La familia de la turista española desaparecida en Indonesia cree que “es un crimen de manual”

Isla de Lombok

El sobrino de Matilde Muñoz considera que ni la policía ni la embajada se han volcado en el caso

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La española Matilde Muñoz Cazorla, desaparecida en Indonesia

cedida por amigas de la desaparecida / EFE

Tras una vida surcando los cielos perfectamente atildada, la exazafata Matilde Muñoz, ya mayor, se encontró a sí misma en las mecas mochileras de Asia, donde profundizó en el yoga y la meditación. A sus 72 años, su último flechazo era Indonesia, pero antes había pasado largas temporadas en India, Nepal, Tailandia o Vietnam. En la isla de Lombok se le perdió la pista el 1 de julio y, desde entonces, la desesperación de la familia no ha parado de crecer.

“Es un crimen de manual”, considera su sobrino, Ignacio Vilariño, que no entiende el desinterés de las autoridades por el caso, durante casi un mes y medio. Mati, como la conocen sus amigos de medio mundo, nació en Ferrol pero estaba afincada en Palma de Mallorca. Lo que obtenía por alquilar su piso en Cala Major durante gran parte del año le daba de sobras para brindarse unas vacciones interminables en países más pobres y  exóticos. Sobre todo porque -a diferencia de lo que hacen muchos en Bali- en lugar de regalarse un “upgrade”, hacía todo lo contrario. 

De la frugalidad del hotel de sus últimos días da idea el precio por noche del bungalow. Menos de cinco euros en la web de OYO, la cadena de origen indio a la que está afiliada el Bumi Aditya. Nombre también de resonancias sánscritas, aunque esté enfrente de la mezquita del lugar. A diferencia de la vecina Bali, que es hindú, Lombok es fundamentalmente musulmana, como la gran mayoría de islas del archipiélago indonesio. 

La devoción de Mati por todo lo indio, por la espiritualidad y el yoga la llevó en el pasado a Pushkar, Dharamsala o Katmandú, pero también a lugares más conocidos por su ambiente festivo, como Gokarna o Goa. La inmensa isla de Sumatra fue su penúltimo remanso de paz, cuando desembarcó en Indonesia en marzo. En junio pasó brevemente a Malasia, para poder regresar al archipiélago con un nuevo visado de turista. Esta vez en dirección a Lombok, isla que ya conocía, menos masificada que la vecina Bali, pero también con menor atractivo natural y cultural. El hecho de que  el muelles de Senggigi, localidad del hotel, acoja también el transbordador más rápido entre Lombok y Bali -a una hora y cuarto- puede haber jugado en contra de que la policía se tomara en serio la desaparición de la viajera española. 

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Entrada del hotel Bumi Aditya de Senggigi, Lombok. La limpieza y estado de las instalaciones reciben una baja puntuación de los clientes. A 350 metros de la playa, fue el último refugio de la jubilada Mati Muñoz.i

IWAN SURYADI / EFE

El caso es que, en lugar de los agentes indonesios, quien está sacando a relucir las muchas contradicciones del personal del hotel es Joaquín Campos, autor de “Muerte en Tailandia” -sobre el crimen de Daniel Sancho - y de “La verdad sobre el caso Segarra”. Campos, que hasta hace poco vivía en Bali, echa de menos en Lombok el aliento de la policía y de la representación diplomática española. En cambio, siente muy cerca el de toda la aldea. “Están encendidos. Lo entiendo porque viven del turismo. Y el personal del hotel ya no me deja entrar”.  La recepcionista-contable, además, llamada Mala (sic), se jacta de tener parientes trabajando en la comisaría. 

A la soledad de Campos puede haber contribuido la coincidencia del suceso con la vacante estival en la embajada de España en Yakarta -a 1.150 kilómetros de vuelo de Lombok- entre la salida del anterior embajador y la incorporación de su sustituto, en septiembre.

En cualquier caso, el sobrino de Mati -divorciada sin hijos- está dolido por la atención consular recibida en su día “por un descuartizador confeso como Daniel Sancho”, que contrasta con la incomparecencia en el caso de su tía. “Es que no se ha perdido un monedero, se ha perdido un ser humano”, exclama Campos.  Las hipótesis más horribles parecen ahora las más probables, después de que el domingo pasado aparecieran milagrosamente las pertenencias de Matilde Muñoz en un vertedero, detrás mismo del hotel. Desde su tarjeta de Renfe hasta los cuadernos con que aprendía malayo, su séptima lengua extranjera.  No estaban, sin embargo, ni sus tarjetas de débito o crédito, ni su teléfono móvil. 

