Gustavo Petro se ha echado al monte, otra vez. El viernes pasado en Nueva York, el presidente colombiano se armó de un megáfono y un pañuelo palestino para dejar claro que su prioridad no era hacer las paces con Donald Trump. Y hace apenas unas horas, reaccionó al asalto a la flotilla humanitaria Sumud por parte de la armada de Israel ordenando que los últimos diplomáticos de este país -con el que rompió relaciones el año pasado- abandonen Colombia. Pero esta misma semana, Petro había insinuado que la inquina que despierta en Washington y algunos de sus aliados tal vez tenga más que ver con China que con Palestina.
“Aquí hay una Cancillería a la que le da pena relacionarse con China y sabotea las relaciones. Entonces esa gente tiene que irse”, dijo el lunes en Bogotá, en un consejo de ministros retransmitido. Recogió el mensaje la nueva ministra de Exteriores, Rosa Yolanda Villavicencio (política colombiana que fue diputada del PSOE en la Asamblea de Madrid hasta 2011). Aunque el dardo no era para ella, sino para su predecesora, Laura Sarabia. “Yo quiero relaciones con todos los pueblos del mundo, no con uno. Eso no son relaciones con la humanidad, eso es colonialismo”, remachó Petro, exguerrillero del M19.
El resquemor de Petro, según ha sabido La Vanguardia, se remonta a su viaje oficial a Pekín, en mayo pasado, con motivo de la cumbre China-Celac (Comunidad de Estados de Latino-América y Caribe). Cita que aprovechó para firmar la adhesión de Colombia a las Nuevas Rutas de la Seda, tres años después de asumir la presidencia.
Según se insinuó entonces y se ha podido confirmar ahora, el empeño de Petro por diversificar sus relaciones (EE.UU. sigue siendo el primer socio comercial de Colombia) intentó ser atemperado y demorado por su propia Cancillería.
No se trata de un episodio cerrado para Gustavo Petro, que esta semana sigue cargando contra personal de su embajada en Pekín, a los que acusa de haberle alterado la agenda y cancelado reuniones sin su consentimiento. Según ha averiguado La Vanguardia, hace diez días fueron trasladados dos funcionarios de dicha legación, de libre designación y que llevaban más de siete años en el puesto, por lo que nadie había visto nada anormal en ello. Antes, claro, de las declaraciones de Petro.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro (a la derecha) acompañado de sus homólogos de Chile, Brasil y China, el pasado mayo en Pekín.
Sin embargo, fuentes conocedoras afirman que el presidente podría estar mezclando cosas, ya que “este tipo de agenda no se cierra en Pekín, sino en Bogotá”. Estas mismas fuentes reconocen que la canciller Laura Sarabia, de 31 años -que antes había sido su jefa de gabinete- en connivencia con algunos diplomáticos, había hecho todo posible para “demorar” la adhesión de Colombia a las Nuevas Rutas de la Seda.
Todo ello en un momento, mayo pasado, en que ir más allá podía encender las luces rojas en Washington. Donald Trump y Xi Jinping, como se recuerda, estaban en la fase más aguda de su pugna a cuenta de los aranceles.
Pero Petro no estaba dispuesto a marcharse de Pekín sin un acuerdo de cooperación en infraestructuras que fuera vinculante. Así que acusó a la canciller de rebajar su contenido con enmiendan sucesivas y ordenó que se volviera a entregar el documento a las autoridades chinas, esta vez en su versión original. Cuando al cierre de la cumbre, Petro hizo un discurso en Pekín, rodeado de varios miembros de su gobierno, Sarabia, desautorizada, se había evaporado. Un mes y medio después, renunciaba al cargo.
Esta no andaba desencaminada en que el gobierno colombiano iba hacia el choque de trenes con el de Washington. Pero lejos de poner el freno, Petro no ha tenido reparos en echar más leña al fuego. Exactamente igual que Donald Trump y su gabinete. Si la fortaleza de Trump proviene de estar al principio de su mandato, el blindaje de Petro es que, al fin y al cabo, le quedan menos de ocho meses en el cargo, al que no puede volver a presentarse en mayo. Moverle la silla no sale a cuenta, así que, ahora o nunca.
El látigo verbal de Petro alcanzó el lunes a la supuesta labor de zapa de su propio cuerpo diplomático. En concreto a los que calificó de “blancos” y “feudales”, abonados “a Estados Unidos” en lugar de seguir las directrices de política internacional -que tanto interesa a Petro- de su propio gobierno. El embajador de Colombia en Paraguay habría sido uno de los primeros en sentirse aludidos y al día siguiente presentó su renuncia, “por motivos de conciencia”.
