Si la política británica fuera un juego de mesa, el primer ministro Keir Starmer no iría de oca en oca y tiro porque me toca, sino que su ficha sería comida constantemente, tropezaría todo el tiempo en la casilla de ir a la cárcel, se pasaría varias rondas sin jugar o caería allí donde los rivales tienen hoteles y debería pagar una fortuna. Sólo han pasado diez días desde el comienzo de un curso político que iba a ser la renovación de su Gobierno, y ya ha perdido a dos figuras clave: su número dos Angela Rayner, y el embajador en Washington, Peter Mandelson.
Mandelson, figura polémica que ya tuvo que dimitir dos veces como ministro de Tony Blair por conflictos de interés, ha sido cesado fulminantemente tras la publicación de una serie de correos electrónicos en los que defendía al pedófilo Epstein, amigo suyo, tras su primera condena por abuso sexual de menores y prostitución infantil.
En los mails decía que no daba crédito a las acusaciones (“algo así nunca pasaría en Gran Bretaña”), le animaba a solicitar la libertad bajo fianza y se mostraba convencido de su eventual exoneración. En una foto, aparece en albornoz en la playa privada del delincuente (que en el 2019 apareció muerto en su celda de la cárcel, dando pie a todo tipo de teorías de la conspiración).
Starmer, que ha demostrado hasta la saciedad su escaso olfato político en este tipo de situaciones, defendió inicialmente a Mandelson (como había hecho con Raymer la semana pasada), tan sólo para cortarle la cabeza con la guillotina cuando la presión se ha hecho insostenible, con preguntas de la oposición y de la prensa sobre qué sabía el primer ministro de la estrecha relación con Epstein y cuándo lo supo, y por qué se empeñó en nombrarlo embajador en Washington a pesar de todo. Hasta el propio grupo parlamentario laborista calificó la situación de insostenible.
La justificación de Downing Street es que tenía conocimiento de la relación venenosa de Mandelson con el pedófilo Epstein, pero no de su intensidad, y en especial de los correos electrónicos asumiendo su inocencia y exhortándolo a luchar por demostrarla y recuperar la libertad. Y también que lo necesitaba para establecer una buena relación con Donald Trump, que el Reino Unido se librara de su ira y obtuviera mejores condiciones comerciales que la Unión Europea y otros países.
El ya ex embajador siempre ha sido un alumno aventajado a la hora de hacer tratos bajo mano y susurrar al oído de los poderosos y millonarios.
La caída de Mandelson no podría producirse en peor momento, con el Gobierno Starmer en plena crisis tras la dimisión de Rayner, su popularidad en el fondo del pozo (un 20%), y con Trump ya con las maletas hechas para una visita de Estado que comenzará el lunes, y en la que el rey Carlos III le pondrá la alfombra roja. Si es verdad que no hay dos sin tres, más vale que en Downing Street se pongan los cinturones. Si el primer curso de la nueva Administración fue un desastre, el segundo ha empezado todavía peor.