En plena escalada de tensión con Rusia, Europa ve cómo peligra su proyecto militar más ambicioso.
Se trata del Futuro Sistema Áereo de Combate (FCAS, por sus siglas en inglés), el programa iniciado hace ocho años por Francia y Alemania –y al que posteriormente se sumó España– para desarrollar un nuevo modelo de caza dotado de la tecnología más avanzada. Este avión de combate debería ser una realidad en el 2040, pero hoy esa fecha parece más remota que nunca: las crecientes diferencias internas amenazan con hacer descarrilar el plan.
El principal problema reside en la pugna por el control industrial del proyecto. La empresa que representa a Francia, Dassault Aviation, exige llevar la voz cantante. Cree que tener que consultar cada paso con sus socios –Airbus por Alemania e Indra por España– supone un lastre, y considera que cuenta con suficiente experiencia para actuar con una mayor autonomía. Asimismo, hay discusiones por el diseño del caza: Francia desea una aeronave de 15 toneladas, que pueda ser utilizada en portaaviones, mientras que Alemania prefiere un caza de mayor tamaño.
Berlín se resiste a plegarse a las demandas de París, y eso está generando una enorme fricción, hasta el punto que el gobierno de Friedrich Merz filtró hace unas semanas a la prensa que se está planteando dejar a Francia en la estacada y abrir negociaciones con otros países, como Suecia o el Reino Unido.
Indiferencia ante las quejas
Francia asegura que podría desarrollar el caza por su cuenta, aunque la financiación supone un escollo
“La situación actual no es satisfactoria”, lamentó el canciller alemán el pasado 18 de septiembre, coincidiendo con su primera visita oficial a España. “No estamos avanzando nada en este proyecto”, agregó. Preguntado por el malestar germano, unos días después, el director de Dassault, Eric Trappier, dijo que su compañía podía hacerse cargo del FCAS en solitario. “No me importa si los alemanes se quejan. Si quieren hacerlo por su cuenta, dejémosles que lo hagan”, afirmó.
El presidente francés, Emmanuel Macron, quiso rebajar la tensión el pasado miércoles, cuando, en una entrevista concedida al diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung , aseguró que el FCAS cuenta con su respaldo, ya que es más necesario que nunca debido al actual contexto geopolítico. “Nos corresponde mantener el rumbo que consideramos de interés general francoalemán y seguir trabajando en soluciones conjuntas”, declaró el mandatario.
No en vano, los analistas consideran que, pese a las palabras de Trappier, Francia difícilmente sería capaz de desarrollar el nuevo caza por su cuenta. Ya de entrada, hay un escollo insalvable: el financiero. El FCAS es el proyecto armamentístico más caro de Europa, con un coste que ronda los 100.000 millones de euros. Una cifra inalcanzable para Francia, cuyo presupuesto militar se situó el año pasado en los 64.700 millones.
Un caza Rafale, fabricado por la compaía Dassault
Estos elevados costes se explican por lo sofisticado del proyecto. El nuevo avión de combate –destinado a reemplazar a los Rafale franceses y los Eurofighter alemanes y españoles– forma parte de la denominada sexta generación de cazas: modelos diseñados para esquivar los radares, equipados con armamento de largo alcance y capaces de coordinarse con drones y otros dispositivos militares a través de un complejo sistema de comunicación llamado “nube de combate”, que incorpora la inteligencia artificial. Potencias como EE.UU. y China están trabajando en aeronaves de estas características, como el F-47 –que desarrolla Boeing por encargo de Washington– y el J-36 –diseñado por Chengdu Aircraft para Pekín–.
En la misma Europa ya existe un proyecto así: el Tempest, impulsado por Reino Unido, Italia y Japón, que se prevé que esté listo en el 2035. De hecho, la empresa británica que participa en este programa, BAE Systems, es la que podría acabar colaborando con Alemania si esta decide dar portazo a Francia.
El futuro del FCAS podría clarificarse este mismo mes. En las próximas semanas, los ministros de Defensa de los tres países implicados en el proyecto se reunirán en Berlín para intentar desbloquear la situación. El tiempo apremia: a final de año, el programa debería entrar en su segunda fase, con la construcción de un prototipo.
