Vladímir Putin llegó ayer a Alaska con una mochila a su espalda. Era invisible, pero muy pesada: en ella llevaba la factura de la guerra.
El presidente ruso se encuentra en una situación paradójica. Su ejército tiene la iniciativa en Ucrania. En los últimos meses, ha conseguido avanzar en múltiples frentes: solo en julio, conquistó cerca de 550 km² de territorio, según estimaciones de los servicios de inteligencia británicos. Pero estos progresos en el campo de batalla –relativos, ya que la línea de combate no ha sufrido modificaciones sustanciales– tienen lugar a costa del sacrificio de miles de vidas y del debilitamiento de las finanzas del Kremlin.
El coste humano es quizás el más asumible para Putin, ya que gobierna con mano de hierro y cuenta con herramientas para aplastar toda forma de disidencia en su país. Sin embargo, no deja de ser un factor a tener en cuenta, por la sangría imparable en la que se ha convertido la guerra.
Sangría imparable
En su ofensiva de verano, Moscú podría haber perdido ya a unos 31.000 soldados
Aunque no existe un recuento oficial de bajas, según un análisis de The Economist, este verano está siendo especialmente letal para el ejército ruso: entre mayo y julio, podrían haber muerto unos 31.000 soldados. Se trataría del mayor número de pérdidas diarias desde que comenzó la invasión a gran escala de Ucrania, hace ya más de tres años. Una contienda que, en total, habría supuesto para Rusia entre 900.000 y 1,3 millones de bajas, incluyendo muertos, heridos y desaparecidos. “Ninguna guerra soviética o rusa desde la Segunda Guerra Mundial se ha acercado siquiera a la de Ucrania en términos de tasa de mortalidad”, concluía el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington en un estudio reciente.
Esto obliga al Kremlin a seguir reclutando soldados sin parar –lo hace sobre todo en las regiones más pobres y apartadas del país, donde los incentivos que ofrece el ejército pueden resultar muy atractivos–, y a destinar ingentes cantidades de dinero al mantenimiento de las fuerzas armadas. De acuerdo con estimaciones de la plataforma independiente Re: Rusia, solo en el primer semestre del 2025, el Kremlin invirtió alrededor de 2 billones de rublos (21.400 millones de euros) en su personal militar. Un gasto récord impulsado por las primas de reclutamiento, los salarios y las compensaciones para los heridos y fallecidos, y que evidencia la determinación de Moscú de intensificar su ofensiva en territorio ucraniano.
Escenario sombrío
La economía rusa se asoma a la recesión, y hay temor a una crisis de deuda
Teniendo en cuenta que Putin viajó a Alaska con su ministro de Finanzas, Anton Siluanov; y Kirill Dmitriev, director del fondo soberano ruso, parece evidente que la factura económica de la guerra es la que más alarma en el Kremlin.
Las cuentas rusas presentan hoy preocupantes signos de fragilidad. Si en los dos últimos años la economía pudo crecer a buen ritmo gracias al impulso de la industria militar y las exportaciones de crudo, ahora se encuentra “al borde de la recesión”, como reconoció el mes pasado el propio ministro de Economía, Maxim Reshetnikov. Según las estadísticas oficiales, en el primer trimestre del año, el PIB del país creció un 1,4% frente a la expansión del 4,5% del trimestre anterior. El Fondo Monetario Internacional confirma este panorama poco halagüeño: recientemente revisó a la baja sus previsiones de crecimiento para este 2025, situándolas en el 0,9%.
La desaceleración no es el único contratiempo: la inflación y los tipos de interés están por las nubes y, según informaba el miércoles la agencia Bloomberg, el déficit presupuestario se ha disparado hasta alcanzar su mayor nivel en más de tres décadas. Los bancos están en alerta por el creciente número de préstamos morosos. El fantasma de una crisis de deuda ya recorre los pasillos del Kremlin.
Las sanciones occidentales y la caída de los precios del petróleo –las exportaciones de gas y crudo representaron el año pasado cerca del 30 % de los ingresos de Rusia– explican en gran parte este descalabro general, que a su vez puede afectar a la campaña bélica. El gasto en defensa y seguridad representa en torno al 40% del gasto total del presupuesto ruso, y supera el dinero asignado conjuntamente a educación, sanidad, economía y política social. Si la economía falla y la guerra continúa, Putin cada vez tendrá un agujero más grande en su bolsillo. Y eso supone un serio problema.