De los londinenses a los neoyorquinos: la vida con un alcalde musulmán no es ni mejor ni peor, ni tan siquiera diferente, que con un alcalde católico, protestante, evangelista, budista o de cualquier otra religión. Los problemas son los mismos, ya rece postrado en dirección a La Meca o con las cuentas de un rosario. Si hay huelga de metro, o te pegan un tirón y se llevan el móvil, o ves un excremento de perro a la puerta de tu casa, maldices a todos sus muertos.
Londres tiene un alcalde musulmán, nacido en Inglaterra e hijo de un conductor de autobús y una costurera paquistaníes, desde el 2016, y el año pasado fue reelegido con amplia mayoría para un tercer mandato, lo cual sugiere que la ciudadanía no está del todo descontenta con él. Desde luego, no está de acuerdo con Donald Trump cuando dice que ha impuesto la sharía en la capital inglesa y la ha convertido en un nido de terroristas islámicos.
Khan, padre de dos hijas, se define como un musulmán practicante del ala liberal, es abstemio, no come cerdo, ayuna durante el Ramadán y es asiduo a la mezquita de Tooting, en el sur de Londres. Sucedió en la alcaldía a Boris Johnson, que tiene un background religioso más complicado, bautizado como católico y confirmado en la Iglesia anglicana, y admite ser un “cristiano malo, muy malo” (están documentados sus pecados contra el sexto mandamiento – “no cometerás adulterio”– y el octavo –“no mentirás”–).
Un alcalde, sea musulmán o no, es popular si hace que el transporte y la vivienda sean asequibles, que las calles estén limpias y bien iluminadas, que la gente se sienta segura, haya presencia policial en las esquinas, no proliferen los sinhogar, no te arrollen las bicicletas y patinetes si eres un peatón, el aire que se respira esté limpio, no haya atascos y la grúa no se te lleve el coche si tu ticket de aparcamiento acaba de expirar.
Pero conseguir todo eso simultáneamente no está al alcance de ningún alcalde, sea cual sea su religión, se llame Collboni, Khan o Mamdani. Tiene que elegir entre unos objetivos y otros, irritar a unos colectivos (los automovilistas, por ejemplo) para satisfacer a otros (los medioambientalistas, en su caso). La recomendación a los neoyorquinos es que sean realistas y no le pidan peras al olmo.
Khan tiene enemigos tan furibundos que goza de protección oficial 24/7, lo mismo que el rey Carlos III
Khan es un laborista de la línea Blair, de centroizquierda, más crítico con Israel que el premier Keir Starmer (califica Gaza como un genocidio y hace tiempo que pedía el reconocimiento del Estado palestino), pero por lo demás de su misma cuerda, ningún revolucionario. Sus enemigos son el lobby judío, la prensa tory , la ultraderecha y los conductores. Tiene seguridad 24/7, como el rey.
Tener un coche en Londres se ha convertido en una pesadilla, entre los carriles bici, el peaje de entrada al centro, el recargo por conducir un vehículo viejo con motor a combustión, las cámaras que te pillan si te pasas del límite de velocidad y el ejército de agentes poniendo multas.
Entre las responsabilidades de Khan figuran el transporte público de la capital, el presupuesto de la Policía Metropolitana, los objetivos para la construcción de vivienda subvencionada, el medioambiente, la cultura, la salud y la cultura, pero no la inmigración o la educación. Y depende de los fondos que le asigna el Gobierno central. Lo cual significa que si los empleados del metro (poderoso sindicato) hacen huelga, o te roban el coche, o llevas años en la lista de espera para un piso de protección oficial, la culpa es suya, musulmán o no.
Khan es la cara del multiculturalismo, el ejemplo de que se puede ser al mismo tiempo británico, musulmán y progresista
El síndico londinense es poco menos que el Anticristo no solo para Trump, sino también para la ultraderecha (Nigel Farage) y la derecha (conservadores) de Gran Bretaña, que en las últimas elecciones hicieron campaña contra él con imágenes de los atentados terroristas de Londres, como si fuera un agente de Al Qaeda. La ciudad está más sucia que nunca, si te pimplan el móvil nadie mueve un dedo, y en algunos barrios hay tantos sin techo que recuerda a Los Ángeles. Pero Khan pide una subida del salario mínimo, un impuesto a los grandes patrimonios y alquileres asequibles, y ha congelado el precio del bus. Es la cara del multiculturalismo, el ejemplo viviente de que se puede ser al mismo tiempo británico, musulmán y progresista.
Para Trump y los de su cuerda Londres es Sodoma, capital del vicio y la violencia, En realidad es una ciudad como cualquier otra.


