En Monterrey, a dos horas por carretera de la frontera texana, nadie se sorprende mucho al leer el título del nuevo libro de Jesús Esquivel: Los cárteles gringos (Grijalbo, 2025). “Si vas mucho a Texas, ves que el mundo del narco permea todo, (...) debe de ser gente en la órbita del poder”, dice el novelista Hugo Valdés, que cruza la frontera con frecuencia. “¡Claro! Los narcos están allá y están acá”, coincide un sacerdote católico cuando ve la portada del libro que acaba de ponerse en venta.
Pero, al otro lado del muro militarizado, hablar de “narcos gringos” agrupados en cárteles made in USA , es un asunto tabú. Las autoridades estadounidenses “hablan de una comunión de criminales mexicanos y estadounidenses, pero sin echar de cabeza a los estadounidenses. No quieren admitir que son cárteles”, dice Esquivel , corresponsal de la revista mexicana Proceso en una entrevista telefónica que puede leerse aquí.
Para Trump es crucial transmitir el mensaje de que los narcotraficantes son mexicanos, venezolanos , colombianos y que los distribuidores de drogas en EE.UU. trabajan para cárteles como el de Sinaloa o Nueva Generación Jalisco. Cuando Esquivel pidió información sobre los cárteles estadounidenses, la agencia antinarcótica, la DEA, le respondió: “No sabemos de qué habla usted”.
Esquivel ya delató el sesgo antimexicano de la guerra contra la droga en su libro anterior, Narcos gringos . Pero tras la explosión del negocio del fentanilo, con un saldo de decenas de miles de muertos por sobredosis, descubrió que los traficantes estadounidenses ya no trabajaban para los grandes cárteles mexicanos sino que se habían independizado.
“No fui yo el que llegó a la conclusión”, explica. “Entrevisté a diversos funcionarios de la DEA. Por el grado de la violencia que se registraba, llegaron a la conclusión de que los ‘narcos gringos’ –pandillas y clubes de motociclistas como los Hells Angels– se habían metamorfoseado en cárteles responsables de la logística y de lavar el dinero”.
Incluso se creó a mediados de esta década un departamento de la DEA bajo el nombre Iniciativa de Cárteles Domésticos. Pero fue desmantelado por la administración Biden poco después de ponerse en marcha. “Políticamente no les convenía. Es más fácil culpar a los mexicanos que reconocer que ellos tienen este problema”.
El estereotipo del narco exclusivamente latino no se ve respaldado por las últimas redadas policiales
El punto de inflexión ocurrió hace unos 15 años, cuando las autoridades estadounidenses finalmente se emplearon a fondo contra grandes empresas farmacéuticas como Purdue Pharma y Hikma Pharmaceuticals, fabricantes de los potentes opioides que, recetados como analgésicos, habían provocado una epidemia de adicción y sobredosis. “El fentanilo es barato, es fácil de producirse, es muy rentable y es extremadamente letal”, explica. Las fuentes de Esquivel calculan que unas 600 personas mueren al día como consecuencia de sobredosis de fentanilo en EE.UU.
Para combatir el problema, las autoridades destruyeron cientos de laboratorios y el Congreso aprobó una ley muy restrictiva respecto a la compra de analgésicos. Esta prohibición, “como era de esperar, la aprovecharon los narcos mexicanos”, dice Esquivel. Para atender a la demanda , en estados mexicanos como Sinaloa, “crearon los laboratorios clandestinos donde fabricaron el fentanilo con los precursores químicos procedentes de China”.
Acto seguido, “los narcos aquí en Estados Unidos se metieron más de lleno en el negocio. Empezaron a comprar al mejor postor, a través de intermediarios. Se convirtieron en empresas criminales con franquicias, cada franquicia en un estado distinto. Ahora son los que se encargan de distribuir la droga, venderla, ponerle precio, cobrar y lavar el dinero”, dice. “Es el capitalismo americano puro ya en el narcotráfico”.
Hay peleas entre las diferentes franquicias narco en EE.UU., pero no al nivel de México o Colombia. “Si hubiera violencia de ese mismo nivel en EE.UU., serían eliminados en un santiamén”, dice Esquivel.
Algunos cárteles gringos cumplen con el estereotipo de Donald Trump: pandillas de orígenes latinoamericanos, como el salvadoreño cártel Calle 18 en California, o de afroamericanos, como los Gangsters Disciples de Chicago. Pero los clubes de motociclistas, como los Ángeles del Infierno, constituyen un cartel que “gestionan la logística y el blanqueo de los ingresos”, señala Esquivel .
Esto no deja de ser una paradoja. Porque los Hells Angels pertenecen a la mitología del hombre blanco, amante de la libertad de la carretera, que reivindica el trumpismo. El exlíder de los Ángeles, Chuck Zito, hace alarde de ser un amigo de toda la vida del presidente, cuyas campañas suelen incluir a pandas de Hells Angels montados en Harley-Davidson que sujetan pancartas: “Moteros por Trump”.
Hace 15 años las autoridades de EE.UU. se emplearon a fondo contra grandes empresas farmacéuticas
El estereotipo del narco exclusivamente latino tampoco se ve respaldado por las últimas redadas policiales. El mes pasado, el Departamento de Justicia anunció la detención de “miembros de alto rango del cártel de Sinaloa acusados de apoyo material a una organización terrorista extranjera y narcoterrorismo”. Sus nombres: Earl Frank, Michael Pennell, Chantell Reynolds, Jeffrey Millie, Derek Turnage, David Allen Day, Duane Kimmings, Charlie Evans, Shannon Gutton, Kimberly Hostings y Andrew Bodock. “No son precisamente once culichis (oriundos de Culiacán, en Sinaloa), ¿verdad?”, ironiza Esquivel.