Aunque Mati fue vista por última vez el 1 de julio, la contable del hotel, mostró en su móvil el supuesto diálogo que mantuvo con ella en Whatasapp el 6 de julio. En un inglés plagado de faltas -impropio de quien enseñaba dicha lengua, como Mati- alguien decía, desde su número de móvil, que estaba en Laos y que con las prisas se había olvidado de comunicárselo. A pesar de que acababa de pagar veinte días por adelantado. 

Se busca a Matilde Muñoz, pero solo en el sitio donde acudía a desayunar en Senggigi se ha colgado algún retrato similar a este -no fechado- para facilitar su identificación

Se busca a Matilde Muñoz, pero solo en el sitio donde acudía a desayunar en Senggigi se ha colgado algún retrato similar a este -no fechado- para facilitar su identificación

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Cabe señalar que hace cinco meses, un cliente del mismo hotel denunció la sustracción de una importante cantidad de dinero de su habitación y criticó la pasividad del recepcionista. Ignacio Vilariño confirma a La Vanguardia que la familia espera que se tome declaración como es debido al personal del hotel, al “amigo” de Lombok a cuya dirección hizo mandar su tía un duplicado de las tarjetas de débito o crédito que había extraviado en Penang (Malasia) y a “otra persona”.

Vilariño ha denunciado que las contradicciones de “las dos o tres personas que regenta el hotel” demuestran que “están en el ajo”. Este sobrino fue quien denunció en julio la desaparición de Mati en una comisaría de la comunidad de Madrid. Para su sorpresa, dos o tres días antes ya lo había hecho una amiga de su tía, Olga Marín, ante los mossos d'esquadra de Sant Feliu de Guíxols, al encontrarse allí de vacaciones. Igualmente inquieta ante un silencio telefónico y en redes del todo anormal en ella. 

Unos amigos argentinos que debían encontrarse con Mati a mediados de julio y que antes contactaron con su hotel desde Bali, extrañados por su silencio, también ayudaron a poner el foco en su desaparición. Se sumó a la alarma una amiga australiana con la que la española tenía planeado encontrarse a finales de julio en Koh Phangan (casualmente, la isla en que fue descuartizado Edwin Arrieta), otra chilena, varias españolas y muchas y muchos más. Sin que apenas nada se moviera sobre el terreno. 

El carácter “sin duda fraudulento” de sus últimos mensajes de Whatsapp hacen pensar a la familia que la geolocalización del móvil, ese día y a esa hora, podría desenmascarar a los culpables. Una labor que solo ahora habría empezado, casi dos meses después de su desaparición. 

Una Mati Muñoz más joven, en una de sus visitas a Tailandia, país al que pretendía volver a finales de julio, concretamente a Koh Phangan, su isla del yoga, aunque también había sido habitual de Chiang Mai

Una Mati Muñoz más joven, en una de sus visitas a Tailandia, país al que pretendía volver a finales de julio, concretamente a Koh Phangan, su isla del yoga, aunque también había sido habitual de Chiang Mai

M Muñoz / Facebook

Vilariño también ha criticado que la Policía Científica tardara tantas semanas en registrar la habitación en la que se alojaba Mati, aunque desconoce lo que encontraron allí. Lo que sí sabe es que el personal del hotel llevó inicialmente a los agentes a un bungalow que no era el suyo, el 107. Los mismos empleados que al parecer no se extrañaron de que su cliente conservara la moto de alquiler en el hotel, a pesar de su presunto viaje a Laos, país que nunca había mencionado a sus amigos ni en las redes. 

Aunque una cámara de seguridad enfocaba la entrada de la mezquita, a la salida del hotel, esta no funcionaba. A los fallos técnicos se une la desidia. “No se ha interrogado a ningún sospechoso. Seguimos investigando”, ha dicho hoy por teléfono a EFE el jefe de la unidad de investigación criminal de la Policía de Lombok Occidental, Lalu Eka Arya Mardiwinata, que lleva el caso de Muñoz, y que no ha revelado si considera que pueda tratarse de un crimen.

Nadie en esta parte de Indonesia quiere dar una mala imagen del sector turístico. Hace apenas dos domingos, un turista barcelonés falleció en Bali cuando practicaba la pesca con arpón, al parecer sin llevar el equipamiento adecuado. 

En el caso de Matilde Muñoz, la Policía indonesia abrió una investigación el 13 de agosto, después de que la Embajada de España solicitara por carta ayuda policial al gobierno de Yakarta. El pasado martes, las fuerzas policiales ampliaron su búsqueda a los puertos y al aeropuerto de la isla, sin resultados. Pero los registros de inmigración ya han descartado que Muñoz haya salido del país. Su paradero, viva o muerta, sigue siendo una incógnita. 

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