La táctica europea con Trump consiste en hacerle la pelota, enjabonarlo, darle masajes tailandeses y estimular su placer de otras maneras que, tratándose de un periódico familiar, es mejor dejar a la imaginación de los lectores mayores de edad. El británico Starmer, el francés Macron, el alemán Merz, Úrsula von der Leyen y Mark Rutte en nombre de la UE y de la OTAN, lo adulan, lo camelan, lo lisonjean, le dan coba y –en argot de algunos países sudamericanos- le hacen la rosca o la barba, lo lambisconean, le chupan las medias, le cargan el maletín o van de arrastrados. Todo es lo mismo.
Pero no funciona, o como mucho sirve para que en vez de tarifas del 200% te las deja como un favor en el 15%, y encima con la obligación de comprarle petróleo y armamento, y de dar manga ancha a las empresas de alta tecnología que están cambiando la manera de pensar en el mundo e impulsando a la extrema derecha. Un paquete que muestra a Europa como un gigante con pies de barro.
Tres personajes afines a Trump han elaborado una lista de groenlandeses que respaldan la secesión
La teoría es que enjabonar a Trump puede que no dé mucho resultado (ni en los aranceles, ni en el compromiso de Estados Unidos con la seguridad de Europa, ni en la guerra de Ucrania o el genocidio de Gaza), pero peor aún es irritarlo, porque entonces Dios te pille confesado. Pero ahora Dinamarca se ha atrevido a sacarle una tarjeta amarilla por su injerencia en los asuntos del país para intentar adquirir Groenlandia.
Los servicios de inteligencia daneses (PET) han denunciado las actividades en el territorio autónomo del Ártico de “tres individuos próximos a Trump” que están fomentando las diferencias entre el Gobierno de Copenhague y los groenlandeses, elaborando listas de personas favorables a la anexión de la gigantesca isla por los Estados Unidos y de las que son contrarias a Trump, y estableciendo contacto con gente influyente. La idea es preparar el terreno para que, cuando se celebre un referéndum sobre la independencia, el resultado sea la escisión. Y de ahí a caer en los brazos de Washington sólo habría un paso.
El ministro de Asuntos Exteriores danés, Lokke Rasmussen, convocó ayer al encargado estadounidense de negocios (máxima autoridad diplomática ya que ahora mismo no hay embajador) para advertirle que “la realización de operaciones encubiertas en un país aliado y socio de la OTAN e interferir en sus asuntos internos con el fin de infiltrarse en la sociedad de Groenlandia y promover su secesión resulta inaceptable”. Una entrada con los tacos por delante. Tarjeta amarilla que el VAR podría elevar a roja.
Pero a Trump, por supuesto, la censura arbitral le entra por un oído y le sale por el otro. Él ha dicho que se hará con Groenlandia de un modo u otro, y en ello está, aunque la primera ministra danesa, Mette Frederiksen, le ha advertido que “uno no puede anexionarse otro país”. El propio vicepresidente JD Vance, en un polémico “viaje de vacaciones” a Nuuk (capital del territorio) acusó sin tapujos a Copenhague de no invertir lo suficiente en el territorio, no protegerlo de los designios chinos y rusos, y descuidar el bienestar de sus 57.000 habitantes, la mayoría de etnia inuit. El mensaje fue que los Estados Unidos (donde ni siquiera hay medicina universal) los cuidaría mejor. ¿Alguien se lo cree?
La actitud de Trump resulta especialmente dolorosa para los daneses, que han sido muy proamericanos cuando no estaba de moda, han autorizado la presencia militar estadounidense en el Ártico, y ahora se sienten traicionados por este intento burdo de sembrar la discordia en Groenlandia, “explotando desavenencias inventadas o reales (como la usurpación de niños a familias nativas y la implantación de dispositivos intrauterinos en las mujeres sin su consentimiento), y recurriendo a la cizaña y la desinformación”. Si cientos de millones de norteamericanos y europeos, no están vacunados contra ella, los groenlandeses tampoco.
El Pentágono tiene una base militar en el noroeste de Groenlandia, de vital importancia militar y estratégica desde los tiempos de la guerra fría, foco de rivalidades geopolíticas en la medida que el cambio climático abre nuevas rutas comerciales. La riqueza de la isla en petróleo, gas natural y minerales raros es objeto de la codicia de Trump. Los groenlandeses son mayoritariamente partidarios de la independencia (aunque sin prisa y teniendo muy en cuenta el impacto económico), pero no quieren ser ni el 51 estado ni un estado asociado como Puerto Rico.
En Venezuela se llama a los pelotas “jalabolas” (los presos llevaban pesadas bolas de hierro a modo de grilletes, y los que tenían dinero pagaban a otros para que les ayudaran a arrastrarlas) o “jalamecates” (a Simon Bolívar le gustaba que lo mecieran en una hamaca después de las batallas, y jalar el mecate era tirar de la soga que la hacía moverse a un lado y a otro. También hay la expresión “jala pero no te cuelgues”. Y con Trump Europa, a base de bailarle el agua, se está colgando.
Trump castiga a una empresa danesa
A Donald Trump no le gustan las energías renovables, y menos aún la eólica. Pero si a ello se añade que puede utilizar su fobia para presionar a Dinamarca en el tema de Groenlandia, estamos ante la tormenta perfecta. El presidente ha ordenado al gigante energético danés Orsted, en un 50,1% propiedad del Estado, que detenga las obras de un parque eólico en el estado de Rhode Island que estaba concluido en un 80% (45 de las 65 turbinas planeadas), e iba a suministrar electricidad a 350.000 personas. Incluso amenaza con el total desmantelamiento de un proyecto valorado en casi 4.000 millones de euros, y en el que el principal fondo de pensiones danés tiene una fuerte inversión. Para Trump es otra carta a jugar para adquirir Groenlandia.