Como escribía en estas misma páginas Andy Robinson, desde Bogotá, “Petro apostará a que el factor Trump ayude a salvar a la izquierda en las elecciones del próximo mayo aunque él no puede volver a presentarse”. Hablando de soberanía latinoamericana, como Lula da Silva en Brasil, le arrebata la bandera a la derecha, a la que caricaturiza como limpiabotas del magnate estadounidense.
Primer presidente colombiano de izquierdas
Gustavo Petro va por libre más que nunca al no poder optar a la reelección en mayo
El exguerrillero, con tendencia a quedar atrapado en sus propias emboscadas verbales, no olvida que Donald Trump no perdió ni un minuto en mandarle dos aviones de guerra cargados de inmigrantes irregulares colombianos esposados y encadenados. Petro se negó a que aterrizaran de esa forma humillante y forzó el regreso de las aeronaves. Trump montó en cólera y amenazó con toda una baterría de represalias, además de aranceles del 50%. Dos días después, en un compromiso, los inmigrantes regresaban A Colombia en aviones de su propio ejército, sin esposar. Meses antes, Colombia había roto relaciones diplomáticas con Israel a cuenta de las matanzas en Gaza.
El encontronazo inicial ha tenido varias réplicas. “Si el señor Trump sigue siendo cómplice de un genocidio como hasta el día de hoy lo es, no merece más sino la cárcel. Y su ejército no lo debe obedecer”, ha repetido Petro esta semana. En la misma línea de su discurso ante la ONU, en que cargó también contra el bombardeo de lanchas presuntamente cargadas de contrabandistas de drogas, frente a las costas de Venezuela.
Huelga decir que los columnistas colombianos de derechas no se muerden la lengua con Gustavo Petro, “un desequilibrado”, o su consejo de ministros, “un manicomio”. Adjetivos que jamás dedicarían a la actual Casa Blanca o al gobierno de Beniamin Netanyahu, buscado por el Tribunal Penal Internacional.
Pero es cierto que Petro -que esperó tres años antes de unirse a las Rutas de la Seda, de la que forman parte casi todos los países hispanoamericanos al sur de El Salvador- ahora va sin frenos. Esta misma semana ha presentado los fusiles de fabricación nacional Miranda, que sustituirán a los Galil fabricados con licencia israelí que utilizaban sus fuerzas armadas desde los años ochenta.
Adjudicación anterior a Petro
Dos empresas chinas construyen la primera línea del metro de Bogotá
El despecho de Petro tiene que ver con que, este septiembre, por primera vez en casi 30 años, EE. UU. declaró a Colombia país que no coopera en la lucha contra las drogas, a pesar de que nunca había practicado tantos decomisos. La represalia de Bogotá ha sido suspender la adquisición de armamento estadounidense y poner en la diana su tratado de libre comercio, como el que mantiene con Israel, aunque necesitaría el concurso del Congreso.
La relación todavía no ha tocado fondo. Pero la imagen de EE.UU., que en Colombia era relativamente buena, se resiente y ya es peor que la de China, mientras que la de Petro -que estaba en un 30% de aprobación- va en ascenso.
Mientras tanto, Pekín sigue tendiendo puentes directos con América Latina, aprovechando que su interlocutor natural, la Europa Latina, sigue enredada en el ovillo ucraniano a cuenta de sus vecinos del norte y del este. Hace once meses, la China inauguró la ruta marítima directa entre Shanghai y Chancay (en Perú), tras la inauguración de este puerto de aguas profundas y de factura china.
Asimismo, dentro de dos meses, se podrá volar de Buenos Aires a Shanghai sin moverse del asiento, con un vuelo de China Eastern (vía Nueva Zelanda) que será también el más largo del mundo. China es más cautelosa en su trato con México y Colombia (y hasta con Cuba) para no irritar a Estados Unidos. La primera línea del metro de Bogotá, que fue adjudicado a dos empresas chinas antes de la presidencia de Petro, no se terminará antes de 2028.
Pero el “gran salto adelante” todavía no se ha producido, a pesar de que el embajador de Colombia en Pekín no es otro que el cineasta Sergio Cabrera, que ya pasó su adolescencia allí, en plena Revolución Cultural, por la militancia maoísta de su padre. Una etapa convulsa que le regaló el dominio del mandarín y que ha sido recreada nada menos que por Juan Gabriel Vásquez, novelista colombiano que vivió una docena de años en Barcelona.
