Israel no quiere un acuerdo con Hamas, sino su capitulación incondicional, y esta ha sido una posición firme desde el inicio de la guerra. Ningún ejército con una ventaja tan aplastante en el campo de batalla se contentaría con menos. Y frente a esta lógica militar, solo el Gobierno podría imponer una salida política, una solución negociada que el primer ministro Netanyahu no quiere porque el fin de la guerra es muy posible que también sea el suyo.

Edificio atacado por Israel en Doha, capital de Qatar (Ibraheem Abu Mustafa / Reuters)
Israel ha demostrado en Doha lo que ya sabíamos. Ningún líder de ninguna organización enemiga está a salvo y nunca lo estará. Los asesinatos selectivos, como los cometidos ayer en Doha contra la dirección política de Hamas, conforman el núcleo de su estrategia militar. Lo saben muy bien en Hizbulah, Irán, Siria y Yemen. Lo saben, sobre todo, en Gaza. No hay soberanía que el ejército israelí no pueda violar. Qatar lo aprendió ayer. Ni su estrecha alianza militar con EE.UU. ha disuadido a Netanyahu de asestar el golpe.
Hamas asegura que, en el momento del ataque contra sus oficinas en Doha, el comité político repasaba la última propuesta de Washington para un alto el fuego. El líder Jalifa al Haya escapó ileso, pero su hijo falleció.
Netanyahu no parará hasta la rendición de Hamas y el sometimiento de Gaza
El lunes, Netanyahu volvió a reiterar sus condiciones, las únicas que aceptará para acabar la guerra: eliminar a Hamas, recuperar a los rehenes –una veintena puede seguir con vida– y garantizar que Gaza no volverá a ser una amenaza. Esto implica un control político y militar total sobre el enclave y su posible reconstrucción. Es un sometimiento que contempla la salida voluntaria de la población, es decir, limpieza étnica en toda regla, y un desarrollo inmobiliario que recaerá en compañías vinculadas a la familia Trump.
Este negocio en ciernes asegura el apoyo incondicional de Washington a la estrategia militar de un Netanyahu al que no le importa ni el desprecio social ni el aislamiento diplomático de Israel.
Durante años, el primer ministro israelí permitió que Hamas se financiara con dinero del golfo Pérsico, que llegaba a Gaza a través de Israel. Necesitaba un enemigo bajo control para fracturar a la sociedad palestina y anular cualquier esfuerzo diplomático. Alimentaba el terrorismo para sacar pecho y argumentar que no podía negociar con terroristas. Esta perversidad llevó a la peor tragedia que ha sufrido Israel. Es muy difícil que Netanyahu pueda eludir su responsabilidad en la masacre del 7 de octubre, así como salir inocente del proceso judicial en su contra por corrupción. La guerra le permite ganar tiempo antes de enfrentarse a su destino, al juicio de la sociedad israelí por haber alargado una guerra que ha costado tantas vidas de soldados y rehenes inocentes.
Hamas necesita la guerra tanto como Netanyahu. La resistencia armada es su razón de ser, y hoy cuenta con el apoyo del grueso de la población palestina, víctima de un genocidio en Gaza y de la violencia impune de los colonos en Cisjordania.
Israel ha asesinado en Doha una paz que ya estaba muerta.