Asia-Pacífico se apea de la cumbre de la OTAN, que empieza este martes en La Haya. Un ciclo que empezó en la cita de Madrid, en 2022, al calor del estallido de la guerra de Ucrania, parece llegar a su fin. Ni el primer ministro de Japón, ni el presidente de Corea del Sur, ni el primer ministro de Australia compartirán esta vez sesiones con sus homólogos de ambas orillas del Atlántico Norte.
El aliento trilateral de las últimas cumbres podría haber pasado a la historia, con la sola presencia en Holanda del primer ministro neozelandés, Christopher Luxon, entre mandatarios europeos y norteamericanos. Las causas son varias y están perfectamente identificadas, aunque no siempre se digan en voz alta.
La incomodidad nipona es la más patente, desde hace meses, pero hoy mismo Shigeru Ishiba ha vuelto a referirse a ella. Japón decidirá su presupuesto de armamento por sí mismo, “en tanto que país independiente”, ha dicho, aunque sin descuidar “la comunicación y la coordinación con Estados Unidos”. En marzo pasado, el número tres del Pentágono aireó que sería deseable que Japón aumentara su presupuesto de Defensa hasta el 3% del PIB. Algo que sacó de sus casillas a Shigeru, a pesar de que antes fue ministro de Defensa y es un gran conocedor de los arsenales de cada país y un aficionado a la historia bélica.
El militarismo sigue siendo tabú en Japón, pese a los esfuerzos del malogrado Shinzo Abe por descriminalizarlo. La Constitución japonesa, a día de hoy, sigue siendo pacifista, para alivio de las naciones asiáticas que sufrieron la crueldad del Imperio del Sol Naciente. Las Fuerzas Armadas de Japón ni siquiera pueden llamarse así: son Fuerzas de Autodefensa. Dotarlas con el 3,5% o incluso con el 5% del PIB de la cuarta mayor economía del mundo traicionaría inmediatamente su condición puramente defensiva.
Esta será la primera vez que un primer ministro nipón falte a la cita atlantista en cuatro años. No será por casualidad, ni por un solo motivo, sino “por varias circunstancias”, según fuentes de su ministerio de Exteriores. Una de ellas es el bombardeo unilateral estadounidense sobre Irán, país con el que Japón mantiene una relación aceptable. La otra causa también tiene su origen en Washington y no es otra que la citada incomodidad ante la creciente presión para que Tokio -y Seúl- gasten todavía más en Defensa (con la industria armamentista de EE.UU. llevándose la parte del león en sus importaciones).

El primer ministro nipón Shigeru Ishiba (izq) y el presidente surcoreano, Lee Jae Myung, en la reunión del G7, en Canadá, hace una semana. La prioridad de este último es “el diálogo con Corea del Norte”.
El número tres del Pentágono dijo ya en marzo que Japón debería dedicar el 3% de su Producto Interior Bruto (PIB) a Defensa, en lugar del 2% al que se había comprometido el anterior gobierno para 2027 (y que ya doblaba el 1% típico de las dos primera décadas de este siglo). Shigeru Ishiba, que entiende de asuntos militares, dijo molesto que el presupuesto de sus Fuerzas de Autodefensa lo decidía su gobierno de forma soberana.
Desde entonces la presión ha ido aumentando. Durante las últimas semanas, el 3,5% del PIB era la cifra más evocada, pero hace unos días, un portavoz del departamento de Defensa estadounidense dijo que lo deseable para Japón y Corea del Sur era también “un 5% del PIB, como estándar universal, el mismo para todos nuestros aliados, miembros o no de la OTAN”. Solo en el caso de Japón -que ya paga la mayor parte del coste de las bases estadounidenses en su territorio- supondría un desembolso adicional de más de 100.000 millones de euros al año. Una cifra descabellada.
Los órdagos de Trump -arancelarios y militares- han conseguido en tiempo récord que alguien como Ishiba, que incluso fantaseaba hace un año con “una OTAN asiática” -fantasía luego relegada- ni siquiera acuda este martes a la cumbre de la única OTAN realmente existente.
