Durante casi dos décadas, Kayed Hammad ha sido una figura clave para la prensa española en Oriente Medio. Intérprete, fixer y guía en la franja de Gaza, ha acompañado a decenas de periodistas a contar el conflicto desde dentro. Nacido en el campo de refugiados de Yabaliya, ha sobrevivido a seis guerras y a un bloqueo que dura ya 17 años. Su rostro y su voz se hicieron reconocibles en Menú de Gaza , la serie que narraba la vida cotidiana bajo las bombas a través de la comida, que este 2025 recibió el Premio Ortega y Gasset de Periodismo a la mejor cobertura multimedia y que pronto se convertirá en un libro. En mayo del 2024, Hammad perdió a su hijo mayor en un bombardeo israelí. Hace dos meses consiguió salir de Gaza junto a su mujer Amal y sus tres hijos (Monjed, Dalia y Mohamed). El “milagro”, como él dice, se obró gracias a una petición firmada por más de 70 periodistas. Vive en Málaga, donde intenta rehacer su vida mientras.
Sobrevivir
En Gaza, el miedo ya no sirve, no hay un solo centímetro que sea seguro”
Usted ha vivido seis guerras. ¿Cómo se sobrevive a tanto?
No se vive. Se resiste. En 40 años, solo he salido de la Franja cuatro veces. Soy afortunado. Para mi familia, es la primera vez. Gaza siempre fue una cárcel a cielo abierto. Tenemos 365 km2: lo mismo que una ciudad como Málaga, pero con 2,3 millones de personas. Ahora ya ni es una cárcel. Gaza se ha convertido en el corredor de la muerte. Seguir vivo allí es un milagro. Y salir, otro. Más que por mí, me preocupaba hacerlo por mi familia. A mí ya no me importaba nada.
¿No le importaba morir?
No. En los últimos tiempos, no me importaba nada. Llegué a la conclusión de que lo peor no es morir, sino vivir muerto en vida. En Gaza somos muertos que caminan sobre la tierra. Solo tenemos que aprender a cambiar las costumbres, nada más.
¿Cambiar las costumbres?
Sí. Cuando llega la muerte, uno se tumba y descansa para siempre. Pero allí se sufre todos los días. Cuando los bombardeos estaban cerca, mi familia y yo dormíamos todos juntos en el salón. Les decía a mis hijos: “Si cae una bomba, que nos lleve a todos”. Lo peor, más que morir, es quedar herido. O quedarse solo.
Usted sufrió un infarto durante la guerra. ¿Qué ocurrió?
Fue en Nochebuena. El dolor era insoportable. Me llevaron como pudieron al hospital: en una silla de rudas, en un taxi, en un coche destrozado. El médico me dijo: “No tengo ni aspirinas”. Ví operaciones en el suelo, sin anestesia. A un niño le amputaban la pierna mientras lo sujetaban entre cuatro personas. El dolor, el olor, el silencio… Todo eso no lo captan las cámaras.
¿Y ni siquiera entonces quiso marcharse?
No. Hasta que mataron a mi hijo.
¿Cómo murió Omar?
Tenía 24 años. Había estudiado Ingeniería Eléctrica y daba clases en la universidad. Un amigo suyo resultó herido y necesitaba medicinas. Caminó siete kilómetros para conseguirlas. Al regresar, una bomba cayó sobre ellos. Murieron todos. Tardamos una semana en recuperar su cuerpo. El día que lo enterramos, dejé mi corazón en su sudario.
¿Fue entonces cuando decidió que quería irse?
Sí. No por mí. Por los hijos que me quedaban vivos. Si no puedes protegerlos en Gaza, debes intentarlo fuera.
Salió gracias a una petición colectiva. ¿Recuerda el trayecto?
Debería haber durado 20 minutos. Tardamos cuatro horas. Solo veíamos escombros, tanques, francotiradores, basura. Israel ha prohibido sacar la basura desde el inicio de la guerra. El conductor hablaba todo el tiempo con el ejército israelí, Ni una palabra de más, ni un gesto fuera de lugar.
¿Cómo comenzó a trabajar con periodistas españoles?
Fue en el 2003. Un equipo español buscaba intérprete. Yo tenía un taller de electrónica, pero acepté ayudar. Después de la segunda intifada, Israel bombardeó mi casa. En seis horas lo perdí todo. Desde entonces, me dediqué a colaborar con periodistas.
¿No temió que eso le convirtiera en objetivo?
En Gaza el miedo ya no sirve. No hay ninguna medida de seguridad. No hay un solo centímetro seguro. Pensé: si me puede tocar en cualquier momento la muerte, al menos haré lo que creo justo.
¿Cómo surgió la serie Menú de Gaza , junto al periodista Mikel Ayestaran?
Mikel me escribía cada día: “¿Has comido?”. Al principio le decía que sí, para no preocuparle. Pero un día le mandé una foto. Así empezó. Era una forma de asegurarle que estábamos vivos. Y acabó siendo un relato sobre la dignidad a través de la comida.
Usted y su familia mantuvieron en vilo durante meses a miles de españoles. Llegaron a comer pienso.
Sí. Fue durante lo que llamamos la primera hambruna. Se acabó la luz, el gas, el agua. Comíamos pienso para animales: harina de maíz mezclada con cebada y arena. Era crujiente. Muchos animales murieron porque les quitamos la comida.
Dicen que Gaza es hoy el lugar más caro del planeta.
Un kilo de azúcar cuesta 140 euros. El dinero ya no sirve. Si te hacen una transferencia de 1.000 euros, recibes 550. Lo poco que queda en el mercado negro sube cada día. Puedes tener 10.000 euros y no poder comprar nada.
¿Qué busca ahora en España?
Una llave. Mis hijos me preguntaron si esta vez volvería de mis viajes con una. Hemos cambiado 17 veces de casa huyendo de la muerte. Quieren, por fin, una puerta que podamos cerrar. Yo también. Y dentro, empezar otra vida.