La revolución de las banderas

El avance de la ultraderecha en Gran Bretaña

Union Jacks y cruces de San Jorge invaden las calles y carreteras de toda Inglaterra

A man holds English flags as he attends Britain's Reform UK party's national conference at the National Exhibition Centre in Birmingham, Britain, September 5, 2025. REUTERS/Isabel Infantes

Mitin del partido Reforma UK con banderas de San Jorge en el National Exhibition Centre de Birmingham el 5 de septiembre

Isabel Infantes / Reuters

Inglaterra ha vivido a lo largo de su historia numerosas convulsiones y momentos cataclísmicos (la invasión normanda, la Reforma, la industrialización, los sesenta, el Brexit...), pero revoluciones en sentido estricto tan solo dos, y en el siglo XVII: la guerra civil, que derrocó la monarquía y estableció brevemente una república bajo Oliver Cromwell, y la revolución gloriosa, que afirmó la supremacía del Parlamento dentro de una monarquía constitucional.

La actual “revolución de las banderas” es un movimiento inspirado por la ultraderecha y liderado por los numerosos concejales que Reforma UK (el partido de Nigel Farage) conquistó en las últimas elecciones municipales, y consiste en decorar las calles de los pueblos y las ciudades, las carreteras y los pasos de cebra con cruces de San Jorge y Union Jacks, colgarlas de puentes, farolas, balcones y postes del tendido eléctrico. No es un gesto patriótico espontáneo (como cuando la selección juega la fase final de un Mundial de fútbol o una Eurocopa), sino que lleva un mensaje contra los inmigrantes y los extranjeros, estilo MAGA, diciendo que “Inglaterra para los ­ingleses”.

Hasta hace muy poco los ingleses se habían sentido seguros de su identidad sin necesidad de mostrar la bandera

Con la excepción del patriotismo deportivo, y al contrario que muchos países, Gran Bretaña nunca había sido de mostrar la bandera, excepto en calzoncillos, paraguas, fundas de cojines o bolsas de la compra, como elemento decorativo. Tiene otros símbolos como la monarquía que hacen el mismo papel, y la posesión de un imperio (casi por completo desaparecido) le ha dado históricamente una seguridad en sí misma que hacía innecesaria la reafirmación de la identidad.

Pero eso ahora ha cambiado, y muchos blancos de clase trabajadora cuyo nivel de vida se ha deteriorado –los mismos en general que votaron al Brexit– ven su identidad, su cultura y su forma de vivir amenazadas por la inmigración, como si la Inglaterra que han conocido estuviera desapareciendo. Y luchan contra ello con la revolución de las banderas, y diciendo que están dispuestos a votar a la ultraderecha (el último sondeo indica que, si hubiera hoy elecciones, Farage ganaría con mayoría absoluta; la buena noticia es que no tiene que haberlas hasta dentro cinco años y hay tiempo para que cambien el rumbo de las cosas).

La bandera no había sido un símbolo contra la inmigración, sino un gesto de apoyo a la selección de fútbol

Dos guerras mundiales, la Gran Depresión, la desindustrialización y la revolución cultural de los sesenta enterraron la Inglaterra victoriana, y ahora la crisis del coste de la vida, el estancamiento de la economía desde el crac financiero, el Brexit, la austeridad y el rechazo a la inmigración están acabando con la Gran Bretaña de Thatcher, Blair, Johnson y 14 años consecutivos de mandato conservador. Descanse en paz.

Prototipo del Estado nación, Inglaterra ha sido descrita a veces como violenta, aristocrática, agresiva y revolucionaria, y otras veces, como amable, tradicional, democrática y pacífica. Actualmente, ha entrado en una fase de cerrazón en sí misma y hostilidad hacia los forasteros, como recuerdan cada día las banderas que las decenas de miles de “soldados patrióticos” de la ultraderecha colocan en las calles mayores de los pueblos, y en las rotondas de las carreteras a la entrada de las ciudades. Su mensaje no es precisamente “bienvenidos los inmigrantes”.

El país se encuentra en una encrucijada histórica y potencialmente revolucionaria si se entrega en brazos de la extrema derecha. Así como la industrialización creó una nueva manera de vivir, produjo una explosión demográfica y una transformación tecnológica, creó nuevas ciudades e hizo Londres mucho más fuerte y más grande, la revolución de las banderas expresa la frustración y el descontento de los ingleses blancos cuyo nivel de vida está estancado desde hace años, y de los jóvenes que se han criado de niños y adolescentes teniéndolo todo, y tras acabar los estudios descubren que no les sirven para disfrutar de un sueldo que les permita pagar un alquiler. La ultraderecha canaliza toda esa rabia en una hostilidad a los de fuera, culpándolos del deterioro de los servicios públicos, la caída de salarios y la dilución de la cultura. Un fenómeno que no es exclusivo ni mucho menos del Reino Unido.

El país que se abrió al mundo y conquistó buena parte de él, que hizo suyo el sentido parisino de la moda, el arte japonés y la filosofía india, entre otras muchas cosas, se ha cerrado en sí mismo, primero con el Brexit y ahora con la ­revolución de las banderas. La ­ultraderecha promete quemarlo todo, una reforma fundamental del Estado y sus instituciones. “Somos la gente de Inglaterra y todavía no hemos hablado”, escribió G.K. Chesterton en 1908. Ahora, más que hablar, está gritando.

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