A Shigeru Ishiba le sustituirá en La Haya su ministro de Exteriores, Takeshi Iwaya. Ishiba, un político conservador, no solo no está dispuesto a someterse a esta diplomacia cañonera de nuevo tipo - renunciando a la visita de tres días previamente anunciada- sino que también ha suspendido la que debía ser la continuación de esta. A saber, un viaje a Estados Unidos que tenía como uno de los platos fuertes la cita 2+2, que debía reunir a los jefes de gobierno y ministros de Defensa de Corea del Sur, Japón, Australia y Estados Unidos.
Por encima de las tiranteces militares, planea además la espada de Damocles arancelaria inspirada por Trump, ahora apenas en suspenso mientras se agota el plazo para las negociaciones, pero que hace temblar a las empresas exportadoras de Japón y Corea del Sur. El nuevo presidente surcoreano, Lee Jae Myung, también ha anulado su presencia en la cumbre de la OTAN, alegando motivos de política doméstica, así como la situación en Oriente Medio.
El primer ministro australiano Anthony Albanese también ha renunciado a emprender el largo vuelo desde las antípodas. Aunque en su caso ya sucedió en 2024 (no así en 2023) debido a críticas internas y a que no le garantizaron un cara a cara con el presidente Joe Biden. Algo similar parecía destinado a suceder en esta edición, pese a que tanto él como Lee creían que iban a poder resarcirse del plantón de Trump en el G7. Finalmente, el presidente estadounidense parece que acudirá durante un tiempo limitado a La Haya, pero su equipo tampoco les garantizaba ningún encuentro bilateral.
Del 2% al 5% del PIB
Japón se niega a un desembolso extra de 100.000 millones de euros al año en armas
Con la sola presencia de Nueva Zelanda como invitada oceánica, la cumbre de la OTAN vuelve a ser un asunto del Atlántico Norte, por grande que sea su vocación de proyección indo-pacífica, para contener a China. Un objetivo maximalista con cada vez menos capacidad de arrastre en Asia, por lo menos en su versión frontal. Otra cosa es que varios países del sudeste asiático, empezando por Vietnam, deseen utilizar a EE.UU y a la UE como contrapeso a China, el coloso a sus puertas. Utilizar, no ser utilizados.
A ojos de Asia, el costoso y empecinado proyecto de la OTAN en Ucrania no parece ser la apuesta ganadora, mientras que el doble rasero frente a la invasión israelí de Palestina ha laminado la autoridad moral de Occidente. Todavía más en los países de mayoría musulmana.
A partir de la cumbre de la OTAN de Madrid, en 2022, la alianza militar se comprometió a estrechar lazos con los países del Pacífico en la órbita de Washington. Pero esta ambición podría tener que ser recalibrada. Tanto el japonés Fumio Kishida como el surcoreano Yoon Suk Yeol asistieron a esa cita y a las dos siguientes. Sus ejércitos, alentados por Joe Biden, realizaron más maniobras militares conjuntas -siempre de la mano de Estados Unidos- que en ningún otro momento de su historia reciente, a pesar de la animadversión hacia el exocupante japonés en toda Corea.
Todo ello contribuyó a poner una venda en Occidente sobre el talante autoritario de Yoon. Esta cayó con su intento frustrado de imponer la ley marcial en Corea del Sur, sembrando la semilla de su propia destitución. Su sucesor salido de las urnas, Lee Jae Myung, de centroizquierda, mirando de reojo a Ishiba, esperó hasta el último momento antes de declinar la invitación de la OTAN. Su prioridad es el diálogo con la República Popular Democrática de Corea, la mitad menos poblada y más pobre, pero más extensa, de la nación coreana.
En contraste, el presidente de Filipinas, Ferdinand Marcos, nunca ha sido invitado a las cumbres de la OTAN, a pesar de su hoja de servicios (y la de su padre homónimo). Sin embargo, su antecesor, Rodrigo Duterte, más contemporizador con China, sí se encuentra en La Haya. Aunque no pisando moquetas, sino bajo custodia del Tribunal Internacional de La Haya. Este es uno de los mensajes telegráficos de desafío que manda la OTAN con Donald Trump. Todo ello con un trasfondo internacional debidamente caldeado en los últimos días -de Isfahan a Qatar, pasando por Gaza y Tel Aviv- para que el discurso a favor de un mayor presupuesto en armamento encuentre eco.
