Las grietas del bipartidismo

DIARIOS DEL TÍO SAM

No es de extrañar el generalizado escepticismo con el que se acogió la iniciativa del multimillonario norteamericano Elon Musk de fundar un nuevo partido político a raíz de la frustración que le produjo la ajustada aprobación por parte del Congreso de la llamada One Big Beautiful Bill, un monumento –al margen de otro tipo de consideraciones sociales– a la irresponsabilidad fiscal. Y es que, a primera vista, no hay ninguna otra democracia donde el bipartidismo, la alternancia en el poder entre dos únicas fuerzas políticas, esté tan consolidado.

En efecto, hay que remontarse al mandato de Millard Fillmore (1850-1853), miembro del Partido Whig y décimo tercer primer mandatario del país, para encontrar a un presidente no perteneciente al partido Demócrata o al Republicano. De eso han transcurrido más de 170 años, lo que sugiere una estabilidad histórica masiva, sin parangón en sociedad democrática alguna.

Antaño símbolo de estabilidad y equilibrio, desde hace décadas da signos de fatiga e ineficacia

Y, sin embargo, dicha visión se contradice con los profundos cambios internos que han experimentado los dos grandes partidos y, especialmente, con la influencia que los terceros partidos han tenido en las elecciones, especialmente a nivel presidencial. Bill Clinton fue probablemente presidente en 1992 gracias a la candidatura independiente del empresario Ross Perot, que dividió el voto conservador, mientras que su esposa Hillary, que superó confortablemente a Donald Trump en el voto popular global, perdió los comicios del 2016 en los estados bisagra de Pensilvania, Michigan o Wisconsin, debido en buena medida al apoyo recibido por las candidaturas progresistas en dichos estados.

Y si el bipartidismo es incondicional a nivel presidencial, qué decir, de nuevo en el plano teórico, a nivel parlamentario. En Washington no hay grupos mixtos ni en el Senado ni en la Cámara de Representantes y los legisladores se integran irremisiblemente en la mayoría o en la minoría de los correspondientes comités, sin terceras vías.

Sin embargo, la atípica situación del Partido Republicano, abducido por Donald Trump y, especialmente en la Cámara de Representantes, caracterizado por diversas facciones a cual más extremista, ofrece a Elon Musk una oportunidad única de hacer la vida miserable a su examigo Donald Trump. En efecto, con unas mayorías tan ajustadas, con votaciones que se saldan en la Cámara Baja por dos o tres votos de diferencia y que en el Senado precisan que desempate el vicepresidente Vance, que el nuevo partido del magnate de origen sudafricano se hiciera en las elecciones legislativas del año que viene con un puñado de escaños cruciales no es probable, pero sí posible. Financiación no les ha de faltar.

Con todo, ese bipartidismo, antaño símbolo de estabilidad y equilibrio, viene dando desde hace décadas signos de fatiga e ineficacia. En el Partido Demócrata, eso se traduce en una falta de liderazgo y programa tras la frustración que representó la presidencia de Joe Biden. Y en lo que se refiere a los republicanos, parece todo resumirse en quién interpreta mejor las últimas ocurrencias y aforismos del líder máximo, Donald John Trump, a menudo incoherentes o contradictorias. Todo un panorama.

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