Irak vota este martes para un nuevo Parlamento, en unas elecciones marcadas por la el desencanto y la baja participación. Las urnas abrieron a las siete de la mañana y cerrarán a las seis de la tarde, hora local. Los primeros resultados se esperan en varios días. La Comisión Electoral adelantó que unos 7.744 candidatos competían por los 329 escaños del Parlamento, incluyendo a decenas de postulantes independientes.
Al menos 83 de los asientos están reservados para mujeres, según la ley iraquí. Unos 21,4 millones de personas están registradas para votar, en un país de 32 millones de electores potenciales. Analistas citados por Reuters auguran una participación inferior al 41% registrado en el 2021, que supuso un mínimo histórico.
En ese contexto, el actual primer ministro, Mohamed Shia el Sudani, busca un segundo mandato en medio de una profunda desconfianza hacia la clase política. Aunque su bloque es el favorito para obtener más escaños, las encuestas no preven que logre una mayoría clara. Si las proyecciones se confirman, el país se encaminará hacia otro largo periodo de negociaciones entre los principales partidos chiíes, suníes y kurdos para compartir coalición de gobierno.
Escenario adverso
En los últimos años, Irak ha transitado entre la violencia sectaria, la corrupción estructural y la parálisis política
El reparto de poder, conocido como muhasasa, fue diseñado para representar a las distintas comunidades del país: el primer ministro debe ser chií; el presidente, kurdo; y el presidente del Parlamento, suní.
Desde las primeras elecciones celebradas en el 2005 tras la caída de Sadam Husein y la ocupación estadounidense, Irak ha transitado entre la violencia sectaria, la corrupción estructural y la parálisis política. Entre el 2006 y el 2008, las milicias chiíes y suníes libraron una guerra civil que dejó miles de muertos. Entre 2013 y 2017, el país fue escenario de otra pesadilla: el ascenso y la derrota del grupo Estado Islámico (ISIL), que controló amplias zonas del norte.
Hoy, las milicias de las Fuerzas de Movilización Popular (Hashd el Shabi), oficialmente integradas en el Estado pero leales a sus propios líderes, son uno de los pilares del poder político chií y una de las principales fuentes de fricción con Estados Unidos.
Washington presiona a Sudani para que las someta completamente al control del ejército, pero hacerlo podría costarle el apoyo de los partidos que lo mantienen en el cargo. “El equilibrio entre las presiones de Irán y las de Estados Unidos es insostenible”, aseguró a Reuters un diplomático occidental en Bagdad. “Cada movimiento de Sudani se interpreta como una concesión a uno u otro lado, y eso lo debilita”.
El primer ministro de Irak, Mohamed Shia el Sudani, votando hoy en Bagdad
Fragmentación política
El bloque chií se enfrenta a la llamada al boicot del influyente clérigo Muqtada el Sadr, contrario al sistema de cuotas
El bloque chií se presenta dividido entre el actual primer ministro y su predecesor, Nuri el Maliki, que aspira a volver al poder pese a ser ampliamente responsabilizado de las políticas sectarias que favorecieron el auge del Estado Islámico durante su mandato (2006-2014). Entre los suníes, el partido Taqaddum del actual presidente del Parlamento, Mohamed el Halbusi, intenta mantener su influencia en las provincias occidentales.
En el norte, los kurdos vuelven a dividirse entre el Partido Democrático del Kurdistán (PDK), más autonomista y centrado en el control de los recursos petroleros, y la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK), que aboga por una relación más estrecha con Bagdad.
A este panorama fragmentado se suma el boicot del influyente clérigo chií Muqtada el Sadr, que ha ordenado a sus seguidores abstenerse. Su movimiento, capaz de movilizar a cientos de miles de personas en las calles, protesta contra el sistema de cuotas, al que considera responsable de perpetuar la corrupción. La ausencia de los sadristas, que representan una base popular significativa, amenaza con restar legitimidad al futuro gobierno.

