Inglaterra ha vivido a lo largo de su historia numerosas convulsiones y momentos cataclísmicos (la invasión normanda, la Reforma, la industrialización, los sesenta, el Brexit...), pero revoluciones en sentido estricto tan solo dos, y en el siglo XVII: la guerra civil, que derrocó la monarquía y estableció brevemente una república bajo Oliver Cromwell, y la revolución gloriosa, que afirmó la supremacía del Parlamento dentro de una monarquía constitucional.
La actual “revolución de las banderas” es un movimiento inspirado por la ultraderecha y liderado por los numerosos concejales que Reforma UK (el partido de Nigel Farage) conquistó en las últimas elecciones municipales, y consiste en decorar las calles de los pueblos y las ciudades, las carreteras y los pasos de cebra con cruces de San Jorge y Union Jacks, colgarlas de puentes, farolas, balcones y postes del tendido eléctrico. No es un gesto patriótico espontáneo (como cuando la selección juega la fase final de un Mundial de fútbol o una Eurocopa), sino que lleva un mensaje contra los inmigrantes y los extranjeros, estilo MAGA, diciendo que “Inglaterra para los ingleses”.
Hasta hace muy poco los ingleses se habían sentido seguros de su identidad sin necesidad de mostrar la bandera
Con la excepción del patriotismo deportivo, y al contrario que muchos países, Gran Bretaña nunca había sido de mostrar la bandera, excepto en calzoncillos, paraguas, fundas de cojines o bolsas de la compra, como elemento decorativo. Tiene otros símbolos como la monarquía que hacen el mismo papel, y la posesión de un imperio (casi por completo desaparecido) le ha dado históricamente una seguridad en sí misma que hacía innecesaria la reafirmación de la identidad.
Pero eso ahora ha cambiado, y muchos blancos de clase trabajadora cuyo nivel de vida se ha deteriorado –los mismos en general que votaron al Brexit– ven su identidad, su cultura y su forma de vivir amenazadas por la inmigración, como si la Inglaterra que han conocido estuviera desapareciendo. Y luchan contra ello con la revolución de las banderas, y diciendo que están dispuestos a votar a la ultraderecha (el último sondeo indica que, si hubiera hoy elecciones, Farage ganaría con mayoría absoluta; la buena noticia es que no tiene que haberlas hasta dentro cinco años y hay tiempo para que cambien el rumbo de las cosas).
La bandera no había sido un símbolo contra la inmigración, sino un gesto de apoyo a la selección de fútbol
Dos guerras mundiales, la Gran Depresión, la desindustrialización y la revolución cultural de los sesenta enterraron la Inglaterra victoriana, y ahora la crisis del coste de la vida, el estancamiento de la economía desde el crac financiero, el Brexit, la austeridad y el rechazo a la inmigración están acabando con la Gran Bretaña de Thatcher, Blair, Johnson y 14 años consecutivos de mandato conservador. Descanse en paz.
Prototipo del Estado nación, Inglaterra ha sido descrita a veces como violenta, aristocrática, agresiva y revolucionaria, y otras veces, como amable, tradicional, democrática y pacífica. Actualmente, ha entrado en una fase de cerrazón en sí misma y hostilidad hacia los forasteros, como recuerdan cada día las banderas que las decenas de miles de “soldados patrióticos” de la ultraderecha colocan en las calles mayores de los pueblos, y en las rotondas de las carreteras a la entrada de las ciudades. Su mensaje no es precisamente “bienvenidos los inmigrantes”.
El país se encuentra en una encrucijada histórica y potencialmente revolucionaria si se entrega en brazos de la extrema derecha. Así como la industrialización creó una nueva manera de vivir, produjo una explosión demográfica y una transformación tecnológica, creó nuevas ciudades e hizo Londres mucho más fuerte y más grande, la revolución de las banderas expresa la frustración y el descontento de los ingleses blancos cuyo nivel de vida está estancado desde hace años, y de los jóvenes que se han criado de niños y adolescentes teniéndolo todo, y tras acabar los estudios descubren que no les sirven para disfrutar de un sueldo que les permita pagar un alquiler. La ultraderecha canaliza toda esa rabia en una hostilidad a los de fuera, culpándolos del deterioro de los servicios públicos, la caída de salarios y la dilución de la cultura. Un fenómeno que no es exclusivo ni mucho menos del Reino Unido.
El país que se abrió al mundo y conquistó buena parte de él, que hizo suyo el sentido parisino de la moda, el arte japonés y la filosofía india, entre otras muchas cosas, se ha cerrado en sí mismo, primero con el Brexit y ahora con la revolución de las banderas. La ultraderecha promete quemarlo todo, una reforma fundamental del Estado y sus instituciones. “Somos la gente de Inglaterra y todavía no hemos hablado”, escribió G.K. Chesterton en 1908. Ahora, más que hablar, está gritando.
Starmer propone una “renovación patriótica”
La revolución de las banderas nació en Weoley Castle y Northfield, suburbios de Birmingham, y se ha extendido rápidamente por toda Inglaterra. Los “soldados patrióticos” de Farage y la ultraderecha las despliegan por las noches y unos ayuntamientos las dejan, mientras que otros (generalmente controlados por el Labour o los liberales) las retiran por considerar que contienen un mensaje hostil y pueden ser nocivas para las relaciones entre las distintas comunidades. La última promesa de Nigel Farage es incendiaria: prohibir que los extranjeros (aunque estén legalmente en el país) cobren ayudas, expulsar a cientos de miles y sustituir los permisos de residencia permanente (que ahora se obtienen después de vivir cinco años) por visados que se hayan de renovar periódicamente. Como contrapartida, el mensaje del primer ministro Keir Starmer es mucho más confuso, y lo mismo apela a la ultraderecha diciendo que “Gran Bretaña se está convirtiendo en una isla de extraños” que da marcha atrás para que no se enfade el ala izquierda. Su último eslogan es la “renovación patriótica”, algo tan vago que puede ser casi cualquier cosa, según el gusto.
