Meloni defiende su bastión en Las Marcas

Territorio predilecto de la primera ministra

En la región del centro de Italia, golpeada por la crisis industrial, se abre un ciclo de elecciones autonómicas decisivo

Giorgia Meloni en Ancona

Giorgia Meloni, el pasado 17 de septiembre en Ancona

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Llegar a Las Marcas es difícil: pocas autopistas, casi ningún tren rápido, un pequeño aeropuerto marginal. Y, sin embargo, ahora están todos aquí: ministros, presidentes, parlamentarios, líderes de partido y dirigentes públicos. Mañana la región menos glamurosa del centro de Italia va a las urnas y la cita, que abre una serie de elecciones autonómicas, trasciende ampliamente las fronteras de lo que fue el extremo oriental del Estado Pontificio. Ganar aquí importa de verdad porque, más allá de la manida definición de Ohio de Italia —que varios territorios reclaman—, en Las Marcas, aunque aparentemente periféricas, se han visto los efectos de los grandes procesos mundiales: la globalización, las sanciones a Rusia, incluso los terremotos, y ahora también los aranceles y quizá hasta un eco de las masacres de Gaza.

Frente a las fábricas cerradas o medio cerradas de Fabriano, Giulio Torresi, obrero de las lavadoras de Beko —heredera del imperio de electrodomésticos de la familia Merloni—, tiene una mirada desolada: “Antes nos rogaban trabajar incluso los sábados, hoy los más afortunados están en ERTE. Yo de algún modo llegaré a la jubilación, pero ¿qué futuro tiene este territorio?”.

Esta región, durante mucho tiempo feudo de la democracia cristiana más abierta a la izquierda, fue la primera en ser conquistada por Hermanos de Italia: era 2020, se votaba con mascarillas y Giorgia Meloni se impuso con uno de sus fieles, Francesco Acquaroli. Desde aquel día inició una carrera que culminó con la llegada de los herederos del posfascismo al frente de Italia. Desde entonces se la llama “Modelo Marcas”, una fórmula nunca del todo clara, pero síntoma de un cambio de esquema: “Donde estaba la izquierda, ahora estamos nosotros”. 

Por eso Giorgia Meloni vuelve siempre con gusto a Ancona, la capital: aquí había inaugurado su cabalgata victoriosa de 2022. “Era el 22 de septiembre —recuerda ella en piazza Roma— y es bonito ver que hoy, en el mismo lugar, hay más gente que antes”. El cálculo puede no ser tan riguroso, pero en el fondo la primera ministra tiene razón: su consenso se ha mantenido alto.

Desde el escenario, Meloni se muestra orgullosa de la inédita estabilidad que su Ejecutivo ha dado a Italia y exhibe la cifra: “Somos el tercer gobierno más longevo de la historia republicana y pronto nos convertiremos en el segundo”. Pero Meloni sabe muy bien que en estos tiempos todo es muy volátil. Basta un soplo y las certezas desaparecen. Por eso, detrás del escenario donde Meloni se dirige a la multitud, con sus vicepresidentes Antonio Tajani y Matteo Salvini, se consultan encuestas más o menos fiables y se hacen cálculos sobre las circunscripciones provinciales: “Si arrasamos en Ascoli y Macerata, podemos recuperar Pesaro”.

El que fue un emblema industrial se ha derrumbado, golpeado por la globalización, sanciones y aranceles

Se juega mucho mañana el centroderecha y, en particular, Meloni: una derrota de su fiel Acquaroli sería una de esas señales capaces de convertirse en punto de inflexión. Las oposiciones lo saben y han apostado fuerte por Las Marcas, presentando como candidato al exalcalde de Pesaro Matteo Ricci (homónimo del jesuita de Macerata que, a finales del siglo XVI, difundió la cultura occidental en China), barón del Partido Democrático, dispuesto a dejar su escaño en Estrasburgo para arrebatar a la derecha su región

Los ministros, además de trasladarse aquí físicamente, han movilizado muchos recursos: de pronto han llegado a Las Marcas apoyos financieros inéditos, Salvini con casco en la cabeza ha inaugurado obras, el Ministerio de Economía ha concedido a la Región las ventajas fiscales de las del sur. “Nunca había visto algo parecido”, dice atónita Daniela Ghergo, alcaldesa de Fabriano. 

