Hay cierto cosquilleo en el estómago, pero hay que hacerlo. Así lo reconoce Olexí mientras se prepara para conducir el tren de alta velocidad que una mañana de finales de octubre realiza la ruta Kyiv-Kramatorsk, uno de los últimos viajes antes de que la compañía de ferrocarriles ucraniana haya decidido “limitar temporalmente” los trenes hacia las zonas del Donbass que todavía controla Ucrania. “Nuestro trabajo es importante”, insistía.
A su lado, Andrí, compañero de cabina, se encarga de que todo esté en su sitio, también las dos cajetillas de cigarrillos que pone en medio de los puestos de conducción; por delante les esperan 543 kilómetros que, en un día normal, realizan en seis horas y media.
“Ahora intentan destruir las rutas de comunicación; quieren llevarnos a la misma ruina”, reconoce Andrí, que explica cómo los ataques a la infraestructura han hecho que los trenes sufran retrasos por primera vez desde que reanudaron la ruta hacia Kramatorsk en octubre del 2022. Entonces, la estación había quedado cerrada por unos meses después del trágico ataque ruso el 8 de abril de ese año en el que murieron al menos 58 personas, entre ellos nueve niños.
“Algunas de las estaciones por las que pasamos han sido bombardeadas con saña por los rusos. Especialmente la de Lozova –en el sur de la provincia de Járkiv– quedó en muy mal estado desde agosto”, añade Olexí, quien reconoce que su madre sufre mucho cada vez que le toca esta ruta, que por lo general es una vez al mes.
Unos trabajadores instalan redes para protegerse de los ataques de drones rusos cerca de Kramatorsk, en la región de Donetsk.
En los vagones de pasajeros, mientras tanto, los sillones van siendo ocupados por militares cargados con mochilas y también civiles, especialmente mujeres ansiosas de encontrarse con sus seres queridos.
María, de 25 años, es una de ellas. Cuenta que es la segunda vez que viaja a ver a su marido, con quien se casó en el 2024; meses después fue movilizado y enviado a esta región. “La única opción es que yo venga a verlo porque él no tiene suficientes días para venir a Lviv, donde vivimos”, señala la joven que, emocionada, dice que se había comprado un abrigo nuevo para el encuentro.
“Hay dos amenazas, los sabotajes y los ataques de drones y misiles”, dice el vice primer ministro Kuleba
No es casual que la estación de Kramatorsk fuera rebautizada como la estación del amor. Cientos de mujeres hacían el trayecto para visitar a los suyos, aunque solo fuera solo para 24 ó 48 horas. “Cada día que hablo con él tengo el temor de que sea la última vez. Saber que lo podré abrazar me hace hasta llorar”, confiesa María.
Días después, en su oficina de Kyiv, Olexí Kuleba, viceprimer ministro para la recuperación de Ucrania, cuenta que en total, dentro del país, se transportan alrededor de tres millones de personas al mes. “Lo que es seis veces más que antes de la guerra”, explica. Y si bien todas las rutas son importantes, incluidas aquellas que comunican con países vecinos como Polonia, que transportan un promedio de 30.000 personas al día, la red que comunica con el sureste del país tiene un valor especial. La consideran la ruta de la supervivencia.
Kuleba, que también ocupa el cargo de ministro de Desarrollo de Comunidades y Territorios, asegura que Rusia tiene muy claros sus objetivos en sus ataques a la red ferroviaria, que se han intensificado en los últimos meses: 269 entre comienzos de agosto y el 10 de octubre; en ellos han muerto 25 personas, de las cuales 17 eran trabajadores de Ukrzaliznitsia –la compañía ferroviaria estatal– y ocho, pasajeros. “No son ataques aleatorios, forman parte de una operación planificada”, acusa.
El primero de los objetivos, según explica, son las rutas que comunican con los puertos para impactar directamente en la economía del país. “El segundo es la provincia de Donetsk, donde intentan interrumpir la logística”. Hasta hace un año el gran centro logístico militar de la zona estaba en la ciudad de Pokrovsk. Su estación cerró en verano del 2024, cuando Rusia lanzó una gran ofensiva para su control que aún no ha culminado. “Es importante decir que hay dos grandes tipos de amenazas –explica Kukeba–. La primera es el riesgo de ataques de sabotaje contra nuestra red ferroviaria…Tenemos brigadas especiales que recorren las líneas cada día, inspeccionando y vigilando directamente estas rutas. Y la segunda está relacionada con los ataques de drones o misiles”. En ese caso equipan los trenes con dispositivos especiales para protegerlos, al tiempo que trabajan en cooperación con los militares.
“A veces avisan de una alarma, pero no se puede detener el tren. Entonces simplemente mantienes el rumbo y esperas que todo salga bien”, confiesa Olexí, al mando del tren de Kramatorsk
“También entrenamos a nuestros operadores, que interceptan drones enemigos, tratando de proteger nuestra infraestructura”, confiesa el ministro, para quien el objetivo está claro: “Proteger la vida de cada trabajador, de cada pasajero, y mantener operativa la red ferroviaria”. Por eso la decisión, tomada hace unos días, de cerrar “indefinidamente” la llegada del tren a las estaciones de la provincia de Donetsk y, en su defecto, habilitar estaciones cercanas al sur de la provincia de Járkiv. Lo que hacen ahora es proveer de transporte desde y hasta las estaciones de Sloviansk y Kramatorsk.
De vuelta a la cabina de mando del tren de Kramatorsk, Olexí cuenta que, si bien las primeras semanas de la invasión fueron las más peligrosas, la situación se ha ido deteriorando en las últimas. “Ahora hay que estar mucho más atento, vigilar constantemente las señales. A veces avisan de una alarma, pero no se puede detener el tren. Entonces simplemente mantienes el rumbo y esperas que todo salga bien”, explica este hombre que no deja de insistir: “Nuestro trabajo es muy importante”.



