A principios de septiembre, un delgado joven ataviado con una túnica amarillo pálido entró en un salón palaciego de Tokio seguido por un sirviente que llevaba la larga cola de la prenda. El príncipe Hisahito, sobrino de 19 años del emperador Naruhito, recibió una kanmuri (una corona de seda), tras lo cual se cambió de ropa y se vistió de negro para señalar su paso a la edad adulta. Más tarde, subió a una ornamentada carroza y acudió a visitar un santuario dedicado a Amaterasu, la diosa del sol. Lo que llamó la atención de los observadores no fue el antiguo ritual en sí, sino lo poco habitual que se ha vuelto la ocasión. Hacía 40 años que en Japón no se celebraba esa ceremonia de la mayoría de edad, reservada a los miembros masculinos de la realeza.
La brecha temporal es peligrosa para la monarquía más antigua del mundo. Legalmente, sólo los hombres pueden heredar el trono nipón. Es más, el cargo sólo puede transmitirse por línea masculina (las princesas japonesas pierden su categoría real cuando se casan). En las últimas décadas, los hombres de la realeza japonesa han tenido varias hijas, pero sólo un hijo varón. De modo que el príncipe Hisahito es el único heredero posible de su generación. Y sus futuros descendientes son fundamentales para la supervivencia de la dinastía.
La mayoría de los japoneses está a favor de cambiar las arcaicas leyes para la sucesión, pero la reforma nunca ha prosperado
Según las encuestas, la mayoría de los japoneses está a favor de cambiar unas reglas de sucesión arcaicas y discriminatorias. En 2005, cuando se temió que no hubiera un heredero varón, un comité gubernamental recomendó permitir que las mujeres pudieran ser emperatrices. La propuesta se desvaneció cuando, al año siguiente, nació el pequeño Hisahito. Sin embargo, ahora que el príncipe entra en la edad adulta, vuelven a surgir los llamamientos a la reforma. Tanto él como quien decida casarse con él se enfrentarán a una enorme presión para tener un hijo varón. Muchos japoneses recuerdan con cierto pesar el intenso escrutinio al que se vio sometida en las décadas de 1990 y 2000 la actual emperatriz Masako (que sólo tiene una hija). Más tarde, se le diagnosticó una enfermedad relacionada con el estrés.
Con todo, el debate sobre el cambio sigue encontrando una feroz oposición por parte de los conservadores, que afirman que la línea imperial se ha mantenido intacta, más o menos bajo las normas existentes, durante unos 2.700 años. Aunque en la antigüedad hubo emperatrices, a menudo se las descarta como simples figuras interinas. Incluso debatir acerca de la reforma es “una idea muy peligrosa”, argumenta Takeda Tsuneyasu, un comentarista conservador coautor de unlibro titulado ¿Por qué desaparecería Japón con una emperatriz?
El emperador Naruhito y la emperatriz Masako, en una imagen del año pasado
Se trata de una opinión compartida por algunos legisladores del Partido Liberal Democrático (PLD), actualmente en el poder. A fines del año pasado, un comité de las Naciones Unidas que lucha contra la discriminación de la mujer recomendó a Japón que revisara la ley de sucesión. El gobierno respondió recortando la financiación de dicho organismo. Takaichi Sanae, que podría convertirse en la primera mujer en ocupar el puesto de primer ministro de Japón si gana en octubre las elecciones para dirigir el PLD, es una de las personas que se oponen firmemente al cambio.
Los conservadores argumentan que, en caso de que fuera necesario, Japón podría encontrar príncipes restaurando ramas desaparecidas de la familia imperial. Esos clanes fueron despojados de su categoría real a finales de la década de 1940, durante la ocupación estadounidense de Japón (muchos de sus hombres sirvieron como soldados de alto rango durante la segunda guerra mundial). Ahora llevan ya varias generaciones viviendo como plebeyos. Se trata de un plan “poco realista”, opina Takamori Akinori, experto en la familia imperial.
La Constitución japonesa prohíbe a los miembros de la realeza pronunciarse sobre cuestiones políticas. Sin embargo, a menudo se han mostrado mucho más reformistas que la corte de aduladores que los rodea. En 2019, el entonces emperador Akihito se convirtió en el primer monarca de la historia moderna de Japón en abdicar. Su esposa, la emperatriz Michiko, fue la primera plebeya en casarse con un miembro de la familia real; además, desafió las normas de la corte al decidir amamantar y criar ella misma a sus hijos. “Algunas costumbres transmitidas en nombre de la tradición pueden obstaculizar el progreso”, advirtió en un discurso hace algunos años. “Y otras pueden incluso causar sufrimiento a las personas.”
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Traducción: Juan Gabriel López Guix

