Los demócratas ya saben cómo derrotar a Donald Trump. Dos mujeres en Virginia y Nueva Jersey han abierto el camino con una estrategia muy sencilla, que pasa por hablar en minúsculas en lugar de mayúsculas, por reconocer que no hay soluciones fáciles para problemas complejos y que la vida no es un programa de televisión.
Abigail Spanberger celebra el triunfo con su familia en Richmond, Virginia
Al ganar las gobernadurías de Virginia y Nueva Jersey, Abigail Spanberger y Mikie Sherrill han devuelto a la democracia la dimensión humana que la parafernalia política del nacionalpopulismo, en gran parte, le ha arrebatado. En sus campañas no ha habido mensajes mesiánicos ni apocalípticos. Tampoco ha habido ansiedad. Al contrario, ha predominado la tranquilidad y el respeto, y los ciudadanos han respondido. Han depositado su confianza en dos mujeres que les han prometido mucho más trabajo que soluciones.
“No se respeta a los electores si les hablamos solo con titulares y tampoco si les hacemos promesas imposibles”, ha dicho Spanberger. “Está bien hablar de identidad y valores democráticos –ha añadido-, pero lo más importante para el ciudadano es que hablemos de economía, del encarecimiento de la vida, de la inflación y de cómo mantener el poder adquisitivo, de construir parques eólicos y reparar las infraestructuras viarias”.
Spanberger y Sherrill reconocen que el problema de la vivienda o de la sanidad no se arreglarán de la noche a la mañana. “No tengo una varita mágica”, ha reconocido la nueva gobernadora de Virginia. “Pero podemos trabajar durante cuatro años con los republicanos para pasar las leyes que nos permitirán combatir el alza de precios”.
Los triunfos de Spanberger y Sherrill son más importantes para la democracia en EE.UU. que el de Mamdani
Pragmatismo y bipartidismo. Por eso, el triunfo de Spanberger y Sherrill es mucho más importante para el futuro de la democracia en Estados Unidos que el de Zohran Mamdani en Nueva York. Ganar la alcaldía de la ciudad más progresista del país desde los márgenes del socialismo es más fácil que imponerse en dos estados escorados a la derecha y hacerlo desde la moderación.
Mikie Sherrill saluda victoriosa en East Brunswick, Nueva Jersey
La honestidad importa. Frente al lenguaje de la estridencia tan común en la política contemporánea, Spanberger y Sherrill defienden la escucha. Es más importante prestar atención que hablar y cuando se habla no debe hacerse con frases hechas en los laboratorios de la comunicación de masas. No hay que hablar haciendo titulares.
Spanberger aconseja “no decir cosas raras”, sobre todo si no se cree en ellas, y tampoco hablar con el lenguaje de la calle “porque somos profesionales de la política”, obligadas a comunicar con claridad y respeto.
Los demócratas ya tienen un rumbo para afrontar las elecciones legislativas del año próximo
Spanberger fue agente de la CIA y en el 2019 ganó un escaño como diputada en la Cámara de Representantes. Tiene 46 años y tres hijos.
Sherrill fue piloto de helicópteros en la Navy y fiscal federal. En el 2019 ganó su escaño como diputada en la Cámara de Representantes. Tiene 53 años y cuatro hijos.
Son perfiles similares, que combinan la familia con el servicio a la seguridad del Estado. Poco tienen que ver con el ala más progresista de su partido, ni con el estilo más combativo de la representante neoyorquina Alexandria Ocasio-Cortez. Y por eso sus victorias desbrozan la senda que puede conducir a los demócratas a la victoria en las legislativas del año próximo.
Los republicanos han intentado etiquetar a Spanberger y Sherrill como las nuevas Kamalas, mujeres inexpertas y sin agallas, incidiendo en una de las asignaturas pendientes de la sociedad estadounidense, su rechazo al feminismo.
Ellas no han entrado en la descalificación ni tampoco en el terreno pantanoso de la identidad y la ideología. En lugar de perder el tiempo con las pugnas entre supremacistas y antifas, prefieren hablar de cómo contrarrestar los efectos de las políticas de Trump en la economía local. Los aranceles, los recortes en la administración y los servicios sociales, la expulsión de los inmigrantes y el acoso a las instituciones académicas, suponen un reto enorme para los ciudadanos de Virginia, Nueva Jersey y muchos otros estados.
Los demócratas solo pueden combatir estas políticas en los tribunales porque en el Congreso no tienen mayoría. Ahora, sin embargo, cuentan con dos gobernadoras que han triunfado desde las antípodas de la estridencia y la testosterona, y que a partir de ahora marcarán el rumbo de un partido que ha vivido desnortado desde el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca.
Spanberger y Sherrill han demostrado que para derrotar al movimiento del America First no hay que ser unas salvapatrias. Les ha bastado explicar con tranquilidad, moderación y modestia que Trump se equivoca, que los aranceles no protegen el empleo, que los recortes dejan a muchos ciudadanos sin prestaciones sociales básicas y que el problema de la vivienda no se soluciona aumentando solo la oferta.
Spanberger y Sherill nos enseñan que la palabra sincera es capaz de imponerse al nihilismo totalitario y que la democracia liberal aún se sostiene bajo la lluvia de golpes. Es una buena noticia para Estados Unidos y Europa.