Putin no tiene ningún plan para ganar en Ucrania

Guerra en Europa

Rusia avanza, pero para ocupar los territorios que reclama como propios necesitaría cinco años más

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Un cartel propagandístico en busca de voluntarios para la 82ª brigada de asalto del ejército ucraniano, en Kyiv 

SERGEI SUPINSKY / AFP

El 10 de junio de 2026, los combates entre Rusia y Ucrania habrán durado más que la Primera Guerra Mundial. Se suponía que también ese conflicto iba a concluir en unas pocas semanas. Al igual que en Ucrania, los combates se estancaron y el alto mando malgastó vidas humanas en una serie tras otra de asaltos condenados al fracaso. En agosto de 1918, los aliados utilizaron nuevas tácticas para romper las líneas alemanas. Hoy, en cambio, Ucrania no se rinde y Rusia no sabe cómo ganar.

Incluso en una dictadura, un dirigente que carece de una teoría de la victoria no hace otra cosa que acumular problemas. Como aprendió a su pesar el zar Nicolás II en la Primera Guerra Mundial, tarde o temprano llega el momento de rendir cuentas. Cuantas más vidas rusas desperdicie hoy Putin de forma absurda, mayor será la crisis a la que se enfrentará mañana.

La raíz del problema de Putin es que no ha logrado de derrotar a Ucrania en el campo de batalla. La ofensiva del verano de 2025 (la tercera y más ambiciosa), ha supuesto un estrepitoso fracaso. La táctica rusa consiste en enviar pequeños grupos de hombres a la zona de combate. Ahora bien, por más que algunos consigan abrirse paso y llegar a sus posiciones, el resto no puede aprovechar el avance. En cuanto se agrupan, son aniquilados.

Si la matanza continúa al ritmo de 2025, el total de bajas rusas rozará los 4 millones

Las cifras reflejan esa realidad terrible. En el año transcurrido hasta mediados de octubre, las bajas rusas aumentaron casi un 60%, hasta situarse en algún punto entre 984.000 y 1.438.000. El número de muertos se sitúa ahora entre los 190.000 y los 480.000. Es posible que mueran cinco soldados rusos por cada ucraniano. Y, sin embargo, durante el verano, los ejércitos de Putin no han sido capaces de tomar ni una sola ciudad importante. Rusia avanza, pero para ocupar los cuatro óblasts que reclama como propios necesitaría cinco años más. Si la matanza continúa al ritmo de 2025, el total de bajas rusas rozará los 4 millones.

La falta de progresos explica por qué Putin también está atacando ciudades e infraestructuras ucranianas. Espera convertir algunas partes del país en inhabitables y destruir la moral de la población. Rusia ha empezado a hablar del devastador invierno que se avecina. Nadie debería trivializar el sufrimiento de Ucrania, pero los ataques a civiles rara vez provocan el colapso de un país. Los ucranianos ya saben que Rusia es despiadada. Cada misil que golpea un objetivo civil no hace más que subrayar lo mucho que tienen que perder en caso de una victoria de Putin.

En cambio, los ataques de Ucrania en el interior de Rusia pueden hacer que algunos cambien de opinión. Según las encuestas, el 70% de los rusos dice apoyar la guerra. Quizás solo uno de cada cinco sea alguien realmente convencido. El resto opta por el camino más sencillo y se niega a pensar en lo que está sucediendo. Sin embargo, con los ataques a infraestructuras petroleras y aeropuertos en un momento en que la economía se desacelera y los presupuestos se contraen, Ucrania podría obligar a los rusos a enfrentarse a la realidad.

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Vladímir Putin y Donald Trump, en Alaska el pasado mes de agosto 

Kevin Lamarque / Reuters

Putin también albergaba esperanzas de que el presidente estadounidense Donald Trump inclinara la balanza a su favor. Retirando su apoyo vital (en materia de inteligencia y defensa aérea, sobre todo), Trump podría imponer una paz desfavorable a Ucrania. A principios de 2025, lo intentó brevemente.

El caso es que esas tácticas ya no parecen probables. El pacificador que ocupa hoy la Casa Blanca sigue mostrando una actitud ambigua hacia el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, por quien no siente aprecio alguno. No obstante, es ahora Europa la que paga las facturas de Ucrania y con ello neutraliza la principal queja MAGA de que Estados Unidos es objeto de abuso. Además, Trump parece haber llegado a la conclusión de que abandonar a Ucrania a los osos daría al traste con su aspiración de convertirse en un estadista ganador del Premio Nobel. En octubre llegó incluso a imponer sanciones a Lukoil y Rosneft, dos empresas petroleras rusas.

Por último, es posible que Putin tenga la esperanza de ver desmoronarse la determinación europea. El dinero que Ucrania necesita para seguir luchando se agotará en febrero. Sobre el continente ya se cierne la perspectiva de unos gobiernos populistas menos hostiles al Kremlin. Una Europa dividida y disfuncional tendrá dificultades para dar a Ucrania el respaldo a largo plazo que necesita para prosperar una vez que cesen los combates.

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De todos modos, eso no es lo mismo que abandonar a Ucrania en pleno fragor de la batalla. El argumento de que Ucrania es la clave de la seguridad europea resulta irrefutable. Si Kyiv cae, Putin controlará el ejército más grande de Europa y una formidable industria armamentística. Están en marcha los preparativos para establecer un mecanismo de financiación plurianual creíble que vaya más allá de la incautación de activos rusos. Si tiene éxito, Putin sabrá que la economía de Ucrania puede sobrevivir a la de Rusia.

Algunas personas piensan que el presidente ruso cree sin duda que el tiempo está de su parte, porque de otro modo ya habría buscado la paz. Sin embargo, la lección de Vietnam, Afganistán e Irak es que los dirigentes se aferran a la esperanza de que vaya a ocurrir algo (cualquier cosa). Por lo tanto, es probable que en 2026 Putin siga luchando y espere que sus generales encuentren una nueva forma de hacer la guerra, que Ucrania se quede sin hombres, que el gobierno de Zelenski se derrumbe o que Trump o Europa pierdan la paciencia.

Ahora bien, si nada de esto ocurre, Putin se enfrentará a un terrible momento de rendición de cuentas. Rusia ha hipotecado su economía, ha empujado a Finlandia y Suecia a unirse a la OTAN, se ha subordinado a China y ha diezmado a toda una generación de jóvenes. ¿Y para qué? En el momento en que esa pregunta empiece a articularse en las bocas rusas, el mundo se enfrentará a un nuevo peligro. Putin podría entonces aceptar la derrota en el exterior e imponer el terror en su país. O bien intensificar la escalada.

Edward Carr, director adjunto de The Economist

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Traducción: Juan Gabriel López Guix

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