Sin embargo, para la mayor parte del mundo, La Haya es sinónimo de justicia y jurisdicción universal, en tanto que sede del Tribunal Penal Internacional (TPI). Pero Estados Unidos no es signatario del Estatuto de Roma, sustrayéndose a su jurisdicción, como sucede con Rusia, China, India o Israel, entre otros. Es más, Donald Trump, nada más tomar posesión, dictó sanciones contra jueces del TPI que participaron en la solicitud de enjuiciamiento del primer ministro israelí, Beniamin Netanyahu, y de miembros de su gobierno, por presuntos crímenes de guerra en Gaza, Palestina.
Para países como Japón, Corea del Sur o Australia, todos ellos signatarios aplicados del Estatuto de Roma, se trata de un subtexto poco edificante. Por ello y por todo lo anterior, tras tocar hueso en Ucrania, Georgia y quizás Moldavia, la expansión atlantista - que ensayaba nuevas formas de alianza en Asia- podría tener que recalibrarse, por mucho que se erija a Taiwán como piedra de toque de la arquitectura de seguridad en el Pacífico. Contribuye al reflujo la propia base electoral de Trump, en EE.UU., menos motivada por nuevas conquistas que por la expulsión de inmigrantes irregulares.
Tras casi veinticinco años de guerras fallidas en Oriente Medio, la pieza más valiosa, Irán, podría precipitar procesos históricos ya en marcha.
Mientras tanto, Singapur, el país con los mejores resultados en matemáticas en las pruebas PISA, hace gala de su aptitud para el cálculo. El primer ministro, Lawrence Wong, ha empezado este lunes una visita oficial de cinco días a la República Popular de China. Lejos, muy lejos de La Haya.

En paralelo, el ministro de Exteriores chino, Wang Yi, se entrevistó este lunes con el Asesor Nacional de Seguridad de India, Ajit Doval, en los prolegómenos de la cumbre de Defensa de la Organización de Cooperación de Shanghai, que entre el miércoles y el viernes reunirá también a ministros del ramo de Rusia, Irán, Pakistán y Asia Central
Solapándose con la cita de la OTAN
La Organización de Cooperación de Shanghai reúne a los ministros de Defensa de Irán, Rusia, China, India y Pakistán
El primer segmento del constructo “indo-pacífico” tampoco vive su mejor momento en su relación con Washington. El primer ministro indio, Narendra Modi, y el presidente ruso, Vladimir Putin, hicieron coincidir su cumbre bilateral del año pasado, en Moscú, con la cumbre anual de la OTAN, en Washington. Esta vez, la cita atlantista “sorprende” al Asesor Nacional de Seguridad de India, Ajit Doval, en Pekín, donde este lunes se entrevistó con el ministro de Exteriores chino, Wang Yi. La discusión en China entre los dos colosos asiáticos, sobre su litigio fronterizo y sobre asuntos internacionales, es apenas un prólogo. Entre el miércoles y el viernes se celebra en Qingdao la cumbre de ministros de Defensa de la Organización de Cooperación de Shanghai, en la que además de India y China estarán los representantes de Rusia, Irán (si las circunstancias lo permiten) y varios países de Asia Central. Aunque despierta no menos expectación la presencia de Pakistán, junto a India, dos meses y medio después de que los ejércitos de ambos países intercambiaran misiles. Fuentes bien informadas opinan que Ajit Doval tiene en India la última palabra en asuntos estratégicos, singularmente en todo lo relacionado con la política hacia países claves, como China, Rusia, EE.UU., Pakistán, Bangladesh, Birmania, Nepal o Sri Lanka. Es decir, las superpotencias y los países vecinos y ribereños del océano Índico. Salta a la vista que India, como el resto de países asiáticos que pueden permitírselo, prefiere jugar con dos barajas, cuando no tres. Asimismo, este año, gracias a los aranceles de Donald Trump, es muy probable que China adelante a Estados Unidos como primer socio comercial de Nueva Delhi. Pekín a no deja nada al azar y esta misma semana se ha reanudado, después de cinco años de pausa, el peregrinaje de hindúes y jainistas al lago Manasarovar, en Tíbet. La circunvalación del sagrado monte Kailash por los peregrinos hindúes -de gran valor simbólico para el nacionalismo hindú en el poder en Nueva Delhi- coincidirá con la jornada final de la cumbre en Qingdao, donde el ministro indio de Defensa, Rajnith Singh, podrá dar gracias en nombre del eterno morador del vedado monte Kailash, Shiva el destructor.