El primer ministro británico Keir Starmer se enfrenta a la mayor crisis de su Gobierno desde que llegó a Downing Street hace poco más de un año, con la dimisión de su número dos, Angela Rayner, por no haber pagado los impuestos que le correspondían por la compra de un apartamento. Todo ello, cuando su popularidad ya estaba por los suelos, y el líder ultraderechista Nigel Farage goza de una ventaja de hasta quince puntos en los sondeos. El Reino Unido entra en un terreno completamente desconocido, en el que no se puede descartar por completo la conquista del poder por el neofascismo.
Rayner, que además de vice primera ministra era ministra de Vivienda, ha presentado la dimisión una vez quedó claro que Starmer estaba dispuesto a cesarla de manera fulminante tras recibir el informe del responsable de cuestiones éticas del Gobierno. Su delito ha consistido en pagar 46.000 euros menos de lo que debía a Hacienda por la compra de un apartamento, considerándolo como su primera residencia en vez de segunda.
La crisis se produce en el peor momento posible para Starmer, cuando intentaba relanzar su descafeinada gestión con una reestructuración de su equipo de asesores en Downing Street, y en medio de un evidente giro a la derecha en temas como la inmigración para frenar la fuga de votos a Farage y los ultras.
En su carta de dimisión, Rayner justifica su error en no haber consultado con especialistas fiscales para determinar cuánto dinero debía pagar en concepto de transacción inmobiliaria, dada la complejidad del caso (su vivienda principal está en fideicomiso para un hijo discapacitado, pero a efectos legales se considera como la residencia primera por tratarse de un menor de edad).
Rayner representaba al ala izquierda del Labour en el Gobierno y es próxima a los sindicatos, y en ese sentido deja un hueco importante que Starmer necesita cubrir para evitar que haya una fuga de votos no solo a la ultraderecha, sino también a los Verdes (que acaban de elegir a Zack Polanski, un nuevo líder más radical y populista), y al nuevo partido de Jeremy Corbyn. Su pesadilla no hace más que complicarse.