Vista desde este municipio en la frontera con Umbría y Lacio, todo aparece un poco surrealista. La crisis, en lo que fue durante décadas la locomotora industrial italiana, ha golpeado con una violencia que muchos aquí describen como “nunca vista desde la Edad Media”. La expresión puede sonar exagerada, pero en Fabriano se produce papel desde 1200 y ahora un fondo estadounidense, que compró la marca, ha decidido que es mejor producir en otro sitio, y el choque es enorme, también porque pocos días después llegó el anuncio de otros cierres, los de las plantas de electrodomésticos, una sacudida en un distrito donde se había llegado a producir un tercio de los productos del mercado EMEA (Europa, Oriente Medio y África) y donde todos saben de memoria los nombres de los modelos de lavadoras, secadoras y encimeras. Cuando salió la Ariston Aqualtis cambiamos de casa. Me casé cuando aún existía la Indesit 5145.

El imperio de la familia Merloni, durante mucho tiempo entre los industriales más poderosos de Italia, acabó en parte en manos de los turcos de Beko, que seis meses después de la adquisición mostraron sus cartas: fábricas cerradas y centros de investigación trasladados a Turquía. La ciudad está conmocionada: “A mi despacho vienen familias de obreros, pero también de ingenieros que se habían trasladado aquí con sus familias y no saben qué hacer —cuenta la alcaldesa, desde su desde su despacho provisional, ya que la sede histórica está en obras tras el terremoto de 2016—. No pensaban encontrarse en una situación semejante y el Gobierno ayuda solo por intereses electorales”.

En Fabriano había una empresa por cada nueve habitantes, con una de las facturaciones más altas de Italia: el lema «pequeño es bello» fue un modelo industrial de éxito, con lavadoras, cocinas, papel y zapatos. Todo se esfumó en pocos años, entre la crisis y el relevo generacional de las familias industriales. “Ha implosionado el sistema —relata Gian Mario Spacca, expresidente de la Región de Las Marcas y hoy responsable de la fundación Merloni—, la modificación del marco competitivo nos dejó fuera de juego, la dimensión se ha convertido en un factor decisivo”.

El exgobernador sintetiza las etapas del derrumbe: primero llegó la crisis de 2008 que dejó K.O. a Antonio Merloni, que pasó a los estadounidenses de Whirlpool, luego las deslocalizaciones y “otro mazazo durísimo fue el de Banca Marche, cuya quiebra creó un vacío no solo financiero para las empresas. En todo esto, la política, sobre todo la izquierda, no entendió que la defensa a ultranza del sistema de microempresas no dio resultado”.

El efecto se ve en la calle: “Antes estaba lleno de cines, teatros, locales que abrían continuamente. Hoy, como ve, ha sido complicado incluso encontrar un restaurante abierto a mediodía...”. Todos están desorientados, empezando por los obreros: “Entrar a trabajar en Merloni era fácil —cuenta Giulio Torresi, representante de los trabajadores para la seguridad del sindicato Fiom (los metalúrgicos de la CGIL)—. Se ganaba mejor que en el sector público. El conflicto sindical casi no existía, en las asambleas se hablaba de detalles que hoy parecen insignificantes». Luego, una mañana todo cambió: “En junio de 2013, en una rueda de prensa, Indesit anunció 1.425 despidos, fue un shock: en 2010 en mi planta se habían producido tres millones de piezas en un año y, sin embargo, todo había terminado. Fue un golpe que nos hizo despertar, comenzaron las primeras protestas y hoy seguimos aquí”.  

Incluso entre estas fábricas abandonadas, Meloni se juega su futuro.

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