicos de Emergencia Internacional (IEEPA), de 1977, y dio diez días al Gobierno para aplicar efectivamente la medida. La intervención judicial dio un breve respiro a Europa (y a otros), pero en absoluto definitivo. La Casa Blanca apeló de urgencia y consiguió una suspensión cautelar, mientras los tribunales dirimen el fondo de la cuestión.
La negociación comercial entre la UE y EE.UU. ha vivido esta última semana nuevos sobresaltos. El viernes 23 Trump expresó su hartazgo por el rumbo de las conversaciones y anunció la imposición de unos aranceles del 50% sobre las importaciones comunitarias a partir del 1 de junio. El lunes 26, tras una conversación telefónica con la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, volvió a dejar su anuncio en suspenso y apostó por la reanudación de las negociaciones que él mismo había dado por rotas tan solo tres días antes. Fecha límite esta vez: el 9 de julio. Tras lo cual, y de no mediar acuerdo, la guerra comercial sería inevitable. Y quizá lo sea, dada la distancia que separa a ambas partes.
Bruselas ha propuesto a Washington dejar a “cero” los aranceles mutuos sobre los productos industriales, así como aumentar las compras europeas de productos estadounidenses por valor de 50.000 millones de euros (gas licuado, soja) con el fin de aliviar el déficit comercial de EE.UU. respecto a Europa que tanto preocupa a Trump. Pero no acepta las exigencias norteamericanas de suprimir la fiscalidad del IVA o derogar las regulaciones que afectan a las grandes tecnológicas.

Europa ha propuesto aumentar la compra de soja norteamericana
Europa se ha mostrado hasta ahora extremadamente cautelosa y prudente. Y, si bien ha preparado dos paquetes de represalias -con aranceles suplementarios sobre productos de EE.UU. por valor de 26.000 y 100.000 millones de euros-, no ha aplicado hasta el momento ninguna contramedida. Washington, por su parte, mantiene las tarifas especiales sobre el acero, el aluminio y los automóviles (del 25%), así como los nuevos aranceles básicos generales para todo el mundo del 10%. Pero llegará un momento en que Europa deberá decidir si cede o planta cara.
No estaría de más recordar lo que ha pasado en los otros frentes comerciales abiertos por Trump. El más importante ha sido el entablado con China, el gran rival sistémico de EE.UU. Tras una escalada incontrolable que llevó a la imposición de unos aranceles del 145% por parte de Washington y del 125% por parte de Pekín como represalia, los mercados financieros -y en particular el de los bonos del Tesoro estadounidenses- forzaron al presidente norteamericano a dar marcha atrás y acordar una tregua. Mientras ambas partes negocian -para lo que se dieron 90 días, a contar a partir del 14 de mayo-, los aranceles respectivos han vuelto a parámetros más moderados: del 30% y del 10%.
Con el Reino Unido, el gran aliado de EE.UU., el país de la legendaria ‘relación especial’, el acuerdo ya alcanzado -anunciado el 8 de mayo- no es para lanzar cohetes por parte de Londres. El Gobierno del laborista Keir Starmer ha conseguido reducir los aranceles sobre los automóviles y eliminar los que pesaban sobre el acero y el aluminio, a cambio de abrir su mercado a los productos agrícolas norteamericanos, entre otras cosas. Pero no ha logrado sacarse de encima un arancel general del 10%, pese a que EE.UU. tiene aquí superávit comercial.
Con Europa, en cambio, tiene déficit (aunque existan algunos cálculos inflados al respecto). En 2024, según datos oficiales de Bruselas, los intercambios comerciales entre EE.UU. y la UE alcanzaron los 865.000 millones de euros: Europa importó bienes por valor de 333.400 millones y exportó por 531.600 millones, lo cual arroja para Estados Unidos un déficit de 198.200 millones. Pero en el terreno de los servicios ocurre a la inversa: los norteamericanos obtuvieron en el 2023 un superávit de 108.600 millones (vendieron por 427.300 millones y compraron por 318.700 millones). El balance global, pues, dista mucho de ser tan negativo para EE.UU. como Donald Trump lo presenta.
El economista estadounidense Paul Krugman, premio Nobel de Economía 2008, considera que el déficit comercial de Estados Unidos respecto a Europa, además de ser en parte ficticio -consecuencia de maniobras fiscales realizadas por algunas multinacionales a través de Irlanda-, es relativamente pequeño y, sobre todo, inocuo.
En una “Carta a Europa” publicada este lunes, Krugman aconseja a los líderes europeos que “no intenten apaciguar a Trump”. “No pueden hacer concesiones sustanciales, porque sus políticas hacia las exportaciones estadounidenses ya son bastante favorables. E incluso darle a Trump una victoria simbólica y sin sentido -prosigue- solo lo envalentonará”. Y concluye: “El mensaje para Europa es que se defienda. En comercio, en PIB, incluso en todo, excepto en la tecnología más avanzada, no dependen más de EE.UU. de lo que EE.UU. depende de ustedes. No hay nada que los obligue a complacer los delirios del rey loco de Estados Unidos”.
APUNTES
- Confianza en Europa. En estos momentos de crisis y desconcierto internacional, los europeos parecen encontrar más que nunca en la UE un referente sólido al que aferrarse. Así se desprende del último Eurobarómetro, según el cual el 52% de los ciudadanos de la Unión dice confiar en la UE, el resultado más alto desde el 2007 y muy por encima del que otorgan a los gobiernos de sus respectivos países (36%). Respecto a las amenazas comerciales procedentes de Estados Unidos, el 80% de los encuestados considera que la UE debe imponer aranceles como represalia en defensa de sus intereses.
- Lenguas cooficiales. La falta de unanimidad en el seno de la UE ha vuelto a dejar sobre la mesa el reconocimiento de las lenguas cooficiales de España -catalán, euskera y gallego- como lenguas oficiales de la Unión. El Gobierno español contaba con obtener una posición favorable en la reunión del Consejo de Asuntos Generales del martes, pero ante las dudas expresadas por varios países -entre ellos, Alemania e Italia-, la presidencia polaca decidió posponer el asunto. El PP español, fiel a su hábito de utilizar las instituciones europeas como caja de resonancia de su combate contra el Gobierno, hizo gestiones entre bambalinas para hacer capotar la iniciativa.
- Chega, segundo. El aparente empate producido en las elecciones de Portugal en la disputa por el segundo puesto entre el Partido Socialista (PS) y la organización ultraderechista Chega, se ha roto en beneficio de esta última. El recuento del voto de los portugueses residentes en el extranjero ha decantado el resultado, de modo que el partido de extrema derecha dirigido por André Ventura (con 60 escaños) ha quedado como segunda fuerza del Parlamento luso, largamente por detrás del conservados PSD (con 91) pero ligeramente por delante del PS (58), algo nunca visto.