Irina protege la foto plastificada de Oleksander, su esposo, en una bolsa. A esta hora de la tarde cae la llovizna a las afueras del centro hospitalario de Chernihyv, donde decenas de personas, mayoritariamente mujeres que como ella cargan fotos de los suyos, esperan la llegada de un grupo de prisioneros de guerra. Quiere que el cartel esté en buen estado para que los hombres que regresan de cautiverio puedan verlo. Y tal vez, con suerte, lo reconozcan.
“Es la única esperanza que nos queda”, sentencia.
No tiene noticias de él desde el 19 de diciembre de 2024 cuando estaba destinado a la protección de fronteras en la región de Sumy. Tampoco las tiene Maria, que está a su lado. Ella busca a su hijo Serhi que cumplirá 43 años el 8 de octubre. Los dos eran compañeros de la brigada que los ha declarado “desparecidos”. Nadie ha confirmado que estén vivos. O muertos.

Soldados ucraniano liberados en julio de este año
“Llevamos semanas esperando este momento; lo han cancelado muchas veces”, dice Irina, que asegura que los intercambios de prisioneros son el evento que mueve su vida actualmente. El último fue el 24 de agosto. “No se puede explicar con palabras lo que siento. Llego hasta aquí llena de ansiedad y me voy siempre en lágrimas”, confiesa.
Las mujeres que han perdido a maridos e hijos se organizan para buscar pistas de sus seres queridos
Ambas son de la provincia de Sumy; han pasado toda la noche en el autobús. Un ritual que han repetido en al menos en cuatro ocasiones desde mayo. Se conocieron el día que recibieron la noticia de las desapariciones y desde entonces empezaron a conversar, a darse apoyo en la búsqueda de información. “Ahora somos como una familia”, puntualiza.
Irina interviene para decir que ya han perdido la esperanza de que las autoridades les ayuden. “Nuestra única ilusión es que alguno de los que llegan recuerden algo, su rostro, su apellido. Cualquier cosa”. La misma ilusión tienen decenas de mujeres más que llegan de toda Ucrania. En verano el número que se agrupaba en cada intercambio era mayor. “La logística era más fácil porque los niños estaban de vacaciones”, cuenta Oksana, pero ahora que ya hace frío y los críos van al colegio buscan otro tipo de estrategia.
Oksana, por ejemplo, carga un cartel con ocho fotos diferentes. Todos son hombres de Jmelnitski, en el oeste del país. Desaparecieron en diferentes momentos de la guerra. El último en abril de este año. “Tenemos un grupo en el que nos ayudamos, nos reunimos con las autoridades”, dice Oksana. En este intercambio, ella se ha ofrecido como voluntaria para viajar y repartir fotos de sus desaparecidos, incluido su marido.
“A veces funciona, una vez un soldado vio la foto de mi marido y dijo que se había cruzado con él en Donetsk. Para mí significaba saber que estaba vivo”, confiesa.
De esta manera también se han enterado de que uno de los chicos tiene las piernas rotas. “Cualquier señal es positiva”, dice la mujer que además de los carteles ha impreso postales con los rostros de los hombres para entregarlas a los recién llegados.
“Tenemos una desgracia común, un dolor común. ¡Juntas es más fácil buscar!, ¡juntas es más fácil!”, insiste.

Familias en el Cementerio Militar de Leópolis
De repete se oyen gritos, dos mujeres se abrazan. Saltan. Una tercera mujer las observa y llora desconsoladamente. “Regresa mi hijito que está en cautiverio desde el primer día”, grita Liuba, una de las dos mujeres que celebran. La noticia les ha llegado por las redes sociales, donde empiezan a circular las fotos de los prisioneros tomadas en la frontera momentos después de cruzar territorio ucraniano.
“Tres pequeñitos lo esperaban desde entonces”, explica Liuba a quienes quieren oírla. Natalia, la otra mujer, también ha visto a su hijo. Y abraza a su nieta, Rita, que está pegada a su madre sin entender lo que pasa. “Ella tenía tres años cuando mi marido desapareció, prácticamente no se acuerda de él”, cuenta Natalia.
De repente la mujer que las observa se pone de pie y empieza a saltar. Liuba salta con ella. “Está libre, su hijo está libre”, dice. Los tres hombres formaban parte de un grupo de 187 militares desplegados en Chernóbil en la invasión el 22 de febrero de 2022, cuando cayeron prisioneros. La mayoría son de Chernihiv, donde rápidamente se corrió la voz que estos tres hombres y 17 compañeros más venían en camino.
Una vez allí, algunos soldados se baja de los autobuses jubilosos, otros perdidos. Otros vienen en ambulancias. En total son 185 militares y 20 civiles.“Agradecimientos”, les gritan. “Sabíamos que estaba vivo, pero verlo regresar es diferente. No puedo explicar lo que siento”, dice Natalia que lleva más de tres años trabajando para la liberación de su hijo y sus compañeros. “Ha sido una espera larga”, insiste. Más de 7.000 prisioneros han regresado desde el comienzo de la invasión.
En una esquina Irina y Maria observan. Sus ojos están llorosos. “No tuvimos suerte, pero no importa. Otra vez será”, dicen. Les esperan diez horas de viaje de regreso en autobús.