Yrina Naidonova y Kyrylo Khatsko me han citado en Smog, un lounge bar del centro de Jarkiv, junto al río Lopan, para ponernos al día y compartir ideas sobre lo que pasa y lo que puede pasar, sobre cómo acaban las guerras entre pueblos hermanos, si es que alguna vez acaban del todo.
Nos conocimos hace más de tres años, en un pequeño local de rock duro consagrado a AC/DC que ellos y otros amigos habían reconvertido en un centro de distribución de ayuda. “Apagamos la música y nos pusimos a repartir alimentos, ropa y medicinas”, recuerda Yrina. Los acompañé en varios de aquellos repartos por Saltivka, uno de los barrios más expuestos a la ofensiva rusa. Yrinia había diseñado una aplicación que controlaba todo el proceso de preparación y entrega de los paquetes. “Al final lo dejamos porque no podíamos distinguir entre los que necesitaban la ayuda y los que abusaban del sistema. No imaginábamos que fuera tan difícil decidir lo que es justo”.
Yrina es ingeniera informática y trabaja de programadora. Kyrylo, también. Crean sistemas que funcionan en red. En su mundo, todo está conectado. Cada acción tiene una consecuencia que provoca otra acción. La cadena es infinita y no se puede romper.
Dos semanas antes de nuestra cita, un Shahed ruso iba directo a la ventana del apartamento de Yrina, pero no logró atravesar el roble centenario que se levanta frente al edificio. “El árbol perdió bastantes ramas pero sigue en pie. Nos salvó la vida. Desde entonces he estado pensando que la Tercera Guerra Mundial, tal vez, ya haya comenzado”.
La línea que une un dron ruso con un nuevo conflicto global es difícil de seguir, incluso en Jarkiv donde la guerra lo es todo.
Smog tampoco ayuda. Es un local inquietante, moderno, turbador y decadente. Hay timbas de cartas y cuadros de escenas eróticas y machistas. Yrina y Kyrylo han pedido algo de comer y una tetera grande de té aromatizado con frutas secas. Comparten una pipa de agua con tabaco que sabe a manzana. Anochece y el hilo musical se mezcla con las sirenas de la alerta antiaérea.
La cadena conceptual que conduce a la Tercera Guerra Mundial arranca con una idea muy sencilla que expone Kyrylo: “Hoy en día, cualquier autócrata puede iniciar un conflicto y, aunque el territorio físico de la acción bélica sea reducido, sus efectos destructivos se propagan por todo el mundo. No solo me refiero a las consecuencias económicas y diplomáticas, sino a que mucha gente en muchos países vive la guerra en su cabeza, y si tienes la guerra dentro de ti, es que estás en guerra. Todo te asusta y contra todo te rebelas”.
Kyrylo Khatsko: “Si tienes la guerra dentro de ti, todo te asusta y contra todo te rebelas”
Yrina asiente. “No creo que la Tercera Guerra Mundial vaya a comenzar con un hecho aislado, como la invasión de Ucrania o el genocidio de los palestinos en Gaza. No empezará como la primera y la segunda, en Sarajevo, Gdansk o Pearl Harbor, sino con la propaganda difundida a escala global por unos algoritmos diseñados para provocar odio. Por eso creo que ya ha empezado. La nueva guerra no va de matarnos en el campo de batalla, sino de cautivar mentes”.
Los tres estamos de acuerdo en que el conflicto ucraniano ha tensado las relaciones entre Rusia, Estados Unidos, China y Europa. Coincidimos, además, en que no beneficia a nadie y que, a pesar de ello, nadie puede frenarla.
Kyrylo insiste en el argumento de que un sátrapa nuclear es imparable. China, por ejemplo, podría frenar a Rusia. Es una firme defensora de las fronteras y las soberanías. Sabe que su alianza con el Kremlin perjudica su relación comercial con Europa. Pero entiende que si Rusia sale debilitada de Ucrania, le costará más imponer su hegemonía en el Pacífico. Las repúblicas ex soviéticas, además, buscarán una relación más equilibrada con Occidente, sobre todo a través de Turquía. “¿Ves como todo está conectado y no pinta nada bien porque las potencias se anulan entre sí?”
Yrina Naidonova: “La única salida a esta guerra es el colapso de Rusia”
“La única salida a esta guerra –tercia Yrina– es el colapso de Rusia”.
Ucrania sueña con esta debacle, con que la economía rusa no pueda sostener el gasto militar y con el levantamiento de las minorías. La inflación supera el 9%. Las exportaciones de gas y petróleo no alcanzan para compensar un presupuesto de Defensa que representa el 6,3% del PIB. “Rusia es mucho más débil de lo que aparenta –asegura Yrina– y no podrá alcanzar el desarrollo tecnológico de China, EE.UU. y la UE. Su futuro es más incierto que el nuestro.”
Aún así, asusta. “Claro que nos da miedo –reconoce Kyrylo–. La guerra nos ha cambiado la vida. Nada volverá a ser lo mismo, y no por el colapso del orden mundial y la nueva relación de fuerzas entre las superpotencias, sino por la relación entre nosotros, de las personas marcadas por la experiencia de la guerra”.
La geoestrategia sin rostro expone toda su crueldad cuando muere un soldado o un civil, pero también cuando Yrina explica que una compañera ha perdido un proyecto en Francia porque le dicen que en Jarkiv no se puede trabajar o, más aún, cuando Kyrylo cuenta que hija de diez años no tira ningún juguete. “Los guarda todos, sobre todo los más viejos y gastados, porque le recuerdan cuando no había guerra”.
Los ucranianos luchan por este pasado, por sus familias y su país. No lo harán, sin embargo, por nadie ni por nada más. “No podremos –confiesa Yrina–. ¿Cómo podríamos? Los europeos no luchan por nosotros. No han luchado por nadie desde la Segunda Guerra Mundial. No lucharon en los Balcanes y tampoco ahora. Envían armas y dinero, gracias, pero no todo lo que necesitamos, y eso que también luchamos por ellos, porque frenar a Rusia es proteger a Europa y retrasar esta tercera guerra que parece tan inevitable”.
La debilidad extrema de la UE, sin fuerza económica, ni poder militar, ni visión política conjunta para asumir el mañana en sus propias manos, es muy evidente en las palabras de Yrina y de casi todas las personas con las que hemos hablado estos días en Ucrania, un país sin tiempo ni espacio para la banalidad y el postureo.
Aquí, en Jarkiv, ciudad de acero y hormigón, de ciencia y cultura, extremo de Europa frente a las llanuras cosacas que llevan a Asia, hablar de la guerra es hablar de uno mismo, de cuánta verdad hay en lo que hacemos y de cuánta mentira en lo que nos imponemos. El espectro de la Tercera Guerra Mundial puede ser solo un mal presagio, pero lo que es cierto es que, pase lo que pase, surge un nuevo saber.
“¿Sabes lo que más me ha sorprendido de estos tres años y medio de guerra?”, me pregunta Yrina apurando la shisha. “Que hoy puedo filosofar con cualquier desconocido y entender que, pase lo que pase, hemos vivido bien”.