Se dice que madre sólo hay una, y será verdad, al menos lo ha sido hasta ahora. En cuanto a la paternidad, ésta es otra cuestión, y a veces, a pesar de las apariencias, muy peliaguda. En los últimos tiempos las pruebas de ADN han servido para levantar más de una polvareda, y no sólo entre los presuntos hijos ilegítimos de famosos o aristócratas ávidos por ser reconocidos como tales y, en ocasiones y a ser posible, cobrar una parte de la herencia de su verdadero progenitor, por mucho que éste lo niegue.
Un buen día del 2024, un apacible pastor cristiano y coach alemán, de 47 años, de nombre Henrik Lenkeit, felizmente afincado en la Costa del Sol, casado con una mexicana y padre de tres hijos, descubrió en internet, por pura casualidad, que su verdadero abuelo no era otro que Heinrich Himmler, ese siniestro jefazo nazi de las SS y la Gestapo. Menudo susto se llevó.
El nieto de Himmler
Fue por una foto en la que aparece Himmler acompañado de una amante que mucho se parecía a su abuela (la del pastor). Los nombres no coincidían, pero era innegable el enorme parecido de esa mujer de la foto con el de su abuelita.
Lenkett se puso a investigar y tardó bien poco en averiguar que efectivamente su abuela había sido durante unos años la amante de Himmler y de que de esta relación nacieron un hijo y una hija, su abuela. Claro que toda familia guarda esqueletos en el armario, pero esta tan inesperada como perturbadora revelación afectó al bueno de Lenkneit de una manera muy honda, y es de esperar que ya haya superado el trauma.
Algo más sorprendente es el caso de Madeleine Albright, secretaria de Estado de los Estados Unidos entre 1997 y 2001. Nombrada por Bill Clinton, fue la primera mujer en ostentar tan alto cargo. Nacida en Praga en 1937 en el seno de una familia católica que emigró a América en 1948, nada indicaba que su pasado podría ser otro. Hasta que leyó en la prensa que sus padres eran en realidad judíos conversos al catolicismo, circunstancia que les permitió zafarse de las garras del nazismo y de los soviéticos, suerte que no corrieron muchos de sus familiares y allegados.
Algo similar le pasó al periodista inglés Christopher Hitchens, hijo de un militar chapado al establishment, gran amigo de Martin Amis y durante años enfant terrible de la prensa británica. Pero no descubrió, hasta que en 1981 se mudara a Estados Unidos, que su madre era judía y, por tanto, él también, circunstancia que le abrió muchas puertas en su nuevo hogar.
Ahora bien, toda moneda tiene dos caras, y donde unos, como Lenkeit, Albright o Hitchens descubren sorprendidos que no eran exactamente quienes creían ser, otros se pasan la vida ocultando un pasado inconfesable. Es el caso del austríaco Kurt Waldheim, que fue secretario de las Naciones Unidas entre 1972 y 1981.
En 1986, poco antes de celebrarse las elecciones presidenciales en Austria de las que creía Waldheim saldría vencedor, cayó una bomba en la prensa vienesa: un periodista de investigación había desenterrado el pasado nazi de este candidato tan afable, elegante y defensor de las causas perdidas, un pasado que hasta la fecha había ocultado con gran astucia.
Voluntario en la Whermacht
Resulta que ya en 1938 enlistó voluntario en la Whermacht y a lo largo de la guerra participó en algunas de las atrocidades más deleznables perpetradas por los nazis.
En fin, cabe preguntarse, incluso ahora, qué no estarán ocultando algunos de los mandatarios en este mundo cada vez más desquiciado. Tomen el caso de un tal Andrew Mountbatten Windsor, hasta ayer conocido como “ Su Alteza Real” y “Príncipe”, y que ahora busca desesperadamente un pisito de alquiler, a ser posible con ascensor. La sombra de Jeffrey Epstein es alargada.


